Jack movió la cabeza con desaprobación.
—¿Has seguido investigando por tu cuenta... tú sola?
¿Y si te hubieras topado con Kirtash?
Victoria no respondió. La sola mención del nombre del asesino hizo que se estremeciera; pero, como tantas otras veces, no estaba segura de si aquel escalofrío era producido por el miedo... o por el recuerdo de su voz, de su mirada, de su contacto. Volvió la cabeza con brusquedad. Aquellos pensamientos la confundían.
Jack la cogió por los hombros para mirarla a los ojos. La Lágrima de Unicornio, el colgante que Shail le había regalado a Victoria dos años atrás, por su cumpleaños, centelleó sobre su pecho, herido por la luz de la lámpara.
—Ya entiendo –dijo él, muy serio–. Estás intentando provocar un encuentro, ¿verdad?
Victoria lo miró, asustada. No era posible que él hubiera adivinado lo que pasaba por su mente... o por su corazón.
—Escúchame, Victoria, no vale la pena, ¿entiendes? Sé que todavía estás furiosa por lo de Shail, pero no debes intentar enfrentarte a Kirtash tú sola. Si peleamos todos juntos, tal vez tengamos alguna oportunidad de acabar con él.
Victoria respiró, aliviada. No quería ni pensar en lo que dirían sus amigos si supieran que Kirtash provocaba en su interior sentimientos distintos al odio que ella, como miembro de la Resistencia, debía experimentar hacia él.
—Mira quién fue a hablar –dijo, sin embargo–. ¿Por qué crees que tuve que seguir yo sola?
Jack no se molestó. Al contrario, sonrió, aceptando el reproche.
—Vale, no he dicho nada. Ahora que lo pienso –añadió, cambiando de tema–, no he visto a la Dama por ninguna parte. ¿Qué ha sido de ella?
—Como dejé de venir a Limbhad, la llevé a casa de mi abuela para no dejarla sola –respondió Victoria, encogiéndose de hombros–. No veas lo que me costó convencerla para que me dejara tenerla en casa. Y al maldito animal no se le ocurrió otra cosa que escaparse a las primeras de cambio. No hemos vuelto a saber de ella desde entonces.
A Jack le sorprendió el tono indiferente de su amiga. Según recordaba, Victoria le había tenido mucho cariño a su gata. Se preguntó si aquel talante duro y combativo que mostraba ahora era un verdadero reflejo de su corazón... o simplemente una fachada.
Sacudió la cabeza. La música estaba empezando a ponerlo nervioso, y preguntó:
—¿Qué estás escuchando?
Victoria le dirigió una amplia sonrisa, y de nuevo apareció aquel brillo soñador en su mirada. Jack comprendió que era aquella música la que la transportaba lejos... tan lejos de él. Al muchacho, sin embargo, le resultaba extraña y desagradable, y se dio cuenta de que, aunque ambos tuvieran muchas cosas en común, desde luego sus gustos musicales no eran una de ellas.
—Es Beyond, el disco de Chris Tara –explicó Victoria; y añadió, al ver el gesto de extrañeza de Jack–: No me digas que no has oído hablar de él.
—No, no me suena. De todas formas, es una música muy... rara. Me pone los pelos de punta.
Ella pareció ofendida, pero se esforzó por sonreír.
—A mí me gusta –dijo con suavidad–. Esta canción en concreto habla de lo que se siente cuando crees que vives en un mundo que no es el tuyo. Cuando te sientes... encerrado en una cárcel de la que nunca vas a poder escapar. Y desearías volar, volar muy alto, o muy lejos, pero no sabes qué te espera al otro lado –suspiró–. Sé que es una música extraña, pero cada vez tiene más fans.
—Porque será un guaperas –se le escapó a Jack–. Veamos qué aspecto tiene.
Cogió la carátula del CD, pero se llevó una decepción. No había ninguna fotografía del cantante. Solo había una especie de símbolo tribal con la forma de una serpiente.
—Qué asco –murmuró Jack, pero Victoria no lo oyó; de todas formas, ella conocía perfectamente su aversión hacia las serpientes.
—No sé qué aspecto tiene –estaba diciendo la chica–. Y además, me da lo mismo. Me gusta su música, no él.
—Ya, eso decís todas –sonrió Jack. Victoria se volvió hacia él, muy seria.
—Es mi cantante favorito –dijo–. Si has venido aquí para meterte con la música que me gusta, ya sabes dónde está la puerta.
Jack se dijo a sí mismo que, si lo que pretendía era recuperar la antigua amistad y confianza que lo había unido a ella, desde luego no lo estaba haciendo nada bien. De todas formas, pensó, Victoria estaba más susceptible de lo que él recordaba.
—Lo siento, no pretendía ofenderte –dijo enseguida–. No sé qué me pasa últimamente, siempre meto la pata hasta el fondo cuando hablo contigo.
Parecía compungido de verdad, y Victoria sonrió.
—No pasa nada. Mejor será que vayamos a la biblioteca. Alexander debe de estar esperándonos.
Alexander miró a los dos chicos, que estaban pendientes de él y de sus palabras. Los vio más maduros, más adultos, y se dio cuenta de que, a pesar de las adversidades, o quizá precisamente a causa de ellas, ambos habían crecido, por fuera y por dentro. Ya no vio a dos chiquillos indefensos, sino a dos jóvenes guerreros de la Resistencia, y se sintió muy orgulloso de ellos. No pudo evitar pensar en Shail, sin embargo. «Ojalá estuvieras aquí para verlos, amigo mío», dijo en silencio.
—Bien, escuchad –empezó–. Han pasado dos años, pero hemos vuelto a reunir a la Resistencia en Limbhad. Sé que no estamos todos –Victoria desvió la mirada–, pero debemos seguir luchando, porque mientras existan en este planeta un dragón y un unicornio, habrá esperanza para Idhún, y el sacrificio de Shail no habrá sido en vano.
»Llevo un tiempo preguntándome qué estamos haciendo mal. Los unicornios son criaturas esquivas por naturaleza, y no me extraña que el nuestro haya conseguido ocultarse sin problemas de la mirada de los humanos. En cambio, un dragón llama bastante más la atención, y el mío en concreto ya no debe de ser precisamente ninguna cría.
Jack sonrió para sus adentros al oír a Alexander decir «el mío». Tiempo atrás, Shail les había contado que Alexander había salvado de la muerte al dragón que estaban buscando cuando solo era una cría; pero el joven nunca hablaba de ello, y Jack se prometió a sí mismo que algún día le pediría que le contara la historia de aquel encuentro.
—He estado pensando –prosiguió Alexander– que tal vez ellos tengan alguna manera de ocultarse de todo el mundo, algo que se nos ha pasado por alto. Y sé por qué se ocultan.
Victoria lo supo también:
—¿Por Kirtash? –preguntó en voz baja. Alexander asintió.
—Exacto. Por tanto, he llegado a la conclusión de que, si acabamos con Kirtash, si nos deshacemos de su amenaza, el dragón y el unicornio acabarán por manifestarse, tarde o temprano.
—Y, aunque no lo hicieran –apuntó Jack, ceñudo–, no cabe duda de que el mundo se libraría de una plaga, y nosotros trabajaríamos más tranquilos.
—Yo no quería decirlo así –comentó Alexander–, pero sí, básicamente, esa es la idea.
—A ver si lo he entendido bien –dijo Victoria–. ¿Estás proponiendo que dejemos de buscar al dragón y al unicornio y de tratar de adelantarnos a Kirtash para ir directamente a por él? ¿Para matarlo antes de que nos mate?
—Pasar de la defensa al ataque –comprendió Jack, asintiendo–. Me parece bien.
—¿Estáis