—¿Qué hacemos... con el cuerpo del mago? –preguntó este, vacilante.
—Traedlo de vuelta al castillo –respondió Kirtash suavemente.
El szish no añadió nada más, ni hizo el menor comentario. Se retiró sin ruido, y Kirtash no pudo reprimir una leve sonrisa. Aquellas criaturas le obedecerían sin dudarlo aunque les mandase de cabeza a una muerte segura.
Porque ellos sabían, y cuando miraban a Kirtash veían más de lo que podía apreciar cualquier humano.
—Kirtash.
La voz era fría y profunda, y no admitía ser ignorada. El muchacho se volvió con lentitud.
En el centro de la estancia había aparecido una figura incorpórea, alta y oscura, envuelta en sombras. Kirtash inclinó la cabeza ante su señor, Ashran el Nigromante.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Elrion?
—Cometió su enésimo error y tuve que deshacerme de él –murmuró Kirtash.
Ashran cruzó los brazos ante el pecho.
—¿Eres consciente de lo que me cuesta encontrar magos que cumplan tus exigencias? –preguntó, y su voz tenía un tono peligroso.
—Te pido perdón, señor. Pero los humanos no están a la altura de lo que exige la misión. Nos movemos en un mundo extraño. Se requiere no solo habilidad, sino también capacidad para adaptarse, discreción... y obediencia absoluta –añadió con suavidad.
—Comprendo. ¿Qué sugieres, pues?
—Soy consciente de que las habilidades de los szish como magos son muy limitadas, puesto que no han tenido la posibilidad de ingresar en la Orden Mágica para desarrollar su arte. Los yan, por su parte, son imprevisibles e impulsivos, y los varu no son muy eficaces en misiones en tierra firme. Tal vez alguien del pueblo feérico...
—Los feéricos se han opuesto en bloque al imperio de los sheks. No contamos con ninguno de sus hechiceros en nuestras filas. Pero veré qué puedo hacer.
Kirtash asintió, pero no dijo nada.
—¿Habéis aplastado ya a la Resistencia? –quiso saber Ashran.
—Podría decirse que sí, mi señor. Se han quedado sin mago, y el príncipe Alsan de Vanissar se ha visto transformado en un híbrido incompleto. No creo que esté ya en condiciones de liderar ningún grupo de renegados.
—¿En serio?
—Elrion decidió experimentar con él cuando lo apresamos. El príncipe es un joven orgulloso. Cuando se dé cuenta de todo lo que implica su nueva situación, quedará anímicamente destrozado.
—¿Y los otros?
—Dos niños, mi señor.
—Se te han escapado.
—La muchacha llevaba el Báculo de Ayshel. He tratado de apresarla con vida, pero Elrion ha intervenido con intención de matarla. Su inoportuna intromisión ha provocado la huida de la chica... y la muerte del propio Elrion –añadió.
Ashran miró a Kirtash a los ojos. El muchacho sostuvo su mirada. Nada en su actitud serena traicionaba la verdad que había ocultado a su señor: que Elrion había intentado matar a Victoria porque, seguramente, había estado espiándolos y había descubierto sobre ella lo mismo que Kirtash. Las últimas palabras de Elrion resonaron en su mente: «No sé a qué estás jugando, Kirtash, pero a Ashran no le va a gustar. Si no fuera porque te conozco, creería que estás traicionando a...» Elrion no había llegado a terminar de pronunciar aquella frase, pero Kirtash sabía que no podría olvidarla.
—Comprendo –dijo Ashran finalmente–. ¿Qué hay del báculo?
—Me temo que solo la chica, Victoria, puede utilizarlo. La buscaré. Podría capturarla, pero, si me lo permites, mi señor, encuentro más práctica la idea de seguirla para que ella misma me conduzca hasta el unicornio.
»En cuanto al muchacho, Jack, también lo buscaré y lo mataré, si esa es tu voluntad.
El Nigromante reflexionó.
—No –dijo finalmente–. Es más urgente encontrar al dragón y al unicornio.
Kirtash asintió.
—Pero –añadió su oscuro señor–, si vuelve a cruzarse en tu camino...
—No habrá piedad –murmuró Kirtash.
Fijó en la imagen de Ashran unos ojos fríos como cristales de hielo.
XIV
EL FIN DE LA RESISTENCIA
E
STABAN a salvo.
Limbhad los había acogido en su seno como una madre, y su clara noche estrellada había calmado, en parte, su miedo, su frustración y su dolor.
En parte, pero no del todo.
Ni siquiera en aquel silencioso micromundo, donde nada parecía cambiar, donde su enemigo no podía alcanzarlos, donde todo lo sucedido no parecía haber sido más que un mal sueño, podían dejar de pensar en los que habían perdido.
A Victoria le parecía todo tan irreal que allí mismo, sentada junto a la ventana, en camisón, acariciando a la Dama, contemplaba el jardín, esperando inconscientemente a que Shail regresara de uno de sus paseos por el bosque.
Pero, de vez en cuando, un aullido de dolor, un grito de rabia o unos furiosos golpes sacudían toda la Casa en la Frontera, recordando a Victoria que aquello era real, muy real, y que Shail no volvería, porque estaba muerto.
Jack entró en la habitación, y Victoria se volvió hacia él y lo miró, interrogante.
Los dos mostraban muy mal aspecto. Victoria tenía los ojos enrojecidos de llorar. Había tenido que regresar a casa al día siguiente de su desastroso viaje a Alemania. Su abuela la había mirado a la cara y no le había permitido ir al colegio; la había obligado a meterse en la cama y había llamado al médico.
A Victoria no le quedaban fuerzas para discutir. Estaba débil y se sentía muy cansada. El médico no había sabido decir qué le ocurría exactamente, pero le había aconsejado reposo, y ella había obedecido, sin una palabra. Sin embargo, por las noches volvía a Limbhad para ayudar a Jack.
El muchacho estaba agotado, pálido y ojeroso porque llevaba más de cuarenta horas sin dormir. Habían encerrado a Alsan en el sótano, porque con frecuencia se enfurecía y se volvía contra lo que tenía más cerca. Lo oían aullar, gruñir, gritar y gemir a partes iguales, y Jack tenía que contenerse para no acudir junto a él. Era cierto que Alsan estaba sufriendo una espantosa agonía mientras su alma humana y el espíritu de la bestia luchaban por tomar posesión de su cuerpo; pero no era menos cierto que, si le abría la puerta, los mataría a los dos. Así que, por el momento, Alsan tendría que librar su batalla completamente solo.
—Está peor –murmuró Jack–. Pensé que no tardaría en derrumbarse de agotamiento, y entonces podría entrar a dejarle algo de comida, pero esa cosa que lo está destrozando por dentro no lo deja en paz ni un solo momento.
En aquel mismo instante oyeron un horrible aullido y un golpe sordo que hizo temblar toda la casa.
—Está intentando echar la puerta abajo –dijo Victoria. Jack sacudió la cabeza con cansancio.
—No te preocupes, la he asegurado bien. No es la primera vez que lo intenta.
Se sentó junto a ella y hundió el rostro entre las manos con un suspiro. Victoria lo miró y tuvo ganas de abrazarlo, de consolarlo y sentirse a su vez reconfortada por su presencia. Cuando Jack levantó la cabeza con aire abatido, Victoria alzó la mano para apartar de su frente un mechón de pelo rubio que le caía sobre un ojo. Notó que su piel estaba caliente y colocó la mano sobre su frente.
—Oye,