Espíritu, Alma Y Persona. De La Antigüedad Griega Y Hebrea Al Mundo Cristiano Contemporáneo. Guido Pagliarino. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Guido Pagliarino
Издательство: Tektime S.r.l.s.
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Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9788873045649
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y el espacio.

      Para justificar lo existente, introduce una especie de subdios, el Demiurgo: el mundo sensible está constituido por las cosas materiales plasmadas por esta figura divina distinta e inferior a Dios. El Demiurgo aparece en el diálogo Timeo y es una especie de artesano divino: el mundo físico deriva del mundo de las ideas o de la materia eterna y el Demiurgo actuar de mediador, contemplando las propias ideas, haciéndolas descender y plasmando el universo según su modelo. Ideas, Demiurgo y mundo existen desde siempre, como el Bien absoluto existe desde siempre. Al ser semiilusorio, el imperfecto mundo material está condenado a disgregarse sin pausa, por lo que el Demiurgo debe ocuparse continuamente de mantenerlo y el mundo cambia para hacer esto. Este devenir es apreciado por las impresiones de nuestros sentidos.

      Este dios secundario no es por tanto creador, sino solo plasmador y no es omnipotente, a diferencia del Dios judeo-cristiano. Lo limita la materia, impidiéndole hacer un mundo perfecto, y lo determinan las ideas, a las cuales debe atenerse. Es la concepción que será recogida siglos después por el gnosticismo cristiano (cf. Cristianesimo e Gnosticismo: 2000 anni di sfida, op. cit.), que identificara en el Demiurgo la figura de Yahvé.

      Hay que señalar que la opinión, que se encuentra veces, de que la figura bíblica del Creador judeo-cristiano (no del gnóstico) deriva de los platónicos Demiurgo y Bien absoluto, una especie de figura intermedia, o también solo de la afirmación de que la idea del plasmador se encuentra en el Dios del Génesis que transforma el barro creando Adán, es una conjetura a rechazar, aunque solo sea por razones cronológicas. De hecho, el libro del Génesis original, en hebreo, se escribió en el siglo VI-V a.C. y deriva de tradiciones muy anteriores a la vida de Platón (427-347 a.C.), en concreto de las tradiciones yahvista, elohísta y deuteronomista que convergen en la tradición sacerdotal (hablo a fondo de esto en mi libro Il vento dell'amore, Tektime, 2018: http://www.pagliarino.com/e-book_Il_Vento_dell'Amore.htm ).

      Â¿Y si por el contrario se trataba de tradiciones conocidas por Platón? Me refiero a narraciones orales oídas por el filósofo entre los miembros de la diáspora judía o leídas en la redacción original del Génesis en lengua hebrea, si es que el filósofo conocía esa lengua. Indudablemente no están recogidas en la traducción en griego llamada de los Setenta, luego usada por los Padres de la Iglesia, que es del siglo II a.C., es decir, bastante posterior a Platón. Que yo sepa, no hay fuentes para sostener una dependencia de las figuras platónicas del Bien absoluto y del Demiurgo en la Biblia en hebreo. También es interesante, en relación con el nombre bíblico de Dios, lo que escribe el teólogo Joseph Ratzinger en el ensayo Introducción al cristianismo (Editorial Sígueme, 2013) en el capítulo 2, «La fe en Dios en la Biblia», precisamente a propósito de la cuestión de si el nombre de Dios en Éxodo, 3:13-15 tiene algo que ver con el ser de los griegos: «El sentido el texto es manifiestamente el de explicar el nombre de Yahvé como nombre determinante de Dios en Israel (…) atribuyéndole también un significado preciso de contenido. Este último objetivo se consigue remontando el término incomprensible Yahvé a la raíz hãjâ = Ser. (…) Esta explicación del nombre Yahvé a través del verbo “ser” (soy) se sostiene luego por una segunda tentativa de aclaración, diciendo que Yahvé es el Dios de Abraham de Isaac y Jacob. (…) En primer lugar: ¿qué significado tiene el hecho de que se recurra a la idea de ser como explicación de Dios? Para los Padres de la Iglesia provenientes de la filosofía griega esto les resulta de inmediato una confirmación inesperada y audaz de su pasado como pensadores. Sí, porque la filosofía griega consideraba como su descubrimiento más decisivo haber entendido, debajo del montón de cosas que tiene que hacer cotidianamente el hombre, la idea universal del ser, que se había considerado de inmediato la más apropiada para explicar lo divino. Ahora también la Biblia parecía decir lo mismo y precisamente en su texto central con respecto a la imagen de Dios. (…) Consideraron tan perfecta la identidad en la visión por parte del espíritu filosófico y lo recibido de la fe de Israel como para justificar la opinión de que el propio Platón no habría podido por su propia iniciativa llegar a tal conocimiento, sino que tendría que haber conocido el Antiguo Testamento y a partir de él habría desarrollado su pensamiento. En efecto, el texto en griego del Antiguo Testamento que los Padres tenían a mano [la traducción citada del hebreo al griego llamada de los Setenta (traductores) N.d.A.] podía hacer creer en una identidad tal entre Platón y Moisés, aunque lógicamente la dependencia podía, en realidad, ser en sentido inverso. De hecho, los traductores de la Biblia hebrea al griego estaban influidos por el pensamiento filosófico helénico y a partir de este habían leído e interpretado el texto. (…) Por decirlo así, ya habían echado abajo el puente que relacionaba el concepto bíblico de Dios y el pensamiento griego cuando tradujeron el versículo 14, “Soy el que soy”. El nombre bíblico de Dios está aquí identificado con el concepto filosófico de Dios. (…) ¿La versión griega del Antiguo Testamento y las deducciones de los padres de la Iglesia basadas en ella se apoyaban (…) en un equívoco? Sobre esa cuestión, no solo hay hoy unanimidad entre los exégetas, sino que los mismos especialistas en teología sistemática reiteran enérgicamente y con buenas razones que este problema vaya mucho más allá de un problema trivial de exégesis. Así, por ejemplo, Emil Brunner ha alegado categóricamente que la señal de igualdad aquí expuesta entre Dios de la fe y el Dios de los filósofos comporta una transformación de la idea bíblica de Dios en sentido inverso. (…) ¿Se trata de una caída en el helenismo, de una apostasía del Dios al que el Nuevo Testamento llama Padre de Jesucristo? (…) ¿Qué dice el nombre Yahvé y qué significado tiene su explicación mediante el verbo “ser”? (…) Solo se puede afirmar claramente una cosa: falta completamente un testimonio seguro del nombre Yahvé en tiempos anteriores a Moisés y en ambientes extraños a Israel (…) La acuñación del nombre completo Yahvé, por lo que se sabe ahora mismo, se produjo únicamente en Israel: parece ser obra de la fe de Israel, que aquí no ha actuado sin vínculos, pero en todo caso de manera creativa, plasmando su nombre de Dios y por tanto también su imagen de Dios. De hecho, hoy muchos datos de la investigación hablan de nuevo a favor de que la formación de este nombre ha sido efectivamente obra de Moisés [estamos en el siglo XII a.C., N.d.A.], la cual pudo así haber infundido nuevas esperanzas a los miembros de su pueblo en la esclavitud. La formación definitiva del nombre de Dios, y por tanto de una imagen propiamente de Dios, parece que constituyó el punto de partida para la constitución de Israel como pueblo».

      Los escritores eclesiásticos antiguos, sobre todo el gran Ireneo de Lyon, definían a Adán como el protoplasto, el primero plasmado por Dios. Pero esto era por razones bíblicas: «Y Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente» (Génesis 2:7), y no platónicas, a pesar de que esos escritores eclesiásticos conocían bien la filosofía griega y la usaban contra los gnósticos.

      Tal vez haya contribuido al equívoco el hecho de que el Demiurgo es un dios personal, como el de la Biblia. Por otro lado, los mismos escritores usaban también la palabra Demiurgo, aunque para indicar el benigno Dios creador, de una forma muy distinta de los autores gnósticos cristianizantes (Cf. en muchos puntos con la obra en dos tomos de Antonio Orbe, La teología de los siglos II y III, Pontificia Universidad Gregoriana, 1987).

      Volvamos a Platón.

      Para él, las características del alma humana son cuatro: está compuesta por tres partes, la racional, sede del intelecto, la irascible, lugar de los sentimientos nobles, entre ellos el valor y en general las fuerzas emotivas buenas, y la concupiscente, sede el instinto, de los deseos inferiores. Es un principio de vida y se mueve por sí mismo, mientras que lo que se mueve en el exterior está privado de alma: es inmaterial, es en realidad el pensamiento y, gracias al intelecto que lo anima, comunica con el mundo inteligible de las