Espíritu, Alma Y Persona. De La Antigüedad Griega Y Hebrea Al Mundo Cristiano Contemporáneo. Guido Pagliarino. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Guido Pagliarino
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9788873045649
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Editrice, 2003.

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      En latín y en italiano, la palabra ánima (o alma en español) equivale a la palabra griega psyché, pero deriva, según algunos, de ánemos, aire o respiración, o, según otros, de anaigma, es decir, exangüe. Me limito a mencionarlo, ya que no soy etimólogo.

      En Grecia, en torno al siglo VII antes de Cristo, por tanto en los tiempos de los poemas homéricos y antes del orfismo y de Pitágoras (siglo VI a.C.) y de Sócrates y Platón (V-IV), la palabra psyché aún se usaba en el sentido práctico de vida en general, una energía natural poseída por los seres humanos y los animales y reconocible en la respiración, que, cuando cesa debido a la edad avanzada o por otro motivo, abandona al viviente al morir. La vida es asimismo individualizable en la sangre que, cuando emana abundantemente por una herida mortal, lleva a la defunción (esta es por otro lado la misma idea que encontramos entre los judíos todavía en tiempos de Jesús). Según Homero, el ser humano posee también el thimos (más o menos, la conciencia) sede de sensaciones, sentimientos y pensamientos.

      En siglo VI antes de Cristo, en Grecia psyché asume el significado de alma individual viva, consciente y racional, independiente del cuerpo inmortal. Para los órficos y, posteriormente, para los pitagóricos y para Platón, el alma es capaz de reencarnarse.

      El siglo VI a.C. es un periodo esencial para la historia del pensamiento: en China viven Lao-tse y Confucio, en la India Buda, en Persia, presumiblemente, Zaratustra, en el mundo griego nace Pitágoras y en Jerusalén se ponen por escrito los cinco libros de la Ley: el Pentateuco (a propósito del proceso histórico de formación del Pentateuco, que incluye los libros Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, y de otros textos bíblicos importantes se puede acudir, si se quiere, a mi libro electrónico Il vento dell'amore).

      Posteriormente, Platón busca la etimología de la palabra, identificándola en el verbo «respirar», anapnêin, e incluso en «yo seco» o «yo refresco», anapsycho.

      El cuerpo (soma) es para todos estos pensadores la tumba provisional del alma o, con otra metáfora, es su cárcel y por tanto la psyché no puede expresarse, impedida como está por el propio cuerpo, salvo cuando este está débil, como en el sueño y antes de la muerte. Por tanto, morir no es un acontecimiento despreciable, sino noble, porque libera al alma del cuerpo. No obstante, para Pitágoras de Samos, como también para los órficos, el cuerpo es, sí, la prisión del alma, pero la filosofía, junto a ciertas prácticas de purificación, puede ayudar a desprender la propia alma de las malas influencias del cuerpo. Sin embargo (estamos en el dualismo cuerpo-alma y en el espiritualismo), se considera también necesaria la metempsicosis: solo sucesivas reencarnaciones pueden permitir la liberación definitiva de la psyché del soma en el ciclo de nacimientos y muertes. Con el pitagorismo, las almas individuales se ven como expresiones de un alma cósmica común, de un espíritu (pneyma) común, según la concepción de un origen unitario del mundo. Nace así el emanacionismo, doctrina de la proveniencia de las almas humanas de la divinidad. Platón considera al alma universal como la más perfecta de las cosas generadas: «Después de que se completa toda la creación del alma según la mente del creador, este crea dentro de ella toda la parte corpórea (…) pero el alma, que es partícipe de la razón y la armonía, es la mejor de las cosas generadas por el mejor de los seres inteligibles y eternos» (Timeo 37).

      Antes de proseguir con Platón, presento algunas consideraciones sobre su maestro Sócrates.

      A veces se lee u oye que el concepto griego de alma se debe a Sócrates. Otros, entre los que me encuentro, prefieren decir a Sócrates-Platón, incluso a Platón-Sócrates, considerando más importante la contribución del primero. Por otro lado, como aparece en los propios textos y manuales de historia de la filosofía, la figura histórica del maestro de Platón es bastante vaga y distinguir entre el pensamiento nunca escrito del Sócrates histórico y el expresado en los Diálogos de Platón, en los cuales la figura socrática actúa como maestro, es una tarea notoriamente ardua. Ha sido intentada por muchos, pero el Sócrates de la historia no resulta estar bien definido, mientras que la figura del platónico continúa confundiéndose con el anterior en el sentir común. Por ejemplo, no todos han tenido presente que el Sócrates histórico nunca habló del método dialéctico de la mayéutica, es decir, de sacar el conocimiento del alma del interlocutor (como supongo que no todos mis lectores conocen la historia de la filosofía, no creo inútil precisar un concepto, aunque sea bastante conocido) igual que una comadrona saca al recién nacido de su madre, interlocutor en el cual se supone que existe un patrimonio latente de conocimiento apriorístico. Ese método es genuinamente platónico, no socrático, y deriva de la idea de Platón de la preexistencia de las almas.

      Como escribía el estudioso de Sócrates, Heinrich Maier, es un «procedimiento que aparece por primera vez en el Menón y (…) enseguida en el Teeteto se le llama expresamente mayéutica», con el que «el Sócrates histórico no tiene absolutamente nada que ver» (Heinrich Maier, Socrate, op. cit., vol. 2).

      La figura del maestro de Platón no se había definido todavía con certeza, a pesar de los muchos estudios de diversos autores, cuando Maier publicaba en 1913 su obra sobre Sócrates, que iniciaba afirmando que ese personaje aparecía totalmente «sepultado bajo las escorias de la tradición literaria», lo que equivale a decir principalmente bajo los testimonios de Platón, Jenofonte y Aristóteles (considerando que «el avalista de Aristóteles (…) podemos decir con seguridad que es Jenofonte») y de otros, como Antístenes (filósofo alumno de Sócrates) y Aristófanes, cuyo testimonio grotesco de la figura socrática, en la comedia Las nubes, es anterior a todas las demás documentaciones, al haber sido representada por primera vez la obra en el año 423 a.C., cuando todavía vivía Sócrates, muerto en el 399 después de su conocida condena a muerte. «Se nos muestra», afirma Maier, «como un filósofo obsesionado con la naturaleza, un pensador en las nubes que a las cosas más próximas de esta tierra da las explicaciones más complejas (…) un maestro de la nueva sabiduría, que hace fuertes los discursos más débiles, hace triunfar a los injustos sobre los justos y se interpone en el camino del derecho y la moral». Digamos que más que una mofa de Sócrates parece una caricatura de los sofistas, es decir, que no se correspondía con sus otras representaciones, sobre todo la de Platón en su Apología de Sócrates (Cf. a propósito de esto el prólogo de Francesco Adorno en I sofisti e Socrate, cit.). Sin embargo, Mayer escribe que «Platón, y también Jenofonte y Antístenes, pueden hablar por experiencia propia solo en relación con el periodo en el que se relacionaron con el maestro», es decir, en términos generales, su último decenio de vida. Por tanto, volviendo al Sócrates de Aristófanes, como se ha «admitido muchas veces», el Sócrates histórico podría haber sido antes diferente y tal vez incluso un sofista en las nubes, pero las personas pueden cambiar con el tiempo y efectivamente, es habitual que cambien (esperamos que para mejor), hipótesis esta que por cierto no afecta a la figura del maestro al que escuchó Platón y los otros oyentes mucho después de aquel 423 a.C. en el que se representaron Las nubes por primera vez.

      Se trata en suma de distinguir en los diálogos platónicos qué parte del discurso es de Sócrates, o al menos también es suyo, y cuánto corresponde solo a Platón.

      La misma Apología, que aun así tiene una «importancia fundamental», sin duda «no es un documento histórico en sentido estricto.