âYo también lo creo,â dijo el otro, âpero no sabrÃa decir el qué.â
13
La primera audiencia en la que participó Davide Pagliarini, por haber embestido al niño en la carretera de circunvalación de Bolonia, fue bastante embarazosa para él. Fueron expuestos los hechos y, a continuación, el culpable fue interrogado delante del juez.
Después de las preguntas del abogado de la acusación particular y de las del defensor, desde el público se escuchó un â¡Avergüénzate!â gritado con tanta fuerza que resultó estridente.
Pagliarini empalideció y quedó paralizado en la silla, sin saber de qué parte mirar; le habrÃa gustado hundirse, desaparecer, y no encontrarse en aquel lugar en ese momento.
Después de un instante, se giró hacia su abogado y, sin mediar palabra, su mirada le dijo ¿qué debo hacer?; el otro, sin abrir la boca, respondió con una mirada interrogativa, ya que ni siquiera él sabÃa que serÃa mejor: seguramente no dar importancia a lo ocurrido, considerando la reacción que habÃa tenido lugar, harÃa que la situación fuese menos problemática, antes que mostrar la vergüenza requerida por la persona que habÃa tenido el valor de dar ese grito en público en el interior del aula de un tribunal.
Finalmente, Pagliarini se levantó de la silla usada para los interrogatorios y fue hacia su abogado andando lentamente, pero sin mostrar signos de hacer entender al anónimo chillón de haber dado en el blanco.
La audiencia finalizó sin una resolución definitiva, a la espera de otra sesión.
El abogado escoltó a su asistido hasta la salida para evitarle episodios desagradables similares al que habÃa ocurrido en la sala, entonces le dijo que se verÃan de nuevo en breve para decidir cuál lÃnea de defensa seguir en la siguiente audiencia.
El inspector Zamagni y el agente Finocchi fueron juntos a hablar con el empresario que habÃa contratado a Lucia Mistroni.
La muchacha trabajaba en la Piazzi & Co. como empleada de oficina y se ocupaba de la contabilidad.
Cuando hablaron en la recepción, a los dos los hicieron sentar en butacas de piel que estaban enfrente del mostrador y, pocos minutos más tarde, los recibió el titular de la empresa.
Era un hombre de unos cincuenta años, de aspecto sencillo y con modales ni agresivos ni arrogantes, que se mostró feliz de ayudar a los funcionarios de policÃa en el desempeño de sus funciones.
â¿De qué os ocupáis?â preguntó Zamagni
âImportación-exportación de artÃculos diversos.â dijo el hombre.
â¿Y la señorita Mistroni trabajaba con vosotros desde hacÃa mucho tiempo?â
âNo recuerdo exactamente, pero aproximadamente algunos años.â
Zamagni e Finocchi asintieron.
â¿Según usted, cómo era la relación de la muchacha con sus otros colegas?â
âPor cuanto yo sé, buena. Desde este punto de vista me siento afortunado: parece ser que todos los trabajadores contratados de esta empresa se llevan bien, hay un clima muy relajado.â
âComprendoâ, dijo el inspector.
â¿Nos sabrÃa decir si, por casualidad, la señorita Mistroni tuviese problemas fuera del trabajo?â preguntó el agente Finocchi, âQuiero decir algún episodio del pasado del que la muchacha hubiese hablado con usted o con otra persona.â
«Siempre fue una persona bastante reservada.»
â¿Y entre sus colegas no hay ninguno con quien tuviese una relación confidencial?â
âMe llegó la noticia de que se habÃa prometido con un ex dependiente nuestro pero que, hasta hace un mes, trabajaba aquÃ. No me parece que hubiese otras personas con las que tuviese una relación de confianza.â
Zamagni y Finocchi se intercambiaron una mirada: Paolo Carnevali no les habÃa dicho nada parecido y quizás tendrÃan que profundizar sobre este tema.
Intuyendo que, al menos aparentemente, aquella charla no les estaba llevando a ninguna parte, los dos agradecieron al hombre su paciencia, Zamagni intercambió con él la tarjeta de visita, y después salieron.
14
A la mañana siguiente Zamagni recibió una llamada de la PolicÃa CientÃfica para darle información adicional sobre Lucia Mistroni: análisis hechos en profundidad habÃa revelado una cantidad nada despreciable de melatonina y, cuando el inspector pidió explicaciones, su interlocutor le dijo que se trataba de un sedante, para conciliar el sueño, pero que en dosis excesivas podÃa dar lugar a algunas contraindicaciones, entre las que se encontraban los mareos.
âPor lo tanto la muchacha podrÃa haber tomado por voluntad propia demasiados comprimidos de esta sustancia, golpearse la cabeza y morir.â
âSÃ. En realidad es posible otra hipótesis.â
â¿Cuál?â
âHay melatonina en gotas. Si de verdad la señorita Mistroni conocÃa a su asesino, este último, no pareciendo sospechoso, podrÃa haber puesto una cantidad excesiva de gotas en una bebida, la muchacha ha bebido y⦠¡patatrac! â
âNo podemos excluir esta posibilidad. La tendré en cuenta, gracias.â
Terminada la conversación telefónica Zamagni fue en busca de Marco Finocchi para informarle de las últimas noticias recibidas.
âParece que el caso se está complicando cada vez más,â dijo el agente.
El inspector asintió.
â¿Y si la muchacha, por algún motivo, estuviese cansada de cómo le iban las cosas? Por algún motivo desconocido podrÃa haber deseadoâ¦â
â¿Suicidarse?â
âSÃ.â
â¿Sin dejar ni siquiera una nota con alguna explicación sobre ello?â
Ambos quedaron pensativos, asà que Zamagni dijo, aunque de mala gana: âQuizás deberÃamos volver al principio.â
â¿En qué sentido?â
âVolver sobre nuestros pasos, interrogar de nuevo a todos e intentar revaluar cada elemento que tenemos en nuestro poder, ahora que sabemos lo de la melatonina.â
âYa entiendoâ, dijo Finocchi.
âNo hay tiempo que perder,â le exhortó el inspector, âReseteemos y partamos de cero.â
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