-A ver, vamos a comprobar lo que nos contaste, ya verás como no pasa nada âdice Ricardo.
-Si estás tan seguro haz exactamente los mismos gestos y di las mismas palabras, vamos âarguyo medio ofendida aunque sintiendo una ligera aprensión por temor a meternos en un lÃo que no se sabe dónde va a llegar.
-¡Vamos tÃo, demuéstrale que está como una chota! ¡Nadie desaparece asà como asÃ! âdice SofÃa.
-Bueno, me puse asà y dije que me gustarÃa estar en Coruña en la playa de Riazorâ¦
¡Zuuummmm! ¡IncreÃble! ¡Ha desaparecido! ¡Guau! Por un momento nos quedamos anonadados, es para no creérselo pero Ricardo se ha fundido en la pared. Entonces uno a uno hacemos lo mismo. No podemos dejarle solo. Parecemos los protagonistas de una novela de ciencia-ficción pero es la realidad, si lo contáramos creerÃan que estamos chiflados. Nos sentamos en la arena, cerca del muro y detrás de una roca:
-¡Que pasote!
-¡Incredible, colega! Podremos tomar vinos cuando nos pete, ¡tope guay! âdice SofÃa.
Y entonces ocurrió; llevábamos un rato desvariando sobre las infinitas posibilidades de la sombra cuando oÃmos un gemido. Nos quedamos en silencio unos minutos a ver si volvÃamos a oÃrlo, el lamento se repitió, extrañados nos levantamos con el fin de investigar su procedencia; no habÃa nadie en los alrededores pero continuábamos escuchándolo, parecÃa venir del mar asà que nos pusimos a caminar por la orilla, a medida que avanzábamos en dirección a Las Esclavas se hacÃa más nÃtido y claro, no se veÃa nada. A la altura del Playa Club y debajo de una de las barcas, descubrimos un bulto, origen del gemido, un hombre de unos treinta años, desangrándose, con un puñal en el costado derecho: no estaba muerto pero no tardarÃa en estarlo, con gran esfuerzo abrió los ojos y mirando a SofÃa dijo:
-¡Raisâ¦raisâ¦toma, guardaâ¦loâ¦Â¡cof,cof!â¦rais,raisâ¦daâ¦seâ¦lo,â¦noâ¦olvidarâ¦Â¡Rais!-logró articular el hombre antes de morir. Una pequeña caja de metal plateado pasó a manos de SofÃa. Nos disponÃamos a ver el contenido cuando hasta nosotros llegó un rumor, alguien venÃa hacia donde nos encontrábamos, tenÃamos que desaparecer antes de que nos descubrieran al lado del cadáver, podÃa dar lugar a un malentendido; como no tenÃamos mucho tiempo nos deslizamos por detrás de las barcas hasta el muro y entonces oÃmos una conversación que aún nos dejó más perplejos:
-Tiene que estar por aquÃ, sé que Los Otros no lo encontraron, no sirvió de nada el torturar a Abdul, ni siquiera las amenazas de muerte lograron amedrentarlo, era un valiente. Debemos recuperar la caja, la vida de nuestro pueblo depende de ella âoÃmos decir a una voz ronca y bien modulada aunque extranjera.
-Tiene que tenerla encima.
-Lo he registrado bien y no la tiene, sé que ninguno de Los Otros la ha encontrado.
-A lo mejor tuvo tiempo de esconderlo antes de que lo cogieran.
-Es posible pero ¿Dónde está? ¿Dónde ha podido ocultarla?
-Por la mañana podemos, debemos, ir a la playa de la última vez, quizásâ¦
-Puede que tengas razón, larguémonos antes de que pase alguien por aquÃ-replicó el dueño de la voz ronca.
-Vamos.
¡En menudo lÃo nos acabábamos de meter! Lo mejor que podÃamos hacer, por el momento, era buscar un sitio tranquilo y seguro donde pasar la noche y examinar la caja, luego ya pensarÃamos qué hacer con ella. A LuÃs se le ocurrió que el viejo matadero abandonado serÃa un buen sitio y hacia allà encaminamos nuestros pasos, nos sentÃamos confundidos por lo sucedido y durante el camino apenas nos dirigimos la palabra. Resultaba alucinante que hubiera habido un asesinato en la playa de una ciudad en la que, normalmente, esta clase de sucesos era la excepción, ¡pensar que mientras la basca se divierte en una noche de sábado a pocos metros estaba cometiéndose un crimen!
¿A donde nos llevarÃa aquella caja? ¿Por qué era tan importante? Un hombre habÃa muerto por su culpa; me recordaba las antiguas pelÃculas de espÃas con muertos por todas partes y esas cosas. Seguro que la explicación era mucho más simple: algún ajuste de cuentas entre traficantes de droga o algo parecido, peroâ¦estaba aquella extraña conversación que me hacÃa pensar que la anterior interpretación era falsa. De cualquier modo me parecÃa increÃble estar viviendo una de espÃas. Entramos sin dificultad en el edificio ya que la puerta no tenÃa cerradura, no habÃa nadie, sólo escombros por todas partes, aquà y allá algunas mantas y cartones, allà vivÃa gente por lo que decidimos subir al primer piso donde se encontraban las oficinas y nos metimos en una de ellas. Ricardo, que es especialista en coleccionar boberÃas tales como llaveros-navaja, llaveros âcartas de baraja, llaveros-bloc de notas y demás, sacó de su bolsillo una pequeña linterna-llavero:
-A ver, pásame la caja âdijo a SofÃa.
-Toma. ¡Qué cosa más extraña!
-¿El qué?
-Me dio la impresión de que ese hombre me conocÃa pero yo no recuerdo haberlo visto nunca.
-¡Que va, tronca! Simplemente fue al primero que vio.
-Estoy convencida, nos miró a todos pero me la entregó a mÃ, aquà hay algo raroâ¦no sé lo que es pero tiene que ver con alguien que conozco, es sólo una impresión de todas formas.
-Bueno, mira, vamos a ver qué contiene la caja âdijo, impaciente, LuÃs.
Pequeña, de color plateado, tenÃa todos sus resquicios sellados con lacre rojo, el mechero de gasolina de LuÃs ayudó a abrirla y en el interior ¿a qué no se imagina lo que encontramos?
-¡Un simple papel! Un papel en el que estaba escrito una sola palabra: Rais. La misma que habÃa pronunciado el hombre antes de morir âdijo SofÃa-; no tenÃa sentido ¿qué extraño significado encerraba que la gente mataba por ella?
-Como supondrá no pudimos pegar ojo en toda la noche intentando descubrir lo que estaba pasando, barajamos infinidad de teorÃas, incluso el que fuese el nombre de un misil o alguna vacuna imprescindible contra alguna enfermedad raraâ¦Â¡ya qué sé lo que imaginamos!
AmanecÃa y aún estábamos perplejos por lo ocurrido, no sabÃamos qué hacer. Se nos escapaba el significado de aquellas palabras oÃdas a un hombre moribundo, y luego estaba la caja que precisamente le habÃa entregado a SofÃa, ¿por qué a ella?, no podÃamos contarle a nadie lo ocurrido, no nos creerÃan o, si lo hacÃan, lo más probable es que también estuviesen metidos en la historia y habÃa posibilidades de salir malparados de la dichosa movida, ¡en fin, una pasada!
-Lo mejor que podemos hacer es esperar a ver qué pasa âdijo prudentemente LuÃs âtarde o temprano encontrarán el cadáver y es fácil que el periódico lo publique uno de estos dÃas. Lo más recomendable es que volvamos a Madrid esta noche y esperemos ver qué ocurre y quién es ese hombre.
-Por mÃ, de acuerdo ârespondió Ricardo.
-¿A qué playa se referirÃan? âpregunté a SofÃa.
-¡Vete a saber! Hay montones de calitas por toda la costa, no creo que lleguemos a averiguarlo. âcontestó ella.
Ninguna razón nos retenÃa allÃ, es más, alguien podÃa habernos visto y quizás estuviésemos en peligro, asà que volvimos a la sombra y regresamos a Chueca; nos tomamos la noche con calma, bebimos