âNo lo disfrace. Me llama obsesivo en pocas palabras, no habla con un analfabeto. Recuerde que he leÃdo tantos libros como cabellos tiene usted en la cabeza.
âLo sé. Es que⦠es rara su forma de ser, señor Paradize. Tengo que admitir que es usted único.
â¡Por fin dijo algo espontáneo y real sobre mÃ! La felicito. Esto merece que nos tomemos el té. Debe estar por enfriarse.
Bebieron en medio del silencio y de cierto protocolo. Ãl miraba con desconfianza a Lara, ella dejaba notar poco el temor que sentÃa. Como tenÃa las manos sudadas, a ella se le escurrió la taza, que cayó al suelo y se rompió.
â¡Es usted unaâ¦! âexclamó élâ. ¿Sabe cuánto cuesta esa taza? Es una fina pieza de vajilla que me regaló mi abuela. La trajo de la India en uno de sus viajes antropológicos. Llevaba conmigo más de treinta años. ¡Qué torpeza!
â¡Lo siento! ¡Lo siento! Se la pagaré, puedo pagarla. âdecÃa ella mientras recogÃa los restos de debajo del diván.
â¡Margaret! âllamó el señor Paradize a voces.
âDÃgame, señorâ¦
âRecoja esa taza rota, por favor.
âSÃ, señor.
âPuedo pagarla. DÃgame dónde puedo encontrar esa taza, por favorâ¦
âNo podrÃa, aunque quisiera. Es una pieza genuina. Acaba de descompletar la vajilla más cara de esta mansión, merece un aplauso, terapeuta paupérrima.
âA través de otros nos convertimos en nosotros mismosâ
Lev S. Vygotsky
CAPÃTULO II
Ecos del pasado
Tras el incidente con la taza la terapeuta Lara Nova se sintió mal, culpable de la torpeza cometida, pero más por las palabras del Paradize, quien aprovechaba cada mÃnima oportunidad para menospreciarle de forma absoluta.
Aquella culpa era recompensada por la compañÃa que él le proporcionaba. Los insultos y malos tratos no eran del todo desagradables para ella, sabÃa que pronto llegarÃan los halagos a los que se habÃa hecho adicta.
¡Qué forma tan asqueante de mendigar un poco de atención! Ese era un pensamiento que pasaba frecuentemente por su anestesiado cerebro. AdmitÃa levemente en su subconsciente que estaba algo equivocada con la absurda ilusión de ser lo que él creÃa que era ella.
Después del silencio de aquellos minutos, él permaneció en aquel asiento, tranquilo. La bebida habÃa surtido su efecto.
âMe parece que después del té luce usted un tanto⦠más sereno. Quisiera que pudiese permanecer asà un buen rato, por su propio bien.
âLa serenidad, señorita Nova, no es una elección, es una condición. Como psicóloga debe saberlo.
âSÃ, es verdad, pero no podemos negar que es más cómodo cuando es usted más accesible, más fácil y más manejable.
â¿Le gusta?
â¿Qué? ¿Que si me gusta qué?
âQue sea yo manejable, como manso corderito.
Paradize se puso de pie y se colocó detrás de la silla donde ella estaba sentada, solo sintiendo sus manos sobre los hombros. Lara estaba algo asustada. Se sonrojó, sonrió y, tras de un trago seco, suspiró.
âSÃ, no puedo negar que me gusta tener el control âSonrióâ. Pero con usted es algo casi imposible. Soy dominante y eso la perturba.
âNo, en absoluto, más bien me inquieta. A medida que escucho sus relatos más me interesa, es como una de esas novelas adictivas.
Lara se puso de pie y quedaron frente a frente.
âAh, ya veo⦠me ve como una historia de entretenimiento⦠¡Asombroso! âdijo muy sereno.
âNo es eso. âLara rio a carcajadasâ. Esto es un tanto confuso. Señor Paradize, es usted único⦠y no le estoy alabando. Su vida es muy interesante. Escucharle hace que me sienta⦠con deseos de saber más. ¿Adónde nos llevará todo esto? No lo sé, y es lo que más me agrada, el misterio de lo que desconozco.
âSu explicación es cómoda y satisfactoria. Me gusta que piense asÃ.
Sus miradas eran cambios de luces, disfrutaban de un intenso flirteo, coqueteaban el uno con el otro de una forma escondida. Era como una especie de código amoroso, pero a ninguno le convenÃa que eso aflorara.
âMe alegra que la calma haya llegado, porque debemos continuar hablando.
âQuiero hacerle una pregunta, Lara.
âAdelante. âLara lo miraba mientras él regresaba a su asiento.
âSi un dÃa quisiera que me acompañara a un viaje, ¿lo harÃa?
Ella tardó en contestar y eso le molestó un poco a él.
âYa veo, me teme. ¿Soy un ogro quizás? âdijo con cierto desconcierto.
âNo, nada de eso. Es queâ¦
âNada de excusas. Conteste y punto.
âSÃ, aceptarÃa. ¿Por qué me pregunta eso?
âPor nada. Ahora continuemos. Nos quedamos enâ¦
âSÃ, hablaba de su madre.
âLo sé, solo querÃa saber en qué grado está usted concentrada en esto.
âYa ve, soy asÃ. âSonrió.
Ãl la mira con ojos serios. Ella tose para disimular la incomodidad y se recuesta nuevamente mientras continúa escuchando.
La conversación da un giro un tanto brusco.
â¿Por qué es usted racista?
â¿De dónde ha sacado eso? âpreguntó molesta Lara.
âPor favor, deje de negarlo, se nota en su forma de ser. Se suma a eso su manera clasista. Estoy totalmente seguro de que denigra a las personas.
âMe está ofendiendo.
âLa verdad ofende, pero es necesaria.
âYa sabÃa yo que no durarÃa mucho tiempo usted sereno.
âMi serenidad es relativa.
â¡Ya basta! ¿Continuará narrando o qué pasará entonces?
âEstá bien, seré objetivo.
â¿Lo promete?
âSà ârespondió cortante.
âContinúe, por favor.
âBien. Como le decÃa, mi madre fue vÃctima de mi padre.
â¿Se refiere al Innombrable, al que está encerrado en una de las habitaciones de arriba?
âSÃ, ese mismo, el que está encerrado y estará siempre encerrado. Bueno, por lo menos mientras yo viva.
Ese dato llenó