Quizá, habría un número diecisiete.
Espirando ruidosamente, Ryan cruzó la frontera.
***
No pasó nada. Ryan se paró allí expectante, los músculos tensos y la mandíbula apretada, pero no había diferencias entre sus sensaciones actuales y sus sensaciones de hacía un momento. Sacó una vez más su comunicador del bolsillo, apreciando el alivio de tenerlo. “Acabo de cruzar la frontera hacia la ciudad. Hasta ahora, no siento ningún efecto”.
“Bien”, contestó la nave. “Procede hacia el centro de la ciudad. Avanza lentamente y no te arriesgue”.
“Entendido”, dijo Ryan y apagó de nuevo.
Los edificios más cercanos aún estaban a más de cien metros de distancia. Ryan se acercó a ellos con gran prudencia. Todos los sentidos estaban tensos, buscando alguna señal de peligro, aunque fuese débil. Nada se movía y los únicos sonidos eran los susurros del viento. La ciudad no olía a nada en lo absoluto, lo que era más notorio que un hedor. Ryan tenía la vaga impresión de estar entrando en un castillo de cristal, pero ese pensamiento se desvaneció rápidamente.
Llegó al primer edificio y estiró una mano titubeante para tocarlo. Era liso y duro como el vidrio, aun así opaco; no se sintió ni frío ni caliente en sus indagadores dedos, pero sí hizo hormiguear a las yemas de sus dedos. Retiró su mano. En los lugares en que sus dedos lo habían tocado, había marcas pequeñas, oscuras sobre la superficie por lo demás lechosa. Las manchas desaparecieron mientras miraba, hasta que toda la pared era uniforme de nuevo.
No había aberturas ni roturas en ninguna parte de la pared. Ryan camino al lado de la misma, en paralelo sin tocarla otra vez. Buscó una entrada o abertura de algún tipo, por la cual poder entrar al edificio. La pared parecía lisa, dura y continua sin entrada aparente. Aun así, de repente la pared resplandeció y dejó de existir, dejando un espacioso portal que Ryan podía utilizar. Saltó hacia atrás, sorprendido, luego sacó su comunicador y describió los últimos acontecimientos a la nave en órbita sobre él.
“¿Ha pasado algo más que sea potencialmente peligroso?”, fue la respuesta.
“Aún no. Aún no parece haber ningún signo de vida, más que la aparición de esta puerta”,
“Entonces debes asumir el riego de ir y explorar”, dijo fríamente el Java-10.
Claro, pensó Ryan, ¿qué te importa a ti? No es tu pellejo. “Entendido”.
Tenía una linterna consigo, pero un vistazo hacia adentro le mostró que no tendría que usarla. El interior del edificio estaba iluminado claramente, la luminosidad parecía difundir de las paredes. Al entrar, Ryan miró sorprendido a su alrededor.
El edificio estaba completamente libre de muebles. El único detalle dentro del mismo era una amplia escalera de caracol que ascendía junto con las paredes cilíndricas, y ascendía, y ascendía, y ascendía. El explorador inclinó su cuello hacia atrás para seguir el curso de la escalera, pero parecía continuar hasta el infinito. Cada veinticinco escalones, había un amplio descanso con una pequeña ventana en la pared para asomarse hacia la ciudad. Una barandilla de plástico transparente corría a lo largo del borde interior de la escalera.
Ryan avanzó lentamente, aún alerta por cualquier cosa que pudiera pasar. El eco que producían sus botas a medida que raspaban el duro piso de piedra, era casi ensordecedor en comparación con el silencio total que arropaba al resto de la ciudad. Llegó al inicio de la escalera y colocó su mano sobre la barandilla. El plástico se sintió fresco y extrañamente reconfortante, como si se hubiera encontrado con un viejo amigo entre esta extrañeza. Comenzó a subir la escalera con precaución, un pie delante del otro, con su mano firme en la baranda. Sus ojos exploraban de lado a lado, buscando cualquier peligro concebible. Pero no apareció ninguno. Entonces la impaciencia lo atenazo y comenzó a subir por la escalera corriendo.
Finalmente, se detuvo para recuperar el aliento, en el cuarto descanso. Estaba ahora a quizá a dieciséis metros del nivel del suelo. La entrada aún estaba allí, esperando pacientemente por su retorno, pero se veía mucho más pequeña desde esa altura. Caminó hasta la ventana, se asomó hacia afuera y miró
Nueva York a medio día, aceras llenas de hombres de negocios en su camino a almorzar, compradores en el tránsito entre tiendas con paquetes en sus brazos
Parpadeó y volvió a mirar. Sólo estaba la ciudad alienígena, reposando de cuclillas y silenciosa, esperando, siempre esperando. Silencio. Ningún movimiento, ningún sonido, ninguna sombra.
Con manos inquietas, Ryan prácticamente arrancó el comunicador de su bolsillo. Dejó que sus dedos temblorosos acariciaran su forma rectangular por un momento, luego realizó otra llamada a la nave. “Este es Ryan llamando a Java-10. Acabo de experimentar una alucinación”. Continuó describiendo brevemente lo que había aparecido ante él por sólo un segundo al mirar por la ventana.
“Interesante”, analizó la computadora. “Esto se correlaciona con los informes de otras alucinaciones observadas por tus predecesores. Lo que sea que les haya ocurrido a ellos, está comenzando a ocurrirte a ti. Debes tener doble precaución de ahora en adelante”.
Ryan se sentó en un escalón para recuperar la compostura. Deseó que le hubieran permitido a su compañero, Bill Tremain, acompañarlo en su misión. Bill y él habían sido un equipo siempre desde la escuela de entrenamiento. Juntos, habían explorado más de treinta mundos, enfrentando lo desconocido uno junto al otro. Sabía que no estaría sintiéndose tan solo ahora, si Bill estuviese aquí con él. Pero la computadora no quería arriesgar más personal que el absolutamente necesario. Además, todas las exploraciones anteriores habían sido realizadas por equipos de dos o más personas y todos habían fallado; quizá un único hombre tendría mejor oportunidad.
Ryan captó un movimiento con el rabillo del ojo. Giró rápidamente para ver lo que parecía una figura humana que corría hacia debajo de la escalera donde estaba y que desaparecía. Una figura con cara rojiza. La figura de Bill Tremain. Y eso era evidentemente ridículo, porque Bill Tremain estaba a bordo de la nave.
Sin embargo, Ryan bajó de nuevo la escalera, lentamente, para investigar. Por supuesto, no había nadie ahí; la pared debajo de la escalera era lisa y dura, sin ningún lugar para esconder persona alguna que hubiese corrido hasta ella. No, el edificio está desierto excepto por mí. El silencio lo atestiguaba.
“¿Buscas algo, Jeff?”. Se oyó una voz desde arriba.
***
El hombre parado en el tercer descanso no era el compañero de Ryan. En su lugar, era Richard Bael, un antiguo conocido de los días de la Academia. “Oh, no te preocupes”, sonrió Bael. “Soy bastante real”.
Eso tenía sentido. Bael había sido uno de los primeros dieciséis en entrar a la ciudad. “¿Cómo llegaste ahí?”. Balbuceo Ryan.
“Oh”, se encogió de hombros Bel, “hay maneras”. Comenzó a bajar suavemente por la escalera. “Aprenderás luego de una semana o dos”.
“No tengo planeado quedarme tanto tiempo”, respondió Ryan a la defensiva. Trató de buscar lentamente el comunicador en su bolsillo, pero Bael detectó su movimiento.
“Oh, ¿vas a llamar a tu nave? ¿Puedo decirles unas palabras?”.
“Les encantaría saber de ti”, dijo Ryan. “¿Qué le pasó a tu unidad de comunicación?”.
“Debo haberlo puesto en algún lugar y luego lo olvidé”, dijo Bael agitando su mano. “No pensé realmente que fuera tan importante”. Llegó hasta al lado de Ryan y le extendió la mano. Ryan le dio el comunicador.
“Hola allá arriba, este es Richard Bael llamando. ¿Pueden oírme?”.