Melissa trató de cumplirlo al máximo, pero no pudo. Algo faltaba, algo que necesitaba saber antes de hacer lo que el Dr. Ed le había pedido. Quería llorar. “¡No puedo, Dr. Ed! ¡No puedo, no puedo!”.
“Te dije que no iba a funcionar”, dijo el Dr. Paúl lentamente. “Tendremos que encender toda la memoria para un análisis completo”.
“Pero ella no está preparada”, protestó el Dr. Ed. “Eso podría matarla”.
“Quizá, Ed. Pero si lo hace...bueno, al menos sabremos cómo hacerlo mejor la próxima vez. ¡Melissa!”.
“¿Sí, Dr. Paúl?”.
“Prepárate, Melissa”. Esto te va a doler”.
Y, sin más advertencia que esa, el mundo golpeó a Melissa. Números, series interminables de números, números complejos, números reales, enteros, bases, exponentes. Y había batallas, guerras más horribles y sangrientas que las que había soñado, y listas de bajas que eran más que reales para ella, porque ella lo conocía todo sobre cada nombre, la estatura, el peso, el color del cabello, el color de los ojos, el estado civil, el número de cargas familiares...y la lista sigue. Y había estadísticas, pago promedio de los conductores de Ohio, número de muertes debidas al cáncer en los EE.UU. entre 1965 y 1971, producción promedio de trigo por tonelada de fertilizante consumido...
Melissa se ahogaba en un mar de datos.
“¡Ayúdenme, Dr. Ed, Dr. Paúl! ¡Ayúdenme!, trató de gritar. Pero no podía hacer que la escucharan. Alguien más estaba hablando. Algún extraño al que ni siquiera conocía estaba usando su voz y diciendo cosas sobre factores de impedancia y semiconductores.
Y Mellisa caía más y más profundo, empujada por el avance implacable de la armada de información.
Cinco minutos después, el Dr. Edward Bloom abrió el interruptor y separó la memoria principal de la sección de personalidad. “Melissa”, dijo suavemente, “ya todo está bien”. Ya sabemos cómo va a terminar la historia. Los científicos le pidieron a la computadora que se rediseñara a sí misma y lo hizo. Ya no habrá más pesadillas, Melissa. Sólo dulces sueños de ahora en adelante. “¿No son buenas noticias?”.
Silencio.
“¿Melissa?”. Su voz era aguda y temblorosa. “¿Me oyes, Melissa?”. “¿Estás ahí?
Pero ya no había lugar en la MLSA 5400 para una pequeña niña.
Las chicas de los USSF 193
Éste apareció por primera vez en If, diciembre 1965.
Esta fue mi primera vez. Por favor sea gentil.
Sen. McDermott: Bueno, Sr. Hawkins, quiero que esté consciente que esta audiencia privada no es un juicio y que no se le está imputando ningún crimen.
Sr. Hawkins: ¿Es por eso que recomendó que trajera a mi abogado?
Sen. McDermott: Sólo hice esa recomendación porque pueden presentarse, ante el comité, algunos tópicos o preguntas referentes a asuntos legales. El propósito de esta audiencia es simplemente para investigar informes sobre comportamiento no ortodoxo...
Sr. Hawkins: ¡Ja!
Sen. McDermott: ...Respecto a los satélites orbitales USSF números uno ochenta y siete y uno noventa y tres. Agradeceré su franqueza sobre el asunto.
Sr. Hawkins: Déjeme asegurarle, Senador, que no tengo intención de guardar secretos y que nunca he guardado ninguno. Sin embargo, como Director de la Agencia Nacional Espacial, creí que era mejor que cierta información sobre estas dos estaciones espaciales se colocara en una lista de seguridad para beneficio de todos los interesados.
Sen. McDermott: Hablando como político —perdió su llamada, Sr. Hawkins. Pero dígame, todo este desastre fue su idea desde el principio, ¿no es así?
Sr. Hawkins: Sí, así es.
Sen. McDermott: ¿Y cuándo se le ocurrió la idea por primera vez?
Sr. Hawkins: Hace aproximadamente un año. Estaba haciendo una investigación...
—Exclúyase del registro oficial (no publicada)
Audiencia Especial de Investigación del Senado
10 de octubre,1996
***
Sólo puede especularse sobre el tipo de investigación que se estaba permitiendo a sí mismo Jess Hawkins cuando se le ocurrió la idea. Sin embargo, es un hecho que su amigo, Bill Filmore, lo visitó en su oficina el 15 de septiembre, 1995.
“Jess”, dijo, “te conozco desde hace treinta y siete años y cuando vas por ahí sonriendo como un gato Chesire, estás escondiendo algo. Esa sonrisa de duendecito tuya es obvia. Como tu mejor amigo y miembro de la Junta de la Agencia Espacial, creo que tengo el derecho a saber que te traes entre manos”.
Hawkins miró a su amigo. “Está bien Bill, creo que puedo confiar en ti, pero por favor mantén esto en la más estricta confidencia. Creo que he conseguido una manera de estimular los músculos del corazón de nuestros astronautas durante su permanencia, por largos períodos, en la USSF 187”.
“¿Por qué querrías guardar eso en secreto?
“Déjame continuar. Sabemos que durante períodos sostenidos de caída libre, el corazón tiende a relajarse, porque no tiene que trabajar tan duro para bombear la sangre en condiciones de ingravidez. Sin embargo, luego de su regreso a la Tierra, los músculos del corazón tienen dificultades para readaptarse a los estándares normales. Ya hemos tenido tres astronautas que han sufrido de ataques al corazón cuando regresan y uno de ellos estuvo a punto de morir. El programa de calistenia que instituyeron los doctores, parece haber tenido poco efecto. Creo que ha llegado el momento de tomar medidas drásticas”.
“¿Qué es exactamente lo que propones?”.
“Piensa por un momento. ¿Qué estimula el corazón, tanto literal como figurativamente, es suficientemente deseable para que los hombres lo usen frecuentemente y además es útil para elevar la moral a bordo del satélite?”.
“Nunca fui muy bueno con las adivinanzas, Jess”.
“Todo puede resumirse en una palabra de cuatro letras, común, de todos los días”, sonrió Hawkins. “Sexo”.
Filmore miró fijamente en silencio por un momento, luego dijo, “Por Dios, Jess, creo que realmente lo dices en serio”.
La sonrisa se desvaneció temporalmente de la cara de Hawkins. “Por supuesto que sí, Bill. Hemos tenido suerte hasta ahora, pero habrá un astronauta muerto pronto si no se hace algo. He pensado mucho sobre el asunto, y creo que enviar chicas al uno ochenta y siete es la mejor solución”.
“ Pero sólo desde el punto de vista económico —”
“Es por eso que estoy contratando sólo chicas europeas —son más económicas y también de mejor calidad. Ya envié allá a mi ayudante, Wilbur Starling, para reclutar a algunas de sus mejores profesionales angloparlantes. Y con la regeneración de aire y agua, los concentrados de comida económicos y los nuevos combustibles atómicos, el costo de llevarlas y mantenerlas allá, disminuye a un mínimo ridículo”.
“Pero aún es una buena suma. ¿De dónde vas a sacar todo ese dinero?”.
“Oh, lo tomé de los fondos para las viudas y otras cargas familiares de los astronautas”, dijo Hawkins, con la sonrisa de nuevo en su rostro. “Ése parecía el lugar más adecuado. También he tomado precauciones, en caso de que te lo estés preguntando, sobre mantener este asunto en secreto. Como Director, tengo la facultad de clasificar cualquier cosa que yo quiera. Ni el Presidente sabrá de ello”.
“¿Y