La cría de caracoles
Los caracoles son moluscos gasterópodos pulmonados, provistos de una concha univalva y espiral capaz de alojar todo el cuerpo del animal. Su vida es bastante breve (cuatro o cinco años) y gran parte de ella transcurre en letargo y semirreposo estival; el resto del tiempo lo emplean únicamente en alimentarse y reproducirse.
Cuando están en letargo o en semirreposo, los caracoles se introducen en la concha y cierran la abertura con un tabique provisional (epifragma) o con un opérculo calcáreo perfectamente adherido al interior del borde de la abertura de la concha.
Sexualmente, los caracoles son hermafroditas insuficientes, es decir, tienen órganos sexuales masculinos y femeninos, pero no pueden autofecundarse.
Anatómicamente, se distinguen la cabeza, el pie y la masa visceral. La cabeza se encuentra en el extremo anterior del cuerpo y está dotada de dos pares de tentáculos retráctiles.
El pie es la base del cuerpo, espesa y viscosa, que sostiene al molusco y a su concha. Gracias a las contracciones sucesivas de los músculos del pie, el caracol se desplaza. En el interior de la concha, por encima del pie, se encuentra la masa visceral: hígado, riñón, corazón y parte del intestino.
Actualmente se conocen unas 4000 especies de caracoles, 400 de las cuales están en Europa. Pero sólo unas dos docenas son comestibles.
Para diferenciar las distintas especies, generalmente se tienen en cuenta el color, la forma de la concha y la abertura.
Las especies más cultivadas para fines gastronómicos, sobre todo en España y Francia – dos de los mayores consumidores de estos animales —, son:
• Helix aspersa o caracol común. La concha mide unos 3 cm de media, es de color pardo y tiene forma de cono globoso. Este caracol pone entre 50-100 huevos entre los meses de mayo y octubre, y la eclosión de estos suele producirse a las 2–3 semanas. Su carne tiene un buen sabor, pero no exquisito.
• Helix aperta. Su carne está muy valorada. La concha mide unos 2,5 cm de diámetro de media, es de color marrón o rojizo con estrías longitudinales irregulares y tiene forma globlosa y ovoide.
• Helix lucorum o caracol turco. Su carne, al igual que la del Helix aperta, tiene un gran valor gastronómico. La concha mide unos 4 cm de diámetro, es de color marrón o castaño y tiene cinco franjas.
• Helix pomatia, caracol de las viñas o caracol de Borgoña. Es el más apreciado y valorado, tanto por su tamaño – uno de los más grandes— como por el sabor de su carne. La concha mide 4 cm de diámetro de media y es de forma globosa. Pone entre 30–60 huevos de junio a septiembre, y la eclosión se produce a las dos semanas.
• Otala punctata o caracol cristiano. Su concha mide unos 3,5 cm de diámetro de media y tiene forma achatada y globosa. Pone entre 30–60 huevos entre junio y septiembre, y la eclosión se produce a las dos semanas.
La helicicultura es el arte de criar caracoles con el fin de aprovechar su carne y productos, aunque hoy en día también puede considerarse un hobby. Este es un tema complejo que, como es lógico, no tiene cabida en un libro de cocina, pero hemos considerado importante mencionarlo y aportar algunos datos básicos y generales.
La cría de caracoles no es una tarea sencilla, por mucho que de algunos artículos o de internet pueda extraerse una idea contraria, pero es posible si se conocen bien las costumbres y exigencias de estos animales, y se les protege de sus numerosos enemigos, entre ellos algunos fenómenos meteorológicos.
El modo y la forma de explotar la helicicultura es variado. A lo largo de las últimas décadas se han probado diversos métodos y medios, y uno de los más «satisfactorios» – por el bajo nivel de mortalidad entre los animales— y rentables es la cría biológica de ciclo completo, en la que el caracol nace, se reproduce y alcanza el peso adecuado para su comercialización en cautividad.
Se ha comprobado que los caracoles sufren si están encerrados en un espacio pequeño, por eso lo primero que se requiere para llevar a cabo este tipo de cría es un terreno grande, también hay que tener en cuenta si son cambiados de un ambiente a otro, si no tienen una zona libre de vegetación… Así pues, hay que observar todo esto a la hora de planificar el terreno. Otras cuestiones que hay que tener presentes son la vegetación existente, la calidad del suelo, si tiene pendiente o no…
Además, estos animales necesitan excavar con facilidad para poner los huevos y opercularse, aman las zonas húmedas, pero temen los estancamientos de agua y el viento, y para el letargo y la deposición prefieren las zonas expuestas al sur. Así pues, los terrenos protegidos y con un buen drenaje de aguas son los más recomendables. Deben evitarse en todo momento los suelos arcillosos, rocosos, pantanosos o excesivamente ventilados.
También son inapropiados los terrenos con excesivos árboles, pues obstaculizan la formación del rocío, fenómeno vital para los caracoles.
El terreno, además, debe tener un índice de reacción de pH superior a 7,5 (ácido si el pH es inferior a 7 y neutro si se sitúa entre 7–7,5), ya que estos animales tienen una gran necesidad de calcio, fundamental para «reconstruir» la concha cuando se daña.
Preparación
Una vez escogido y analizado, hay que limpiar el terreno de zarzas, raíces, escombros y de cualquier otro material que pueda ser receptáculo de animales nocivos. A continuación, se debe arar, como máximo a 30 cm de profundidad, y se procede a «corregir» las posibles carencias del suelo.
El siguiente paso es el abonado de la tierra, que debe llevarse a cabo con cenizas siempre que sea posible, ya que el abono orgánico modifica la acidez del terreno, lo cual puede ser perjudicial para los caracoles.
También se debe rastrillar dos o tres veces, a la vez que se procede a crear todo lo necesario para que estos animales se encuentren «como en casa»: pendientes, hondonadas, canales de recogida y descarga del agua de lluvia…
Y finalmente, se cerca la parcela para impedir que los caracoles salgan y puedan entrar posibles depredadores terrestres, puesto que contra los pájaros poco se puede hacer.
Desinfección
Aparte de todo lo mencionado en los párrafos anteriores, la desinfección del suelo también es fundamental, por lo que debe realizarse concienzudamente, ya que los caracoles tienen muchos enemigos naturales. No es nada recomendable el uso de insecticidas u otros venenos, a no ser que sean de acción baja, pues estos productos pueden ocasionar la muerte de un gran número de caracoles y de sus depredadores: aves, animales de corral, carnívoros…
Este paso es muy importante y ha de ser definitivo, ya que, como hemos mencionado anteriormente, los caracoles sufren mucho con los traslados.
Conviene delimitar claramente las zonas destinadas a la alimentación, reproducción y refugio. Además, también hay que tener presente que el criador debe poder recolectar los caracoles y realizar las tareas de mantenimiento sin la necesidad de molestar a los animales y sin peligro de pisarles.
La vegetación que se plante también es importante – acelgas, alcachofas, berzas, ortigas, plantas aromáticas… – , pues unas servirán de alimento y otras, de refugio.
Lo ideal para iniciar la cría sería encontrar in situ los animales que se vayan a criar, pero como esto no siempre es posible, lo mejor – con el fin de evitar una alta mortalidad— es dirigirse a otros criaderos, y no comprar partidas de caracoles destinadas al consumo. Pero antes de adquirirlos, hay que asegurarse de que todos pertenecen a la misma especie y que se adaptarán más o menos a las características del