Y al llegar á este punto conviene que hagamos resaltar cierta circunstancia tan notable como poco observada; y es que la ciencia española de aquella época, lejos de defender la libertad del entendimiento y de protestar contra la intolerancia y la exageración del principio religioso, las ayudó en su obra. Es la filosofía madre y generadora de toda la ciencia, y á cultivarla con mucha aplicación y esmero se consagraron los españoles desde muy temprano. Pedro, el español, fué el asombro de Italia á mediados del siglo xiii, y mereció ser cantado del Dante. Raimundo Lull ó Lullio llenó con su nombre los primeros años del siglo xiv, y dejó escritas una multitud de obras de todo género, que fueron y son todavía estimadísimas de los sabios. Matemático profundo, propendía al empirismo y á la observación y experiencia, dejando sometido á reglas casi geométricas y mecánicas el arte de pensar; y si las ciencias siguieran el camino que él las trazó en sus obras, fueran harto mayores y más rápidos sus primeros pasos. Pero su doctrina se perdió en el caos de doctrinas dogmáticas que ocupaban las escasas escuelas de entonces. Juan Luis Vives vino después de Lullio á sostener ya la necesidad del método empírico, y uno y otro antes que el inglés Bacon conocieron la imperfección de la filosofía escolástica, y trataron de remediarla mejorando los estudios. Mas no era tiempo aún de lograr semejante fruto. En vano Vives, en el tratado De corruptione artium et scientiarum y en el De tradendis disciplinis esforzó sus argumentos para convencer á los sabios de su tiempo de los errores de la dialéctica. En vano quiso sustituir á ella su método de pensar, vicioso al cabo, pero más á propósito para ir desenvolviendo las ciencias y la razón en su cuna. No alcanzó otra cosa sino la gloria, mucho tiempo desconocida, de haber mostrado antes que algún otro á la Europa el camino que vino á seguirse en adelante. Por lo pronto, el escolasticismo y aristotelismo continuaron reinando en las escuelas, y, sobre todo, en las de España produjeron copiosos frutos. Durante el siglo xvi florecieron entre estos escolásticos Francisco Vitoria, catedrático de Salamanca, que escribió un tratado sobre la potestad eclesiástica y otro sobre la potestad civil, de donde Grocio tomó no pocas de sus doctrinas; Domingo Yáñez, catedrático también de aquella Universidad sapientísima, y el famoso Domingo de Soto, autor del tratado De justitia et jure, aún hoy tenido en mucho por los jurisconsultos, y de otros varios libros sobremanera apreciados por sus contemporáneos dentro y fuera del reino. De los aristotélicos fué el más grande Juan Ginés de Sepúlveda, traductor y anotador de las obras del maestro, hombre de inflexible lógica y de vasta erudición y doctrina. Negar el talento y la ciencia en tales escritores sería injusticia ó locura, y la historia de la civilización humana habrá de reparar al cabo el olvido en que les tiene, señalándoles alto puesto á todos ellos. Pero la índole particular de una y otra filosofía produjo las extrañas resultas que arriba indicamos.
Perdidos los escolásticos en el laberinto sin salida de su dialéctica, y aplicándola á asuntos de suyo tan sutiles como los teológicos, llegaron á formar una logomaquia perpetua en las escuelas, impidiendo que dedicasen sus esfuerzos al estudio de las grandes verdades morales y políticas. Achaque fué éste, que sintieron todas las escuelas del mundo por aquel tiempo; pero como en ninguna de ellas hallase el escolasticismo tanto cultivo y entusiasmo como en España, ni en otra alguna parte se viese tan protegido y apoyado por el clero, aconteció que aquí primero, allá después, se fueran disipando sus tinieblas, y entre nosotros se hiciesen cada vez más densas é impenetrables. No era más favorable la filosofía griega que lo fuera de por sí el escolasticismo al principio de libertad y á la generación de las ideas modernas. Formóse una amalgama extraña de la Providencia cristiana con el fatalismo griego, de la moral de Jesús con la de Epicteto y los demás estoicos, de las verdades del Calvario con las del Pórtico y la Academia. Entonces, á impulso de las mismas ideas que precedieron y protegieron acaso las tiranías de Filipo y de Tiberio y la esclavitud romana y griega, se fueron desenvolviendo en lo íntimo del catolicismo español, que de tan puro y severo se preciaba, principios esencialmente paganos é hijos de la civilización idólatra. Halláronse en solemne contradicción y lucha la idea cristiana en su pureza y la idea pagana en su más franca y terminante expresión, cuando disputaron en Valladolid sobre el tratamiento que había de darse á los indios conquistados, el doctor Sepúlveda de una parte, y de otra el virtuoso obispo de Chiapa, fray Bartolomé de las Casas. Aprobó el primero cuantas crueldades se cometían con aquellos desdichados «por la rudeza de sus ingenios, decía, que son de su natura gente servil y bárbara y por ende obligada á servir á los de ingenio más elegante, como son los españoles.» Doctrina enteramente aristotélica y sacada palabra por palabra del libro III de la Política. Contestóle el padre Las Casas con la sencilla doctrina de los cristianos de que Dios hizo hermanos á todos los hombres; ¡idea de fecundidad inmensa, conquista