La espero, la espero y pronto me encuentro un casete en la guantera. Tiene las tripas afuera, entre cajetillas rotas de Marlboro. Qué chucha. Me agacho a recoger el lapicero que dejé caer entre los pedales del embrague y el freno. Es verde neón, octogonal, punta redonda, tapa mordisqueada, de esos que tiñen las manos, el brazo, la cara, todo, toditito, de azul lechoso. Decido rebobinar el casete, engañar al reloj, a la araña que me clava su veneno en la nuca y que avanza, se mete, brinca, muerde, pica y se acuesta a tejer en mi tabique después de la pichanga en el baño con el Gonchi. Y mis manos furiosas y la noche y Camila y el gira que te gira, gira que te gira, como si la fricción hiciera lo suyo y ¡zas! El mono descubriendo el fuego, el hombre pisando la Luna, las tripas y la música dentro del pedazo de plástico.
Vendrá masticando una menta para disimular mi peste. En cualquier momento la veré cruzar y sísísí sísísí, el adorno de taxi, un perrito de yeso meneando la cabeza.
Con este frío de mierda habrá que calentar la máquina. Paladeo el porro, doy caladas pequeñitas, nada se desperdicia. ¡Me quemo! Tiro la colilla diminuta por la ventana. Media vuelta a las llaves, los faros del Lada parpadean. El motor tiembla, se ahoga, ruge y se apaga. Silencio. Un minuto después, la llave y el pedal a fondo: rummmmm. ¡Apura, Camila!
La llamaré con un silbido. Subirá de un portazo y me cubrirá de besos. Llevará puesto un suéter verde, verde cachaco, y me dirá que perdona la demora (Ya, mi chola), que mi viejo estuvo jodiendo (¿Qué te ha dicho?), que gracias y mua-mua-mua, te amo (¿Ah, sí?). Mua-mua-mua, y que estoy harta de que me insista con que te deje o te va a partir la cara (¡Pendejo!), pero que yo sé que tú no te dejas de nadie (¡Ni cojudo!), y que vámonos porque se hace tarde y que perdona, ¿sí?, no vuelvo a demorar (Más te vale), aunque con la espera te arrechas rapidito y jijirijiji.
Su risa deshilacha cada frase y me gusta que me las entregue a medio masticar. Voy a prenderme de su boca. La radio devora el casete en automático. Acercaré mi nariz hasta el dorso de su cuello y le diré que bien hubiera podido esperarla cien años o más, o una vaina de esas con su cita a Vallejo, Artaud o Buko. O quizá no le diga nada y solo le bese el mentón y la oreja izquierda. Luego, sonriendo, Camila tomará la pelotita de chicle que dejé pegada al tablero y se frotará de mentol los labios. Hará globitos que de inmediato yo pincharé con la lengua mientras ella le sube el volumen a la radio. El You gotta run to meeeee. Uuuuuuuh can’t you seeeee nos lamerá los oídos y avanzaremos varias cuadras hasta perdernos por las calles carcomidas de este desierto con eterno aire a matadero.
¡Diez pa’ las doce y la puta madre! Tardas un huevo, Camila. Seguro tu viejo te ha llorado y tú caíste en el teatrito ese donde finge un ataque y, tumbado en el sillón, con la pija muerta, te grita sobre lo bueno para nada que soy, lo malagradecida que eres y que mejor deberías acostarte con el Toño. ¡No te hagas, Camila! ¡No me quieras huevear! ¿Cuál Toño, cuál Toño va a ser? ¡Antonio de Osambela! ¿No le dices Toño, Toñito? ¡Claro que conozco al maricón ese! Hace una semana que te va a buscar a tu casa. ¿Crees que no sé? O sino se cuadra frente a la uni para presumirte la bata blanquita de interno y su Toyota. Yo lo he visto, Camila, no me jodas. ¡Me limpio el culo con su bata y su Tercel negro! Sé que tu papá te saca en cara que el Toño no es como el malviviente de tu Cheché, que se la vive en el vicio, en el trago, y jode que jode, hija, con esa poesía de mierda sobre la coca y las putas y esas cosas que seguro anda proponiéndote a la oreja el cojudo ese. ¡Si hasta lo escucho al cagón!
Y acá me tienes, esperando por las huevas porque seguro te entró la culpa. ¿Te jode desobedecerlo? Sí, eso es. ¡Te recontra jode! Ya no podré hundirme entre tus piernas. Ya no voy a comerme lo que el gramputa de tu viejo no quiere que me des. Cagao, porque hace rato me lo diste sin que se enteren ni él ni el huevón del Toñito, que babea por ti con el estetoscopio en el cuello y su bata blanquita, bien blanquita, el muy baboso. ¡Pero mira la hora! A ver, Camila. A ver. Yo soy un buen tipo, a ti te gusta lo que escribo, a todos les gusta, soy un amor a pesar de las cosas que tú me sabes y que le callas al resto. Soy bueno, ¿verdad?
Estoy fregado, Camila. Escribo y eso basta, aunque nadie más que tú me lea. Recito a gritos, aunque me cierren la boca a pedradas. Mi voz reventando en el papel. Los muertos en control de mi lengua. Eso no da plata, dice tu viejo. Eso no compra la casa y el carro que puedo ponerte, te miente al oído De Osambela. ¿Qué saben los chanchos de Artaud?
¿Qué saben de métrica o verso libre, ah? ¿A quién le han ganado? ¡Tira de sarnosos! La historia vendrá veloz, descarrilada. Se los llevará de encuentro, como moscas pegadas al parabrisas. ¿Y así te dicen que soy el inútil, el mantenido, el pobre diablo? ¡Todo lo que hago es un intento de recuerdo!
Y sigo aquí a pesar de eso, esperando a que cruces esa esquina para subirte al carro. Pero tú, Camila, tú no llegas nunca.
Te equivocas, no te voy a dar el gusto. Ninguno de ustedes se va a reír de mí. Se acabó, ¿me escucharon? ¡Se acabó! Llave a tope, casete en la radio, primera y pedal a fondo:
¡M e l l e g a n a l p i n c h o!
La pista es un abanico en el que salpican todos los colores del desierto con veredas que es la ciudad. Y río, porque las ráfagas de verde huelen a chicle y las de amarillo cosquillean bajo mis párpados y las otras, color rojo, son rojas como roja también es tu boca, Camila. Seguro andas tirando en tu casa con De Osambela, y tu viejo te escucha complacido y se imagina el porvenir mientras celebra con whisky cómo el médico te la arrima y tú feliz, entre globito y globito de Clorets, con la lengua verde y picante de puro mentol, pensando en el carro y en la casa que yo no podría comprarte.
Ese es tu desprecio.
La calle se abre y se desdobla y la veo encenderse en un remolino que arranca de su sitio al pavimento, a los algarrobos de los jardines, a los semáforos de las rotondas, a cada piedrita afilada de la trocha, al alquitrán caliente como nubes de bombas de Hiroshima. Y se estira el camino hasta enredarse en los postes y cubrir la ciudad de sombras que se sienten de vidrio.
Se me derrite el timón entre las manos y retrocedo hasta hace unas horas con Gonchi, en el box del Soltimbú. El huevón me pide que no maneje, que parche tranquilo, que llame un taxi y me jale a jatear, que deje el cache para mañana. ¡Como si no me conocieras, Gonchi! Ni cosquillas me hace tu vaina, conchetumare. Maizena le has metido, cagón, y que fíame un par de tiros y que te los pago el lunes a lo que sales de clase. Con el plástico y la piel del timón escurriéndoseme entre los dedos, veo a Gonchi torcer la boca mientras se soba la nariz blanquísima y yo: ¿cuándo he sido falla contigo, ah? Gonchi se caga de risa. Un par de palmadas en los pulmones y pasa el falso y los moños. ¿Y el whiskacho? Trae para asentar la pichanguita. Y yo le prometo por esta que me quito ahorita donde la Camila, se la guardo y de ahí me guardo, todo tranqui y que jajaja los dos. Juro que trato de poner el timón en su lugar, juro por Dios que lo intento, pero se me escurre porque es de plastilina suavecita, suavecita, y no hay izquierda o derecha o adelante o atrás. Y las luces revolviéndose en un tornado intermitente de agujas, el motor desquiciado, el pedal contra la pelusa del tapete, la pista que no es pista en pleno remolino, un relámpago de asfalto largo como la cola que dejan los cohetes o los cometas, y Camila mamándosela a Toñito en su Tercel del 93 y su viejo aplaude que aplaude, feliz porque el yerno nuevo se caga en billete y los nietos le saldrán colorados. Y el troncho chispeante que me prende la camisa, la trusa en llamas, el reloj