La clínica en Freud
Las vicisitudes amorosas de Dora.
En el historial de Dora, Freud apunta al vínculo con el padre, con el señor K, y con Freud en la transferencia. La frase: “no puedo pensar en otra cosa, no puedo perdonárselo”, pensamiento que obsesionaba a Dora, es interpretado como un exceso de encono, de odio consciente de Dora que encubre la atracción de Dora hacia el señor K. Freud siguiendo sus hipótesis en relación a los deseos eróticos correspondientes a su Edipo positivo, interpreta el no poder perdonar como un pensamiento reactivo a sus deseos reprimidos hacia el señor K. Previo a toda esta situación de su adolescencia que transcurre de los 14 a los 18 años, Freud describe situaciones de alteraciones de carácter de Dora, enfrentamientos sutiles con el padre, un no entenderse con la madre que quería que se dedicara como ella a las tareas domesticas. El modelo femenino de Dora era la tía paterna, mujer que Freud describe como hermana mayor del padre, muy neurótica. La madre es descripta por Freud como poco inteligente y una ama de casa obsesiva. Ya a los 8 años Dora manifestaba síntomas neuróticos y ataques agudos de disnea, insociabilidad histérica, migrañas y tos nerviosa.
Freud reflexiona acerca de la interrupción súbita del tratamiento de Dora, como la “cachetada” que le da en la transferencia, al igual que al señor K en el lago. Agrega algo que considera que no pudo trabajar en la transferencia y que fue el vinculo homosexual con la señora K. Dice Freud que es llamativa la condescendencia con la señora K a diferencia con el señor K y con el padre. En relación a este aspecto, me parece interesante este fragmento del historial donde habla de la Madonna Sixtina de Rafael. Dice Freud:
“El primo le trajo a la memoria una breve estadía en Dresde. Esta vez deambuló como extranjera, pero no dejó de visitar la famosa galería. Otro primo quiso hacer de guía en la recorrida por la galería. Pero ella lo rechazó y fue sola, deteniéndose ante las imágenes que le gustaban. Permaneció dos horas frente a la Sixtina, en una ensoñación calma y admirada. Cuando se le preguntó que le había gustado tanto en el cuadro, no supo responder nada claro. Al final dijo: la Madonna.”
¿En esta imagen de la Madonna, Dora se encontró con algo de esa fascinación con la Madonna calma y admirada? Esa ensoñación calma y admirada, ¿no sería una alusión a la niña en brazos de su madre? ¿No puede ser este relato una descripción de la fascinación ante su anhelo de respuesta a su demanda de amor, que de la Madonna/madre luego se traslado al padre, al señor K y a Freud?
En relación a su condición erótica vemos la vigencia de su erotismo oral, que remite a ese amor primero, oral canibalístico con la madre. Freud describe a Dora como chupeteadora infantil, tenemos también el tema del beso y el tema del cigarro.
En su última sesión, Freud le dice: “tiene que haber sido un serio desengaño para usted, que en vez de un renovado cortejo, sus acusaciones tuvieran por resultado la negativas y las calumnias por parte del señor K… usted imaginó que el cortejo iba en serio y el señor K no cejaría hasta que usted se casara con él”.
Freud recalca el deseo de venganza de Dora. Podemos pensar que esta venganza era una respuesta al desengaño de amor.
Son interesantes las reflexiones de Freud: “¿Habría conservado a la muchacha si yo mismo hubiera representado un papel exagerando el valor que su permanencia tenía para mí, y testimoniándole un cálido interés?... Que no habría podido menos que resultar un sustituto de la ternura que ella anhelaba? No lo sé”.
Podemos ver a Freud debatiéndose entre la justificación de su actitud y la pregunta acerca del valor de testimoniar, a veces, un cálido interés ,ternura, por parte del analista, signo que denote algo del amor, y sus efectos en transferencia, sobretodo en pacientes donde hubo un déficit de esta dimensión y un encuentro demasiado precoz o inadecuado, o a destiempo, con el otro y su dimensión pulsional sexual.
Ser deseable: lo fálico y el Ser = ser uno con la madre – ser el pecho.
Tenemos otras versiones ligadas a las vicisitudes del vínculo primario en relación a la imposibilidad de sentirse deseable. La experiencia de ilusión, esa experiencia de ser uno con la madre, es también la experiencia de ser el pecho como lo deseable, como paradigma de ese objeto, en los tiempos donde no hay diferencia sujeto objeto. La ausencia, o la imposibilidad del otro materno para brindar ese ser el pecho, sería una precondición más allá de las condiciones edípicas, que afectarían el poder sentirse amada y deseada.
La histeria, desde esta perspectiva, sería una obsesión por tener valor fálico, por imposibilidad de haber tenido la vivencia de ser uno con la madre. Ser el pecho y adquirir su deseabilidad.
El elemento femenino puro que brinda la experiencia de ser siendo, de continuidad. El caso Dora y el reconocimiento freudiano a lo que él llamó la homosexualidad en Dora no interpretada, lo podemos pensar a la luz de estas ideas. Esa “homosexualidad” sería la mutilación constitutiva de esa intimidad estructurante con la madre, cosa que la clínica nos muestra reiteradamente en las pacientes histéricas, que en los distintos momentos históricos se visten con los ropajes epocales.
Esta mutilación ataca la confianza en ser amado y deseable y puede perturbar el juego de la seducción dado que este se tiñe fácilmente de instrumento de poder. Pasamos del juego gozoso de la seducción al uso de la seducción como defensa, como herramienta de poder defensivo. Del juego que potencia la atracción a la lucha entre poderes. Esta situación que desde Dora hasta hoy la vemos en la histeria tiene en la actualidad todo tipo de recursos mediáticos y tecnológicos empezando por la pantalla de la televisión para manifestarse.
Otra historia de amor: La joven homosexual
En este historial, Freud historiza las condiciones de su posicionamiento sexual y también da a ver la historia de sus decepciones amorosas, tanto con la madre como con el padre.
En este caso, Freud observa como condición erótica masculina que la mujer que despertaba el amor de la joven era una mujer liviana “la cocott”, a la que la joven la quería redimir.
Otro modo de descarga pulsional lo podemos encontrar en su fijación a la venganza con el padre frente a lo vivido como desamor, su falta de respuesta, que se revivió en la mirada severa y enojosa del padre al verla con la cocott, y que según Freud, tuvo el antecedente infantil de la decepción con el padre frente al embarazo materno que dio lugar al nacimiento del hermanito.
Freud rastrea las predilecciones amorosas y libidinales de la joven que transitan a los 13 y 14 años una “predilección tierna y exagerada por un niñito pequeño, que es atribuida a su deseo de ser madre ella misma. Cuando el niño comienza a ser indiferente, aparece el interés por mujeres maduras, madres, que fueron objetos de reprimendas del padre”.
La satisfacción de las dos orientaciones del deseo, la homo y la heterosexual. Freud recalca en este punto la universal bisexualidad del ser humano. Respecto a la relación de la madre con la hija, Freud relata como la hija era vivida por la madre como una incómoda competidora. “La relegó tras los hermanos, restringió su autonomía en todo lo posible, y vigiló que permaneciera alejada del padre. Por eso la necesidad de una madre más amorosa pudo estar justificada desde siempre en la muchacha”. En este marco, el embarazo de la madre actúa como golpe de gracia frente a la decepción de su complejo de Edipo con el padre (Su demanda fálica dirigida al padre, a partir de su deseo de hijo) que le da el hijo a la competidora odiosa. “Sublevada y amargada, dio la espalda al padre y aun al varón en general. Tras este primer fracaso, desestimo su feminidad y procuro otra colocación para su líbido”.
Dice Freud: “la líbido de todos nosotros oscila a lo largo de la vida. El joven abandona a sus amigos cuando se casa y vuelve a la mesa del café cuando su vida conyugal se ha vuelto insípida”.
El padre con la actitud severa y enojosa, parecida a la de la dama en el momento que decide no verla más, no advierte y no responde a los múltiples dolores y desengaños