Dice Crépon que “el exiliado no está en condiciones de reconocer como suyo el mundo donde ha llegado, ni tampoco este mundo lo reconoce como perteneciente ni le ofrece los signos que podrían permitírselo” (“Sobrevivir a la pérdida del mundo”, en este volumen). Nos gustaría subrayar cómo el ensayo introduce el motivo del ‘tartamudeo’ para explicar la violencia de esta doble impotencia. Nos permitimos citar aquí un fragmento de los Journaux de G. Anders que a su vez Crépon cita en su “Sobrevivir a la pérdida del mundo”
Aquel que tartamudea es, en adelante, clasificado en un rango de lenguaje inferior por su entorno, el que no tiene el tiempo de buscar las razones de ello ni de tomarlas en cuenta. Este proceso, de hecho, no es solamente doloroso, tampoco únicamente humillante; él está realmente cargado de consecuencias funestas […] Desde el instante en que hemos sido salvados, haciéndonos exiliar, corremos el riesgo de caer en un nivel de lengua inferior y de volvernos tartamudos. (“Sobrevivir a la pérdida del mundo”, en este volumen)
El tartamudeo que constriñe a migrantes y refugiados condiciona el peso con el que cae sobre ellos el rigor de la violencia excluyente del lenguaje nacional, sea cual sea el lenguaje nacional en cuestión. No está demás recordar aquí y ahora la reacción del Gobierno de Chile con la comunidad haitiana a través de la implementación del Plan de Retorno Voluntario (2018). Situaciones de semejante injusticia activan la necesidad imperativa de la contra-palabra como arte de extender las fronteras de la hospitalidad y la justicia. La lectura que Crépon hace de los Journaux de Anders nos muestran indicios del potencial político de ligar el deseo autobiográfico a la institución de la literatura, especialmente cuando el sujeto de la confesión secular es vulnerable a los violentos mecanismos de defensa de un demos alérgico a la alteridad.
XI
La escena de familia habrá extraviado la trayectoria original del deseo autobiográfico. Este, volviéndose inhóspito al abrigo de lo doméstico, se expone a la alteración de sí; el autos deviene hete-ro-gráfico y el bios deviene tanato-gráfico. Por su irremediable finitud, la escena de familia obliga al deseo autobiográfico a disimularse en lo póstumo y testamentario. Nace así la necesidad de instituirse un poco más acá o un poco más allá de la ficción. La familia, por supuesto, no saldrá indemne; en algunos casos se le hará pagar el costo de la literatura. Ha sido el caso, por ejemplo, de Mi lucha de Knausgård. Más allá del principio de placer también es uno de esos textos donde una escena de familia entra en crisis al inscribir el deseo autobiográfico en el dilema mismo de la sucesión hereditaria. En dicha escena leída por Derrida, se exponía la especulación freudiana a una alteración de sí, a un más allá del PP (pépe, el abuelo), desconstruyéndose a sí misma en la mímesis usurpadora de un fort:da infantil, a saber, en la repetición del juego del nieto de Freud, el pequeño Ernest, que retornaba en La tarjeta postal como restancia, exapropiación y atesis. En dicha interpretación de Freud, particularmente en la sección titulada como “Spéculer sur Freud”, Derrida se refería al efecto que producía este devenir atético de la escritura tética como auto-hetero-bio-tanato-grafía. Pues bien, autoheterobiotanatográfica es la escena sobre la que se inscribe la “Carta al Padre” de Franz Kafka, texto que Avital Ronell comenta minuciosamente en “El buen perdedor. Kafka envía una carta al Padre”, traducido por Eva Monardes. Se trata de un texto cuyo decurso transcurre esencialmente en el ir y venir de una escena postal.
Avital Ronell es una reconocida filósofa y profesora de Alemán y de Literatura Comparada en la Universidad de Nueva York. Siempre fiel a más de uno (plus d’un), Ronell podría ser descrita como una escritora políglota y babélica, siempre que estos conceptos nos permitan retener algo del acontecimiento devastador que inaugura la reflexión sobre la palabra que sobrevive como un motivo interminable en su obra. Fiel, por ejemplo, a más de un habla en la lengua materna, en el Prefacio a Reinas de la noche (2012b) la autora señalaba que en el legado de dicha lengua confluía “una combinación de hebreo, alemán y derridiano” (2012b, 8). A esto nos hemos querido referir con políglota y babélica, que definen la extraña impronta de la lengua materna en Ronell. Ahora bien, si fuera lícito intentar una descripción suplementaria, diríamos que su pensamiento se nutre de varias lenguas (alemana, francesa, inglesa), de varios autores (Goethe, Hölderlin, Kleist, Nietzsche, Kafka, Freud, Heidegger, Flaubert, Derrida, Lyotard, Kojeve, Lacan), de varias disciplinas (filosofía, literatura, psicoanálisis, yoga), de varios temas (SIDA, la telecomunicación, el racismo, el feminismo, la política norteamericana) pero seguiríamos quedando cortos describiendo cada una de estas variaciones, cada una reanudándose a una diversidad de registros que se ponen en escena: comentario, ensayo, confesión, entrevista, diálogos, siempre acompañados de un particular sentido del humor. De su mano podría destacar las siguientes obras: The Telephone Book: Technology— Schizophrenia—Electric Speech (1989); Crack Wars: Literature, Addiction, Mania (1992); Finitude’s Score: Essays for the End of the Millennium; Fighting Theory: In Conversation with Anne Dufourmantelle (2010); Complaint: Grievance among Friends (2018). A decir verdad, esta lista de títulos también se queda corta.17 “El buen perdedor” que presentamos en estas Escenas de escritura es un ensayo que originalmente corresponde al capítulo cuatro de Loser Sons. Politics and Authority (2012) y su motivo es indisociable de una escena de familia donde el protagonista es el hijo perdedor (loser son). En “El buen perdedor” Avital Ronell nos ofrece una lectura que pone énfasis en la experiencia del poder que atraviesa la escena de escritura como allanamiento del hijo por la fuerza de la institución familiar, allanamiento en sentido llano, aplanador, que empequeñece al hijo, que retrotrae al sujeto que escribe a su infancia. Una experiencia del poder sin autoridad, o más bien, de una experiencia del poder que expulsa la autoridad hacia un afuera, ahí, “donde sea que el ahí se encuentre”, dice Ronell al comienzo de su ensayo, donde el espectro del Padre sobrevive, se engrandece y manda con rigor inédito sobre el hijo.
Ahora bien, el hijo perdedor es una figura peligrosa, complicada, y en nuestra lectura, hay dos maneras de aproximarse a ella.
En primer lugar, desde el sentido común, loser son es el hijo de sexo masculino que se desautoriza frente al Padre al defraudar el legado familiar. Por ejemplo, en “Carta al Padre” de Franz Kafka, texto que Ronell comenta en “El buen perdedor”, el personaje Franz cumple la función de loser son en la medida que se desautoriza frente a su padre Hermann, negándose a contraer matrimonio y administrar los negocios familiares, aunque —cuestión no menor— Franz se haya desautorizado con la intención de poder escribir. Porque desautorizarse es también hacerse poderoso en la escritura, con el precio que ello implica: el devenir infante, incluso el devenir animal, particularmente parásito y destructor del legado familiar. Así, señala Ronell: “Los hijos perdedores que convoco son perdedores incluso cuando ganan” (2012, 2). En realidad, hasta el más exitoso hijo podrá ser un hijo perdedor, en la medida que la condición de loser son no pasa tanto por el éxito o el fracaso del hijo sino por una determinada posición frente al guardián del legado familiar: el Padre. Así, el hijo perdedor de Ronell asumiría lo que Pablo Oyarzún ha llamado acertadamente como el ‘pathos’ de la posición ‘contra-dinástica’.18 Aquí el alcance filosófico del hijo perdedor radica en que es perdedor porque no ha podido fundar una ontología ni continuar el legado de otra.
Hay otra manera de aproximarse a la figura del hijo perdedor y es la que Avital Ronell desarrolla propiamente