La filosofía, en este sentido, se apropia de posibilidades mundanas que van desde el punto de partida de la cotidianidad como algo «pasado por alto» en la tematización del modo de ser del ser humano, hasta la determinación ontológica de las cosas a partir de la esencia como ámbito insuperable respecto del preguntar.
Sin embargo, lo proyectado necesariamente remite a lo yecto, en tanto limita sus posibilidades mundanas. En ello, la primacía del advenir, como aquello que guía la apertura de posibilidades en el mundo, remite a lo sido de tal manera que aquello abierto como posibilidad depende de su carácter fáctico, en tanto posibilidad acaecida. Así, la apropiación de lo que adviene y se abre como posibilidad comprensora de mundo es determinada por su tener que haber sido. De esa forma, la filosofía se apropia de las posibilidades que advienen solo en la medida en que se inserta en el horizonte temporal de lo sido, que se expresa en la historia.
Lo que aprehendemos, en todo este entramado entre filosofar y existencia, es que la filosofía expresa el existir en su carácter de proyecto yecto de forma histórica, por lo que las preguntas y tematizaciones filosóficas remiten, necesariamente, al carácter epocal en el cual son captadas. Asimismo, los conceptos desplegados en cierto momento no revisten un carácter arbitrario, sino, como ya enfatizamos, se comprenden a partir de su dimensión histórica.
Con base en esto puede entenderse que la remisión al lenguaje, al cuerpo y a la técnica que será desplegada en los siguientes capítulos, no es una yuxtaposición de conceptos tradicionales de la filosofía, más bien se trata de modos en los que Heidegger intenta pensar, precisamente, lo simple de lo olvidado. El lenguaje, el cuerpo y la técnica no son meros temas que coadyuven a una conversación filosófica; desde la perspectiva que acabamos de señalar, son formas de aprehender nuestro estar en el mundo de modo histórico, y aspectos que reflejan el propio modo de ser de eso que somos en la transparencia filosófica que tematiza. Si se logra tal lectura, se habrá obtenido también el acercamiento buscado en estas páginas.
El despliegue de lo que aquí se expone ha sido fruto de la reflexión a lo largo de los últimos años, principalmente gracias a las condiciones fácticas dadas en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Agradezco la confianza y el apoyo brindado por el Dr. José Alfonso Esparza Ortiz, así como por su equipo de trabajo, especialmente por el Dr. Ygnacio Martínez Laguna, vicerrector de Investigación y Estudios de Posgrado. Asimismo, doy las gracias a los colegas y amigos de la Facultad de Filosofía y Letras por su constante apoyo anímico y filosófico en los últimos años. Agradezco a Viridiana Pérez, de manera especial, por estar estos últimos meses en los que la pandemia me reveló que la finitud, efectivamente, es aquello que nos determina y obliga a retornar filosóficamente a la vida misma.
I. El problema de la representación en el inicio de la fenomenología
Lo presente es, pues, lo contrapuesto para
el representar; el representar, como percipere,
es el cogitare del ego cogito de la conscientia,
de la conciencia, de la autoconciencia como sujeto[iii].
Martin Heidegger, Bremer und Freiburger Vorträge
[Conferencias de Bremen y Friburgo]
Es ampliamente conocido que un punto revolucionario de la filosofía fenomenológica del siglo XX, a partir de Edmund Husserl y Martin Heidegger, es el papel inicial que desempeña la intencionalidad en la descripción del mundo-de-vida (Husserl) o de ser-en-el-mundo (Heidegger). Con tal punto de partida, queda abolida la posibilidad de caer en un realismo ingenuo o insertarse en un idealismo de carácter absoluto. El hecho de que la intencionalidad permita abordar los fenómenos más allá de la clásica toma de postura del objeto o el sujeto, renueva, de forma radical, las posibilidades mismas del filosofar y aprehender nuestra estancia en el mundo. Con ello, la fenomenología se convierte en un modo de tratamiento de cualquier fenómeno que busque ser descrito a partir de su manera de aparecer.
Así, la dispersión temática, que encontramos en las propuestas fenomenológicas, intenta abordar aquello que la tradición misma ha heredado como problemas filosóficos, pero ahora desde un nuevo punto de partida radical. De esa forma, algunas tematizaciones remiten a descripciones de fenómenos que se hallan en la base o que pueden servir para aclarar la problemática en su conjunto. La cuestión del lenguaje en la fenomenología no es la excepción, ya que, como sabemos, el despliegue inicial al respecto lo lleva a cabo Husserl en la primera de sus Investigaciones lógicas; sin embargo, una comprensión cabal de lo que ahí se expresa exige la remisión a problemáticas planteadas alrededor de la cuestión de la representación (Vorstellung), en los albores de la fenomenología y en discusión con otros planteamientos.
En la última década del siglo XIX, Husserl da sus primeros pasos de forma autónoma en la filosofía. Tal propuesta se realiza a partir de su relación con la tradición de forma directa o indirecta. La primera, como se sabe, ocurre a partir de los impulsos tomados de Franz Brentano y alumnos de su círculo, como es el caso de Kazimierz Twardowski, Carl Stumpf y Alexius Meinong. El apego a la tradición ocurre de forma indirecta, por ejemplo, con la lectura de autores como Bernhard Bolzano o Hermann Lotze. Precisamente los problemas desplegados en tales tradiciones conducen a plantear cuestiones que, de algún modo, configurarán dos de las grandes líneas de trabajo filosófico en el siglo XX: la fenomenología y la filosofía analítica.
Uno de los problemas discutidos en la escuela de Brentano condujo a un enfrentamiento al planteamiento de Bolzano: la Vorstellung, representación[1]. En 1893, a partir de problemas relacionados con la geometría, Husserl se propone tematizar la representación determinante en ello, a saber, la del espacio. Desde la tradición kantiana, tal representación era aprehendida en el ámbito de la intuición, pero hasta qué punto la representación espacial era completamente intuitiva, al ser el espacio infinito más bien de carácter simbólico o abstracto y, en ese sentido, intuitivo de forma indirecta (cfr. Schuhmann, 1990-1991a: 119-s.).
Esta problemática permite a Husserl pensar la representación en dos sentidos: como intuición o presentación y como intención o representación funcional (cfr. Rizzo-Patrón, 2002: 229). En términos de Husserl, se hablaría de una anschauliche Vorstellung [representación intuitiva] y de una repräsentierende Vorstellung [representación funcional], dicho despliegue se lleva a cabo en su escrito «Estudios psicológicos sobre lógica elemental». No obstante, la aparición del libro de Twardowski Sobre la doctrina de contenido y objeto de la representación. Una investigación psicológica, en 1894, lo obligará a revisar el doble sentido de representación tal como lo había desplegado un año antes. En el verano de ese mismo año, escribe su reacción al libro de este en un tratado que llevaba el nombre de «Representación y objeto» (cfr. 1979: XXX), tal escrito constaba de dos secciones: la primera, desaparecida, se concentraba en el concepto de representación; mientras que la segunda, conservada prácticamente en su totalidad, lleva el subtítulo de «Objetos intencionales»[2]. Esta segunda sección consta a su vez de dos partes. En la primera se inserta en la paradoja de que toda representación representa un objeto, pero no a toda representación corresponde un objeto. Se trata de la discusión de dos tesis, en donde la primera es sostenida por el maestro de Husserl, Brentano, mientras que la segunda proviene de la Wissenschaftslehre [Doctrina de la ciencia]de Bolzano, publicada en 1837. La segunda parte del mencionado escrito aborda la relación entre el significado y el objeto.
A partir de lo aquí señalado, la presente exposición se centrará en la primera parte de la segunda sección del manuscrito «Representación y objeto», intitulada «Objetos intencionales». Para contextualizar históricamente tal discusión, en primer lugar, haré algunas referencias a la idea de representación en sentido tradicional, fundamentalmente a partir de René Descartes, para luego exponer brevemente los puntos centrales de Bolzano,