7 de febrero
Ejemplo de fidelidad
Este es el final de un testigo fiel. Así termina la vida de Juan, en la cárcel y decapitado por ser fiel a su vida llena de dignidad y de justicia. Así termina la vida de un testigo de Jesús auténtico. «No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano». Por eso Herodes lo mandó encarcelar y matar (Mc 6,18).
La vida de Juan Bautista tiene hoy una gran actualidad. Representa la voz de la conciencia no solo para Herodes, sino para nosotros que vivimos en la realidad muchas veces llevando una vida falsa y llena de sombras.
A la vista de la historia de Juan Bautista, que denunció con toda entereza a Herodes, debes preguntarte: ¿vivo sin pensar en lo que hago con mi conciencia? ¿Disimulo, hago callar hechos que resuenan en mi interior no conformes con el Evangelio? O al contrario, ¿soy fiel a llevar sin miedo una vida digna de Jesús? Jesús nos llama a vivir con toda fidelidad. Así es el Evangelio.
No puedes llevar una vida sin exigencia. Debes ser valiente, auténtico.
Necesitamos la ayuda de Jesús para este camino. Por eso le elevamos nuestra petición: Señor, quiero ser auténtico. Quiero dar testimonio de una vida limpia. Quiero seguir en todo una conciencia digna de ti, que es agradarte siempre siguiendo como norma de mi vida tu voluntad. Quiero llevar una vida coherente y fiel a ti. Que nunca me deje dominar por el orgullo, la vanidad y demás pasiones que no te agradan.
Ayúdame, Señor. Ayúdame, María.
8 de febrero El agua de la vida
El encuentro de Jesús con la Samaritana nos asombra y nos lleva a la contemplación. Fatigado del camino, Jesús se sienta en el pozo de Jacob y espera. Enseguida ocurre un encuentro asombroso: Jesús y la Samaritana. Jesús, el amor, frente al pecador. La sed y el verdadero manantial, la mirada limpia de Jesús, frente a la mirada de una pobre pecadora.
Inicia Jesús el diálogo con esta mujer de vida dudosa: «Dame de beber» (Jn 4,7). «Si conocieras el don de Dios y quién te pide de beber, le pedirías tú el agua viva» (Jn 4,10). La conversación sigue hasta que la mujer le suplica: «Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed» (Jn 4,15). Ya ha caído en el conocimiento de quién es Jesús y, corriendo, va a la ciudad y comunica lo que le ha pasado.
¡Cómo te busca Jesús! ¡Cómo se hace el encontradizo con tu vida! Quiere apagar tu sed. Piensa con franqueza: ¿tengo sed de Dios? ¿Descubro a Jesús cuando se hace el encontradizo en mi vida? ¿Oigo la voz del Señor que me reclama: «Dame de beber»? ¡Bebes de tantas fuentes efímeras y no te das cuenta del agua que mana limpia y llena de amor que es Jesús! Descubre las fuentes que hay en tu vida y no te canses de agradecer al Señor: Jesús, gracias por hacerte el encontradizo conmigo. Gracias por darme de beber. Que beba de tu agua, que conduce a la vida eterna, y no de mis fuentes, que no tienen la verdadera agua que mana de tu corazón. Que pueda reconocerte. Que te escuche en mi interior y oiga tu voz: «Dame de beber». Virgen de la escucha, intercede por mí.
9 de febrero Testimonio de una mujer pecadora
¿Quién es esta mujer? La Samaritana es una pecadora que nos da su testimonio cuando es seducida por Jesús: «En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en Jesús por el testimonio que había dado la mujer» (Jn 4,39). Su felicidad no puede dejar de comunicarla a sus vecinos. De pecadora se convierte en apóstol: «Me ha dicho todo lo que yo he hecho» (Jn 4,39). Ha habido en ella un cambio radical. Ha entrado en la óptica de Dios.
Es el momento de que celebres con gozo la misericordia del Señor, que te ama a pesar de tus miserias. Si te reconoces pecador, te encontrarás con el amor de un Dios que te ama locamente. Pero este encuentro te empuja al compromiso de comunicar con alegría el amor que has experimentado. La Samaritana supo movilizar a su pueblo, que sale al encuentro con Jesús y le pide que se quede tres días con ellos. Y tú, ¿sabes comunicar el sentirte querido por Dios? ¿No estarás muy a gusto en tu parcelita sin comunicar nada? ¿O quizá eres un gran anunciador? Hoy oblígate a leer este texto y a acercarte a Jesús. Déjate contagiar de su amor y, sin más, sal a la vida y comunica el gozo de su encuentro.
Jesús, deseo llenarme de la fuerza y de la alegría de sentir tu amor. Que sea testigo gozoso del amor que inunda mi vida. Que la alegría de saberme amado por ti, Señor, me lleve a comunicarte y que tu Madre, María, me ayude en el modo de comunicarte.
10 de febrero Un hombre de fe
Hoy un funcionario real nos da un maravilloso ejemplo de fe. Sale al encuentro de Jesús. Acude a él porque tiene necesidad de que cure a su hijito y le pide con insistencia y humildad que baje a Cafarnaún. La reacción de Jesús no se hace esperar. La fe de este hombre le conmueve porque no pide signos, solo presenta a Jesús una necesidad: «Anda, tu hijo vive» (Jn 4,50). No necesita ver, le basta una palabra suya. Tiene que oír de Jesús: «Si no veis signos y prodigios, no creéis» (Jn 4,49). Y así, inmediatamente recobra la confianza de la curación de su hijo. Jesús siempre nos ayuda a creer en su poder.
Admira el poder de la fe que puede darnos la vida que nos falta. Y piensa en tu fe. ¿Tienes la misma esperanza y fe que este funcionario? «Si no veis signos y prodigios, no creéis». ¿Tu vida diaria refleja que crees en un Jesús que te da la vida verdadera?
Realmente te falta mucha fe. Te falta disponer tu corazón para que Dios te otorgue este don. Dispón tu corazón para que entre Dios en él. Cree profundamente y experimenta que Dios es tu Padre y que te ama con amor eterno.
Dios Padre, lleno de amor hacia nosotros, concédeme inteligencia para saber descubrirte todos los días en los más sencillos signos de tu presencia. Dame el milagro de sentir: «Anda, tu fe te ha curado». Que sepa vivir llenándome de gratitud y descubriendo tus dones. Se lo pido a tu Madre, para que ella me conceda la fe que necesito.
11 de febrero Sentir el rechazo
Realmente se cumple el dicho de que nadie es valorado en su patria y entre los suyos. Esto le pasó a Jesús cuando los vecinos de Nazaret ven y oyen que su fama se extiende y le rechazan: «Al oír esto se pusieron furiosos, lo llevaron a un precipicio con intención de despeñarlo, pero Jesús se abrió paso y seguía su camino» (Lc 4,28-29). Jesús desea hacer en su querido pueblo lo que hace en los demás sitios: va a la sinagoga y al leer el texto que le asignan pronuncia estas palabras: «Hoy se cumple esta Escritura» (Lc 4,21). No le admiten. La envidia, la suspicacia, la desconfianza provocan el rechazo.
Cuando Jesús quiere venir a tu casa y no le miras con los ojos de la fe, del amor, le rechazas. Piensa: ¿lo haces así con el prójimo? ¿Caes en la cuenta de por qué te ocurre esto? «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11). Y nos dice el Evangelio que, con tristeza y herido de dolor, abandonó su tierra y se dirigió a Cafarnaún. Jesús espera ser acogido por ti. Quiere que escuches su mensaje de salvación y liberación.
Hoy, con insistencia, eleva tu oración: Jesús, perdón por las muchas veces que te ves rechazado en mi vida. Quiero oír de ti que vienes a mi vida para curar, sanar, dar vista, dar libertad. No quiero rechazarte nunca. Que te acoja con todo amor en las personas que pongas en mi camino. Madre de la acogida, ayúdame.
12 de febrero La fuerza del Evangelio
Así es como tenemos que proclamar el Evangelio, como Jesús: «Se quedaban asombrados de su enseñanza porque su palabra estaba llena de autoridad» (Lc 4,32). Enseña en las sinagogas, cura enfermedades, libera del demonio a una persona que sufría la esclavitud de un espíritu inmundo, tiene un mensaje y unas palabras nuevas, enseña con autoridad, es el asombro de todos.
Somos responsables de anunciar y testimoniar con nuestra vida el mensaje de Jesús. Somos responsables de mostrarlo con entereza, con alegría, como él, que «enseñaba con autoridad». Nos obliga este texto a preguntarnos: ¿creo vivamente en lo que anuncio? ¿Mi vida ayuda a liberar, sanar y fortalecer al que sufre? ¿Hablo de lo que vivo?
Hoy, más que nunca,