Pero nuestros autores estaban mal informados o su acendrado prejuicio los llevó al error. Porque es imposible que no supieran de las hazañas de la intrépida Nellie Bly (pionera del periodismo gonzo) y Elizabeth Bisland, dando la vuelta al mundo en disputa reporteril para batir el récord que Julio Verne inventó para Phineas Fogg, que datan de 1889.
Tampoco recordaron que cuando el legendario John Reed viajó a la lejana Rusia para la cobertura de la revolución bolchevique encontró que ya estaban en San Petersburgo las reporteras Louise Bryant, la tenaz Rheta Childe Dorr, sufragista, que entrevistó a León Trotsky para el New York Evening Mail, Bessie Beatty que en 1918 publicó en Nueva York el libro El corazón rojo de Rusia sobre su experiencia, y la española Sofia Casanova, enviada especial del diario ABC de Madrid y que también pudo entrevistar a Trotsky.
La lista de todas aquellas ilustres desconocidas es larga y merece recuerdos mayores. Europa exhibe ejemplos extraordinarios. Pero nuestra intención ahora es enfatizar la pregunta: ¿por qué los historiadores del periodismo, salvo mínimas excepciones, ocultaron el rol de las mujeres más allá de las recetas de cocina, los consejos sentimentales, poesías, ensayos amables que no rozaran la política?
La misma interrogante vale para nuestro periodismo que registra, a lo largo de más de doscientos años, centenares de firmas femeninas, resaltando excepciones como Zoila Aurora de Cáceres. Pero siempre nos preguntaremos: ¿por qué no conocemos textos de mujeres sobre la Guerra del Pacífico, de la invasión chilena? Solo tenemos noticia de la jovencita María Nieves que residía en el Cusco cuando se difundió por todo el país la noticia de la muerte de Miguel Grau y la captura del Huáscar. Cuenta su biógrafo, Manuel Zanutelli, que María describió el pesar y la reacción de cusqueños y arequipeños en dramáticas y vívidas cartas a su padre, un abogado arequipeño, quien autorizó su publicación y distribución masiva. Luego ella se dedicó al periodismo y a la literatura con numerosos textos publicados en diarios y revistas de Arequipa y en Lima en el famoso El Perú Ilustrado.
La acción de las mujeres peruanas en la Guerra del Pacífico está centrada en la participación de cocineras, enfermeras y «rabonas», las acompañantes de los soldados. En Chile, a las mujeres de la guerra las llamaban «cantineras» y eran tan apreciadas que les permitieron fundar en 1881, en Valparaíso, el periódico «La Cantinera», donde se publicaron sesgados relatos de batallas. Agregaremos solamente que una rabona huancaína que se tornó guerrillera fue reconocida como heroína. Así, Leonor Ordóñez es la única mujer cuyos restos reposan en la Cripta de los Héroes del viejo cementerio limeño.
Fue la televisión la que finalmente dio rostro masivo a las periodistas, pese a que se reconocía casos notables anteriores como Angela Ramos y una serie más que han resaltado Aída Balta en su Presencia de la mujer en el periodismo escrito peruano.1821-1960 y Sonia Luz Carrillo en varios trabajos. En la década de los años 60 y 70, las mujeres acompañaron con eficacia tal a los colegas masculinos que pronto fueron convocadas para liderar los noticieros. Pionera fue quizá Jenny Vásquez Solís que condujo, sola, «El Pueblo quiere saber» en tiempos revolucionarios.
No es el momento de historiar la presencia femenina en el periodismo, en muchos casos decisiva. Pero valen los ejemplos para demostrar, como lo hace ahora Christiane, que ellas estuvieron siempre en la cruzada de las noticias, codo a codo con los grandes reporteros y en lugares en que, se podría decir, se jugaban la vida. ¿Es posible demostrar esto?
Christiane Félip Vidal nos ha dado la respuesta en las historias que nos cuenta, cronicando y entrevistando con maestría a seis reporteras que visitaron aquel territorio comanche y regresaron para probarnos que ellas suelen superar a colegas que ya no pueden presumir que la cobertura de guerra es exclusivo territorio masculino.
Juan Gargurevich
Lima, marzo del 2020
Cada cual con su montura
23 de agosto de 2018. Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Patricia Castro Obando da una charla magistral titulada «Una comunicadora PUCP en China». A modo de introducción, ha proyectado una foto tomada en la provincia china de Yunnan. Se le ve montando un yak cuyo largo pelaje lanoso mojan las aguas del lago Lugu. A lo lejos, cortan la línea de horizonte las manchas oscuras de unos islotes. El color crema del yak y la manta colorida de su lomo destacan sobre el gris del agua, del cielo y de los islotes.
En la foto, Patricia sonríe. También sonríe al comentar que, si tuviera que elegir alguna descripción gráfica sobre su vida, escogería aquella foto donde se le ve muy pequeña sobre un imponente yak, porque el yak representa simbólicamente lo que la sostiene desde hace años, algo que le ha dado estabilidad y le ha permitido avanzar a pesar de las muchas dificultades a las que se tuvo que enfrentar. «Todo ese lago representa las dificultades que uno encuentra —dice—, y los islotes del fondo son las metas por alcanzar». Aclara que, a veces, ni siquiera había islote, o este desaparecía en la neblina, pero había que seguir avanzando.
Y así fue, desde siempre.
Su familia fue su primer yak: un yak sólido, de apoyo incondicional. Hija de una familia emergente, con un padre tajador de muelle que registraba en el Callao la llegada de los barcos y siempre le compraba libros, y una madre ama de casa dedicada a la crianza de los hijos, creció en un hogar que valoraba el esfuerzo y el tesón, dos características que la definen perfectamente. Lo demostró al iniciar al mismo tiempo estudios universitarios que poco tenían que ver entre sí: Letras y Veterinaria. Inicialmente había pensado en estudiar Literatura sin que le importara adonde la llevaría. Le gustaba leer, le gustaba escribir y pensaba que estudiar Letras le proporcionaría los medios para hacerlo. Pero también le gustaban los animales. ¿Entonces? ¿Por qué no ambas especialidades al mismo tiempo?
Ante su determinación, su padre, él mismo buen lector y amante como ella de los animales, dijo: «Bueno, si eso quieres, hazlo, y después de un año de estudiar ambas carreras, vas a saber cuál escoger». Ella fue la primera generación de su familia en acceder a la universidad, luego le siguió su hermana, en Ingeniería.
Patricia dice que el destino muchas veces decidió por ella. El destino había querido que la familia viviera en Residencial Callao, cerca de la Pontificia Universidad Católica del Perú, así que, desde tiempo atrás, ella había declarado que la PUCP sería su casa de estudios. Su segunda casa a partir de 1989. Así la definió en la charla del 23 de agosto de 2018. Y así sigue siendo ahora. Recibió ahí la formación intelectual y profesional con la que forjó su carrera de periodista, aunque en los primeros años estaba lejos de sospechar que el futuro resultaría distinto al de sus sueños adolescentes.
Ingresó primero a Letras y, un año después, a Veterinaria en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Le gustaba estudiar, sacaba buenas notas y, a pesar del cruce de horarios, le fue posible llevar a la par ambas disciplinas. Pasó un año, pasaron dos, luego tres y, no lograba escoger.
Fue el destino el que, una vez más, pero de manera brutal, eligió por ella. La muerte del padre y la necesidad de recurrir a trabajos temporales la llevaron a quedarse con Letras, cuyos estudios estaba a punto de concluir, mientras le faltaba todavía un año para terminar Veterinaria.
Entonces la suerte cambió. Ganó un concurso de ensayos que, además de un premio de mil soles, ofrecía prácticas pagadas en el diario El Comercio. Entró a trabajar en el verano de 1994 para apoyar en la sección