Mientras recibía el café y se sentaba en una mesa con vistas al exterior de la calle, se preguntó cuántas posibilidades tenía de resolver el misterio. Ahora mismo, parecían por debajo de cero. Jennifer Evans se había desvanecido sin dejar rastro.
¿O no?
11
—Eso es —dijo Charles Bosworth—. Sí que encontramos su bolso. Se analizó en busca de huellas dactilares. Pero las únicas que se encontraron pertenecían a Jennifer. Pudimos compararlas con otros objetos personales que nos dio su marido. El bolso estaba abierto y el cierre estaba roto. Sin embargo, la cartera estaba dentro, intacta. La forma en que se había derretido el hielo sin afectar a los contenidos dejaba esto claro. Un logro de la ciencia para entonces.
—No he leído nada sobre ello en los periódicos.
Charles Bosworth asintió.
—Porque, para bien o para mal, no lo consideramos importante.
—¿Pero por qué no?
Bosworth sonrió.
—Veamos si puede averiguarlo usted, joven.
—¿Me está poniendo a prueba?
Bosworth sonrió.
—Puede ser interesante ver si usted tiene nivel para un caso como este. He conocido a muchos investigadores privados a lo largo de los años y eran unos aficionados, todos y cada uno. Tenga. Eche un vistazo. Dígame qué pasó.
Sacó la copia del informe del caso de una estantería debajo de su mesa de café y extrajo una carpeta con fotografías que mostraban el bolso de Jennifer Evans y las cosas encontradas dentro.
El bolso, que tenía un cierre a presión, había sido abierto. Parte del cuero estaba arañado, formando un semicírculo de pequeñas depresiones en torno a la zona del cierre, algunos más profundos que otros.
Slim miró las fotografías de los contenidos. Una pequeña cartera que contenía unas diecisiete libras en billetes usados y monedas. Una tarjeta de acceso al hospital. Un abono local de autobús y un billete del tren de cercanías. Una barra de labios y maquillaje. Medio paquete abierto de chicle Wrigley de menta. Un paquete de Lucky Strike, en el que quedaban tres cigarrillos.
Y una tira de un envoltorio de plástico.
—Eso se encontró a un par de metros a la izquierda —dijo Bosworth—. Pero coincidía con una pieza más pequeña que estaba aún en la cartera. ¿No lo adivina? No había huellas.
Slim le miró.
—El envoltorio de un sándwich, ¿no?
Bosworth asintió ligeramente.
—¿Y el resto?
Slim señaló la imagen del bolso.
—Estas depresiones. Son marcas de dientes.
Bosworth parecía como el sol que acababa de aparecer de detrás de una nube.
—Puede que valga para esto después de todo, Mr. Hardy. Cuénteme más.
—No hay rastro, porque el bolso se lo llevó un animal. La nieve habría cubierto las huellas del animal más rápidamente que las de una persona, especialmente si había estado soplando el viento. Si hubo una ventisca que pudo parar un tren, se puede suponer que fue así.
Bosworth asintió.
—Encontramos pequeñas trazas de jamón procesado. El animal lo habría olido y probablemente abrió el bolso. También significa que podría haberlo encontrado en cualquier parte alrededor de la zona de la estación, en cualquier momento de la noche en cuestión.
—¿Se ha identificado el animal?
Bosworth sacudió la cabeza.
—Creíamos que era un zorro y las comparaciones con las mandíbulas de un zorro nos dieron la razón. Las marcas tienen más o menos el tamaño de las de un zorro.
—¿Pero podía haber sido un perro?
Bosworth asintió.
—Un perro callejero pequeño, en todo caso.
Slim frunció el ceño.
—¿Pueblos como Holdergate tienen muchos perros callejeros?
—No. Por eso pensamos que era un zorro. —Bosworth suspiró—. Fue un descubrimiento importante, pero, por desgracia, no valió para nada.
—¿Todavía tienen el bolso?
Bosworth sacudió la cabeza.
—Me temo que no. Después de que Jennifer fue declarada muerta legalmente, las evidencias físicas se destruyeron. Solo quedaron estas fotografías.
—Una pena. —Slim levantó la cabeza—. Me hubiera gustado echarle un vistazo.
—Estoy seguro de que no podría haber averiguado más. Se examinó con mucho cuidado.
Bosworth iba a recoger las fotos, pero Slim puso una mano en la que mostraba la parte delantera del bolso. Levantó la vista y sus ojos se encontraron.
—Estuve nueve años en el ejército —dijo Slim—. Siempre había perros en las bases, bastante peligrosos si no sabíamos cómo manejarlos. —Señaló las depresiones de la fotografía—. Es imposible estar seguro sin ver el bolso, pero estas marcas parecen ser más fuertes en el exterior que en el interior, así que parece que este zorro o perro tuvo que batallar para quedarse con el bolso.
Bosworth se frotó la barbilla y frunció el ceño. Asintió lentamente mientras miraba a Slim, sin decir nada.
—Mire, a mí me parece que hubo una pelea por esta bolsa. Sé que los zorros son animales nerviosos, así que no sé lo desesperado que uno tendría que estar para pelear por un bolso y quitárselo a una mujer de las manos. —Dio unos golpecitos en la mesa—. Salvo que se lo quitara cuando estaba ya estaba muerta.
12
—Me hablaron del bolso —dijo Elena, sentada en el café enfrente de Slim—. Los investigadores creían que lo más probable es que lo encontrara un zorro y lo dejara caer en el suelo después de conseguir la comida. En realidad, fue como un pequeño destello, algo, pero también nada, si entiende lo que quiero decir.
Slim asintió. No contó a Elena sus sospechas, porque no era algo que pudiera probar ni quería darle esperanzas acerca de lo que era una pista tenue en el mejor de los casos.
Sacó una hoja de papel de su bolsa y se la pasó a Elena.
—Mi ayudante consiguió esta lista de personal de la Enfermería Real de Manchester aproximadamente cuando su madre trabajaba allí. —Elena parecía sorprendida, tal y como se había sentido Slim cuando Kim le mandó la lista por fax.
—¿Cómo ha conseguido esto?
Slim sonrió.
—Tengo contratado a alguien mucho más listo que yo. Evidentemente, ha pasado mucho tiempo y muchas de estas personas serán ancianas o incluso pueden haber muerto. Mi intención es hablar con tantas como me sea posible, pero, para ahorrar tiempo, me gustaría que echara un vistazo a esos nombres y me dijera si hay alguien al que reconozca, alguien a quien haya oído mencionar por su madre, alguien que sea un