Tren De Cercanías. Jack Benton. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jack Benton
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Зарубежные детективы
Год издания: 0
isbn: 9788835433231
Скачать книгу
había transcripciones de declaraciones de otros pasajeros. La mayoría eran cortas (una página o menos), con los pasajeros declarando que no conocían a Jennifer ni habían visto nada sospechoso. Uno señalaba que se le conocía como «esa guapa enfermera que a veces toma el último tren», otro que «siempre estaba sonriendo» y un tercero que «parecía que nada le preocupaba».

      —Después de que me contactara usted, hablé con un viejo amigo en la comisaría de Derbyshire y le pedí una copia de la documentación —dijo Bosworth—. Todavía tengo suficiente influencia como para conseguirla sin problemas. De todos modos, me temo que no hay mucho para seguir adelante.

      —La pista más pequeña podría ser importante —dijo Slim.

      —Oh, sin duda, pero recuerde que esto pasó antes de que las pruebas de ADN se usaran para todo. Y el cuerpo de Jennifer nunca apareció. Es un enorme elefante en la habitación.

      —¿Puedo preguntarle qué piensa que pasó? Entre nosotros, si quiere. Sin considerar lo que las pruebas podrían haber sugerido.

      Bosworth frunció el ceño.

      —En la policía trabajamos solo con pruebas. Nunca me ha gustado la especulación. ¿Por qué no me dice lo que usted cree que pasó? —Sonrió—. Y luego le diré por qué es probable que se equivoque.

      Slim se frotó la barbilla, tirando de la barba de un par de días.

      —Bueno, pudo haber tratado de llegar a casa a pie, pero se salió del camino.

      —Se habría encontrado su cuerpo. Había algunos agujeros por esa zona, pero ninguno lo suficientemente profundo como para no ser revisado.

      —Bueno, tal vez fue secuestrada por el Estrangulador del Distrito de Peak.

      Bosworth sacudió la cabeza y mostró una sonrisa triste, como si estuviera hablando con un aficionado.

      —Por supuesto, lo consideramos, pero Bettelman vivía en Manchester. E incluso si hubiera estado en Holdergate un sábado de enero a esas horas de la noche, recuerde que nevaba y que lo había estado haciendo desde hacía un par de días. ¿Realmente se habría arriesgado a un secuestro en esas condiciones? Habría sido una completa estupidez.

      —Entonces se fugó. Abandonó a su familia. Tenía un amante o tal vez su marido era un monstruo en la intimidad.

      —¿Le ha preguntado a la hija?

      —Aún no.

      —Bueno, yo lo hice, en su momento. Por lo que parece eran una familia feliz. Su desaparición dejó destrozado a su marido, Terry. Se pasó todos los fines de semana durante meses peinando la localidad, convencido de que se había caído en su camino a casa. No encontró nada, pero la angustia le llevó a una crisis nerviosa. Estuvo entrando y saliendo de hospitales y Elena se fue a vivir con sus abuelos en Leeds. Él nunca lo superó y murió destrozado hacia 1990.

      —Parece que se mantuvieron en contacto.

      —En lo profesional, sí. Verá, el caso nunca se cerró oficialmente hasta que Jennifer fue declarada muerta oficialmente en 1997, veinte años después de su desaparición. Mantuve el caso abierto, buscando siempre nuevas pistas, pero no encontré ninguna.

      —¿Entonces qué cree que pasó?

      —No se lo puedo decir con exactitud, porque no estoy seguro de por qué, pero tengo la impresión de que está muerta.

      —¿Por qué?

      —Porque ¿qué mujer que planea abandonar a su familia llamaría a su hija para decirle eso? Imagínese la crueldad que se necesita. Una mujer que trabajaba como enfermera en la Enfermería Real de Manchester. No, estoy seguro de que algo le pasó, pero sea lo que sea, fue después de terminar esa última llamada telefónica.

      —Así que —dijo Slim—, la clave es lo que vio ese niño.

      —Eso me temo —dijo Bosworth—. No tenemos nada salvo el recuerdo de un niño de seis años y una única fotografía de unas pocas pisadas gastadas en la nieve.

      9

      —¿Don?

      —Hombre, Slim, suenas bien —dijo Donald Lane, un viejo amigo del ejército de Slim, que ahora dirigía una agencia de información en Londres—. ¿En qué puedo ayudarte?

      —Necesito ayuda para rastrear a alguien.

      —Claro, muy bien. ¿Sigue vivo?

      —Hasta donde yo sé, sí.

      —Eso está bien. ¿Qué más sabes?

      —Debería tener 48-50 años. Se crio en Sheffield. Su nombre era Toby. Una carrera en algo creativo. Tal vez artista.

      —Bueno, lo buscaré, Slim, pero es una descripción muy vaga.

      —Es lo único que pudo recordar mi contacto —dijo Slim—. De niño, fue testigo de un posible delito, pero de mayor trató de olvidarse de ello. Eso me han dicho.

      Don suspiró al otro lado de la línea.

      —Bueno, no es mucho, pero haré lo que pueda.

      —Gracias.

      Slim colgó. Luego llamó a Kim.

      —Buenos días, Mr. Hardy. ¿Cómo va su investigación?

      —Bastante estancada, como es habitual —dijo Slim—. Me temo que tengo un trabajo pesado para ti.

      —Bueno, para eso estamos.

      —Necesito que consigas una lista de personal de la Enfermería Real de Manchester en torno a 1977. Me doy cuenta de que muchos podrían ser muy viejos o haber muerto, pero me gustaría tener tantos números de contacto como sea posible.

      —Me pongo a ello.

      —Muy bien. Solo si tienes tiempo…

      Kim rio.

      —Mr. Hardy, nunca ha sido jefe antes, ¿verdad? Por supuesto que tendré tiempo. Me paga para tener tiempo.

      Slim sonrió.

      —Es una nueva experiencia para mí, eso sí.

      —Le llamo mañana.

      —Gracias.

      Colgó. Tras tomar su chaqueta del respaldo de una silla, corrió a otra reunión con Elena en un restaurante local para tomar pescado con patatas. Elena había traído una caja de recuerdos que tenía de su madre.

      —No sé si algo de esto será útil —empezó Elena—. No le importaban las cosas materiales. Tampoco a papá. Ya sabe, teníamos muebles y cosas, fotos de la familia, pero estas son las únicas cosas de decoración que todavía tengo.

      Slim echó un vistazo a la caja. Una casita de porcelana, lo suficientemente pequeña como para caber en la palma de la mano. Una medalla militar de bronce. Un pequeño broche en forma de cisne. Algunas cosas más, que daban la impresión de ser recuerdos de familia. Probablemente nada de valor para una investigación, pero no costaba nada asegurarse.

      —¿Puedo llevármelos?

      —Por supuesto. Pero tenga cuidado, ya sabe. Puede que no parezcan gran cosa, pero para mi tienen mucho valor.

      —Lo entiendo.

      —Gracias. ¿Has… quiero decir, ha avanzado algo hasta ahora?

      Slim sacudió la cabeza.

      —No le voy a mentir, señora Trent. No creo que valga para mucho. En este momento no tengo ninguna pista de lo que le pasó a su madre. —Ante la mirada decepcionada de Elena, añadió—: Pero solo llevo un par de días de investigación. He hecho algunos contactos y confío en poder descubrir algo.

      —Bueno,