En Chile, muchos especialistas han publicado compilaciones de guías de campo, fichas de identificación y estupendos libros que resaltan el patrimonio natural de las aguas continentales, oceánicas y costeras. Todos ellos han dado cimiento a este libro. Destaco una de las primeras publicaciones, que data de 1954, La vida de los peces en aguas chilenas, del profesor y naturalista chileno Guillermo Mann, médico veterinario de la Universidad de Chile. También las revisiones sistemáticas de la ictiología en Chile, agrupadas en más de cien publicaciones del doctor Germán Pequeño, de la Universidad Austral de Chile y La guía de los peces del norte de Chile, de Marianela Medina y Miguel Araya, de la Universidad Arturo Prat. Asimismo, la guía actualizada y de fácil uso realizada por los profesores Juan Carlos Castilla, Natalio Godoy y Stefan Gelcich, de la Universidad Católica de Chile, quienes revisaron las guías de campo de los peces costeros, que databan de los años ochenta. También hay una linda guía de los peces de Chile central de dos estudiantes de la carrera de Biología Marina de la Universidad Andrés Bello. Finalmente, una fuente muy consultada para este volumen fue el ambicioso proyecto de Pablo Reyes y Mathias Hüne, Peces del sur de Chile, de 2012.
Una parte fundamental de cada capítulo es el relato de la historia natural y algo sobre la ecología de los peces. Esta área de investigación tiene pocas décadas de estudio y ha sido posible gracias a los equipos autónomos de buceo, que permiten respirar bajo el agua y así observar mejor la vida de los peces. Estos estudios, que comenzaron en los años sesenta, han permitido establecer teorías importantes para comprender el sistema y la historia natural del planeta. Esto, porque los peces han servido de modelo para comprender el impacto de la competencia y la importancia de esta interacción como regulador en las comunidades. También han sido útiles para entender el reclutamiento y los roles de las mortalidades posteriores a la llegada de los peces a vivir asociados al fondo marino. Debido a la existencia de registros que guardan algunos componentes óseos en el oído interno de los peces (otolitos) hemos podido comprender la conexión que hay entre los peces y la luna, la dispersión (de dónde vienen y a dónde pueden ir los individuos de la población) y los procesos por los cuales estas se conectan. Resultados de otras investigaciones han permitido la creación de medidas concretas para el manejo y administración sustentable en algunos lugares del planeta. En esta sección de ecología, de manera sucinta, resumimos la información obtenida por múltiples investigadores, respecto a los registros y observaciones sobre la distribución geográfica, abundancia y estrategias de alimentación y reproducción, resaltando los sistemas de apareamiento y épocas reproductivas, con el fin de promover sistemas de manejo.
Y, por último, para cerrar cada capítulo hemos incluido fotografías captadas en distintos sitios de buceo en la costa chilena como Las Cruces, Algarrobo, Zapallar, Quintero, Pisagua, Chañaral y tantas más, para dar una mejor idea de la vida y belleza de estos animales.
Espero que el largo recorrido que ha tenido este libro para llegar a ustedes, lectores, sea un doble homenaje, por una parte, a este buzo apasionado del mar y sus habitantes que fue el doctor Alfredo Cea y, a la vez, a estos animales y su entorno que debemos proteger. Pero para ello antes hay que conocerlos y valorarlos, ya que solo el conocimiento permite generar la conciencia de su importancia para el ecosistema y para nuestra vida misma.
¡Alfredo, finalmente nuestro trabajo está hecho!
Alejandro Pérez Matus
Las Cruces, octubre de 2020
Introducción
Los peces son organismos que han evolucionado durante más de cuatrocientos millones de años en las costas del mundo, hasta llegar a transformarse en animales que pueden adquirir conocimiento y comprensión a través de su experiencia y sentidos [1]. El estudio de su conciencia y cognición ha avanzado al punto de evidenciar que es necesario un cambio en el paradigma de cómo los entendemos y tratamos a ellos y su entorno [2]. Cuando conozcamos la diversidad de conductas y estrategias de los peces como individuos, como animales sociales y cognitivos, recién podremos cultivar esta nueva relación con ellos.
Un pez es un vertebrado con agallas y extremidades con forma de aletas. Pero, aunque su definición sea sencilla, existe una enorme variedad de peces —constituida por una vorágine de formas, colores y tamaños—, con más de 33.000 representantes, de 560 familias y 64 órdenes. De hecho, los peces representan cerca del 60% de todos los vertebrados del planeta [3-7]. En este libro solo representamos una pequeña porción de las 1.144 especies descritas para los mares de Chile [8-12]. Y, al igual que los vertebrados terrestres, poseen sistemas circulatorio, digestivo y endocrino complejos. Las diferencias radican en cómo han evolucionado para poder habitar ecosistemas tan difíciles como el marino, dado que el mar es ochocientas veces más denso que el aire que respiramos en tierra. Por ello, vivir en el océano supone formas corporales que favorezcan las hidrodinámicas para reducir el impacto de la densidad del agua [13].
Los peces se lucen en el mar. Unos destacan por un empuje sostenido y por ser capaces de atravesar océanos de un extremo a otro en busca de alimento y parejas; otros, por su capacidad para alcanzar grandes velocidades en fracción de segundos para escapar de sus depredadores. Algunos incluso pueden volar, gracias a que tienen aletas del tamaño de su cuerpo. También hay los que solo usan sus pequeñas aletas pectorales para nadar, pero son expertos en maniobrar y recorrer todos los recovecos y grietas y bucear entre los estipes de las algas, como si un ave volara a través de los troncos de un bosque [13, 14].
Los peces son animales complejos y no deberíamos comparar su anatomía con la de los organismos que se encuentran en tierra. Por ejemplo, lo reducido del tamaño de su cerebro en relación a su cuerpo es la forma de compensar su musculatura y facilitar el movimiento [14]. Las escamas y la piel de los peces, tanto cartilaginosos como óseos, permiten que sus sentidos —conectados mediante un sistema celular desde la región cefálica hasta las extremidades— aseguren su sobrevivencia en el medio acuático [3]. Gracias a que cuentan con canales que recorren todo su cuerpo para transmitir información, los peces perciben hasta las más mínimas vibraciones y longitudes de onda, las cuales al ser densas en el mar tienen mayor velocidad que en la tierra [15].
Para la ciencia, los peces han servido de modelo para explicar todos los procesos de evolución y formación de las nuevas especies [16]. Un ejemplo clave en este sentido han sido las consecuencias en la evolución de los peces producto de la formación de barreras como el istmo de Panamá —que separó a los océanos Pacífico y Atlántico hace tres millones de años—, que interrumpió el flujo de muchas poblaciones. Esta barrera generó el surgimiento de nuevas especies y también hizo que muchas otras quedaran aisladas y tuvieran que adaptarse a vivir en un solo lado del continente americano, como las que habitan en la costa del Pacífico sur oriental [17].
Otro tipo de barreras, no tan determinantes como la que separó los océanos, pero que también ha afectado a los peces durante los últimos miles de años, es la corriente de Humboldt, la que genera un bloqueo hacia los arrecifes del Pacífico occidental y también hacia los del hemisferio norte. Estas corrientes constituyen una influencia omnipresente de más de 150 km de ancho [18]. Las poblaciones más lejanas pueden alcanzar algunas especies en sus extremos, incluso en las islas Galápagos, en Ecuador. En cambio, otras especies han colonizado lentamente los arrecifes de los mares australes con una distribución hacia el norte, pero no más allá de Perú. Confinados en este mar, casi todos los peces que describimos en este libro se han formado en él, es decir, son endémicos al sistema de la corriente de Humboldt, que recorre los mismos kilómetros que los primeros nómades y cazadores recolectores del periodo arcaico [19, 20].
El aislamiento limita la riqueza (número de especies) y abundancia (número de individuos) de los peces costeros. Existe una disminución en la diversidad de los peces que habitan en la costa de Chile continental.