Prólogo
Este libro nace de la curiosidad y el deseo de comprender nuestra relación con el mar y sus elementos; de la observación y estudio de uno de los grupos de vertebrados más explotados en la Tierra, al punto que en muchos océanos sus poblaciones se han agotado. De hecho, los peces nutren de forma directa a más de un tercio de la población humana en el mundo. En el caso de Chile, han sido importantes desde finales del Pleistoceno (13.000 años ca.), cuando el Homo sapiens colonizó la costa. Desde entonces, nuestros más de 6.000 km lineales de litoral, que representan el 24% del total de costa del océano Pacífico, han sido recorridos incansablemente por el hombre. Sin embargo, el mar sigue siendo un lugar desconocido para muchos.
Pero este libro nace específicamente hace más de diecisiete años, en la calle del Pirata, en la bahía de la Herradura, en Coquimbo, el día en que entré por primera vez a la fascinante casa-barco del médico cirujano, doctor Alfredo Cea (9 de septiembre de 1934 - 13 de mayo de 2016), y me fasciné con las hermosas ilustraciones que él hizo de los peces descritos en esta obra.
Debido a que la pasión del doctor Cea era el buceo y el mundo marino, entrar a su casa era como abordar un barco para salir a navegar a un mundo de conocimiento y curiosidades del mar y sus habitantes. Su casa se encuentra colmada de instrumentos marinos y decoraciones alusivas al mundo marino, pero al final del recorrido está su lugar más personal, aquel donde pasó cientos de horas tallando sus mascarones de proa, reparando artefactos de buceo y donde pacientemente ilustró cada una de las especies que observó atentamente bajo la superficie del agua. Pero lo que vi ese día en realidad en esa habitación —donde hay una gran cantidad de pinceles y colores repartidos por todos lados y una colección inigualable de libros y acuarelas— fue un pedazo de mar, pero en mis manos. Entonces yo tenía apenas ocho años de experiencia como buzo, pero con solo mirar esas ilustraciones logré reconocer los peces tal cual eran en el agua. La poderosa impresión que me provocaron despertaron mil preguntas en mí.
Como el autor de estas imágenes estaba ahí, de inmediato nos pusimos a conversar sobre los peces. El doctor Cea sembró en mí una idea que yo no tenía muy clara en esa época. Me comentó que siempre le había llamado la atención que los chilenos, a pesar de tener una costa extensa, no tuviéramos una cultura de mar. Exceptuando a quienes viven en Rapa Nui, la isla grande de Chiloé, Robinson Crusoe y algunos puntos específicos de la costa, nos podríamos definir como una cultura completamente alejada del mar. A partir de esa constatación nos propusimos hacer algo que rompiese con ese paradigma. Y así lo dejó él mismo estampado en el ejemplar que tengo de su libro Ika. Peces Rapa Nui, donde escribió una dedicatoria que dice: Para Alejandro, con inmenso cariño, de un buzo viejo que no ha sabido vivir sin la mar. Ojalá hagamos ahora, si me da el tiempo, escribir juntos “cosas de la mar”.
Luego de unos años, comenzamos a conceptualizar este libro en enero de 2013, cuando decidimos combinar el arte de sus dibujos con el tecnicismo de la identificación y descripción de la ictiología, a lo cual sumaríamos nuestras observaciones bajo el agua y algunas fotografías. También definimos que el criterio para la inclusión de una especie estaría determinado por la secuencia de avistamiento que puede tener una niña(o)-buzo que vive en la zona centro-norte de Chile e inicia su expedición marina en las pozas del intermareal y luego se atreve a bucear en las rompientes y explorar en los bosques de algas. Ahí la/el buzo se adentra en el bosque de algas pudiendo alcanzar profundidades mayores, de hasta veinticinco metros, a pulmón. A simple vista o con su cámara submarina, la/el joven buzo observa, descubre y registra las diferentes especies de peces, aquellas que se acercan desde la playa a los roqueríos bien temprano o en el ocaso; las que habitan sobre y bajo las algas, escondidas entre las rocas que sostienen esas mismas algas; las bentónicas asociadas al fondo rocoso y arenoso, y aquellas especies pelágicas que están en la columna de agua patrullando la costa y los bosques de algas. Es un numero reducido de peces que uno puede encontrar
Tiempo después decidimos que necesitábamos involucrar a la mayor cantidad posible de lectores, como por ejemplo, a quienes no tienen un gran interés espontáneo por conocer los misterios que se encuentran bajo el mar, pero que sin embargo valoran —y disfrutan— los diferentes usos culinarios que históricamente nuestra cultura le ha dado a los productos marinos. La idea de incorporar el patrimonio culinario que se ha desarrollado a través de la historia de las comunidades surgió en una visita que hicimos con Alfredo al mercado de Coquimbo —el epicentro de la venta de peces costeros o de roca en Chile—, una feria que no respeta normas de tallas, periodos de veda ni restricciones de ningún tipo porque aún no las hay. El doctor Cea mencionó entonces que la mejor forma de informarse sobre la salud de los peces era visitar ese lugar y me propuso integrar al texto una historia sobre los hábitos de uso y consumo de los peces. Yo no estuve de acuerdo entonces, pero más tarde comprendí que hacerlo nos serviría para promover la importancia de su conservación y, ojalá, el interés por conocer esta fauna. Por ello, la última sección está dedicada al patrimonio culinario de los peces. El propósito es involucrar a toda la población en el respeto por la naturaleza, porque cuando conocemos dónde y cómo se obtiene, cuándo y dónde habita, y cómo vive el pez con el que nos alimentamos, sin duda se genera un mayor respeto y cuidado en el consumidor, que asegurará que perdure en el tiempo. Es por esto que decidimos incluir en esta revisión, liderada por Anabella Grunfeld, las mejores recetas de nuestro patrimonio que acompañan a los pescados una vez en tierra. Esperamos que el conocimiento que el lector adquiera con este libro le permita tomar decisiones informadas.
El texto está organizado de manera que cada capítulo está dedicado a un pez en particular y cada uno se inicia con un dibujo —un esquema— del pez respectivo y se cierra con una ilustración científica. El objetivo de este dibujo es sintetizar la información para que sea interpretada con mayor facilidad por el lector, porque si bien cada dibujo es el pez en sí mismo, es también una aproximación visual desde diferentes ángulos.
Luego, viene la descripción del nombre científico, aquel que les da la ictiología —la rama de la zoología que se dedica a su estudio y descripción—, pero también presentamos el origen de su nombre común. Este puede provenir de algún dialecto hablado por personas de una zona particular del país, como los mapuche, chinchorros, changos, patagones o cualquiera de los muchos habitantes de esta costa que tenían nombres para los peces que observaban. También hay nombres cuyo origen está en la similitud de su aspecto con especies del Mediterráneo, específicamente de la costa de Andalucía, y que se acuñaron durante la colonización. Por último, varios nombres son parte de la jerga y creatividad de los pescadores.
A continuación, entregamos herramientas para identificar cada pez y los componentes que debe tener su descripción. Esta sección es tal vez la que contiene más tecnicismos de la ictiología, ciencia que ha avanzado bastante en Chile. Describir especies es un trabajo tedioso y lleva a confusiones intrínsecas. Se requiere de un análisis minucioso