La persona del terapeuta. Ana María Daskal. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ana María Daskal
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561428638
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de esta nueva diversidad, los terapeutas están desafiados a pensar y concientizar qué sienten acerca de estos temas, qué creen que es mejor o peor y por qué, qué puede funcionar más saludablemente que qué y qué es apropiado y qué no desde su propia cosmovisión, ojalá sin escudarse en una supuesta neutralidad que solo pone en evidencia el tamaño de su coraza defensiva. Solo así los vínculos terapéuticos serán genuinos, aportando no solo al crecimiento y salud de los consultantes sino también al de los terapeutas.

      La formación y capacitación de los psicoterapeutas debe necesariamente incluir estos desafíos para contribuir a que los futuros (y actuales) profesionales cuenten con las herramientas necesarias para trabajar en estos contextos, proveyéndoles además de la información necesaria en herramientas de autocuidado como la supervisión, la terapia personal, los trabajos corporales o la meditación.

      En esta época de cambios paradigmáticos que nos atraviesan no es sencillo ir encontrando la coherencia entre aquello que pensamos y lo que hacemos. Sobre todo, lo que tiene que cambiar en relación a la ética y la emocionalidad del terapeuta requiere de un trabajo con la propia persona que no todos los terapeutas están dispuestos a hacer y/o tienen los recursos para hacerlo. Implica aceptar pérdidas, ilusiones, cambiar marcos referenciales, ceder espacios de poder, reparar heridas narcisistas…

      Pero creo que quien elige el camino de la práctica clínica no puede soslayar este trabajo si pretende que sus pacientes lo hagan.

      1 ¿De quién? (Nota de la autora).

      2 Término acuñado por Bleger en los años 60 (cf. Bleger, 1967).

      3. ETAPAS EN LA VIDA DE LOS TERAPEUTAS

      …el terapeuta novato primero aprende cosas sobre la psicoterapia, después cómo hacer psicoterapia, y, a continuación, si todo va bien, da el paso de convertirse en psicoterapeuta. Carl Whitaker (1992)

      Parto de la base que nos vamos haciendo terapeutas poco a poco, atravesando ríos, pantanos, llanuras, quebradas, mesetas, cordilleras; es un proceso que quienes elegimos esta especialidad vamos recorriendo solos y acompañados, con entusiasmo y decepción, con esperanzas y frustraciones.

      No he conocido a nadie que sea psicólogo clínico que no haya experimentado la mezcla de miedo a equivocarse, desorientación, confusión, culpa e inseguridad, al iniciarse en esta profesión. Y muchas veces, en grupos de supervisión nos hemos preguntado si hubiera sido posible que no nos sucediera eso… Algunos creemos que sí, que hay maneras diferentes de formar que permitirían llegar a los comienzos del ejercicio profesional “mejor plantados”, más seguros.

      Esta diferenciación por etapas de desarrollo profesional no es rígida: dado que siempre existen nuevas propuestas, técnicas diferentes y aportes de las investigaciones, tenemos que imaginar un continuum donde siempre vamos a poder estar aprendiendo algo nuevo, y, en ese sentido, respecto a ciertos aspectos seremos siempre principiantes. Como lo dice Haley (1996: 70), “el novicio más fácil de formar es el terapeuta experimentado que admite su inexperiencia en el enfoque terapéutico”.

      A la etapa de iniciación, que suele abarcar aproximadamente los primeros cinco años de ejercicio, le sigue una etapa de formación avanzada, que según los contextos puede desarrollarse en los siguientes cinco años. A los diez años del egreso, podríamos hablar de terapeutas con experiencia, etapa donde se desarrolla la mayor parte de nuestra vida profesional, hasta llegar a la etapa del retiro, que también puede abarcar varios años.

      Esta etapa puede comenzar (según los contextos y universidades) dentro del pre-grado o una vez finalizado este. En algunos países, los alumnos de Psicología Clínica son guiados por supervisores para tratar a uno o dos pacientes, muchas veces usando la cámara de Gesell; mientras que en otros lugares esto no está permitido salvo cuando llegan a los postítulos. En este caso, se trata de psicólogos clínicos que solo han leído sobre psicoterapia y que conocen las teorías y técnicas, pero que nunca han pasado por la experiencia de hacer una. Parafraseando a Haley (cf. 1996), es como si un violinista hubiera estudiado solo textos sobre cómo es tocar el violín, pero nunca hubiera tenido uno en sus manos.

      En esta etapa, los terapeutas se caracterizan por estar muy asustados, inseguros, sin mucha claridad respecto a cuál enfoque le sintoniza más con su persona. Muchas veces (dependiendo de la universidad a la que asistieron) han tenido capacitación solo en un enfoque psicoterapéutico y, por lo tanto, es a él al que se ajustan para comenzar, aunque no necesariamente sea el mejor para la persona a la que van a tratar ni para sí mismos. Así, en esta primera etapa del viaje que los llevará a convertirse en terapeutas es muy importante que puedan ampliar la información con la que cuentan a través de cursos, seminarios, asistencia a congresos, postgrados y supervisiones.

      Pero en esa búsqueda, y para no malgastar recursos, los terapeutas principiantes ojalá tuvieran un grado de autoconocimiento que, aunque fragmentario e incompleto, les permitiera tener una visión acerca de qué manera les resultaría más cómodo y atractivo trabajar, cuáles son sus habilidades, cuáles son sus maneras más habituales de relacionarse con personas y cuáles son sus carencias o déficits.

      Me inclino a pensar que en esta etapa (y desde la formación de pregrado), más que espacios individuales prolongados, pueden ser muy útiles los grupos de pares que capaciten a los futuros profesionales en el registro de su propia emocionalidad y en el cómo incluirla en el trabajo terapéutico.

      Al decir de Aponte (1985: 10):

      El entrenamiento de un terapeuta debe capacitarlo para volverse sensible a la percepción de sus propias señales emocionales y conductuales, que lo alertan acerca de si está manejando o no satisfactoriamente los aspectos personales de su relación con una familia. […] Él puede aprender a utilizar sus reacciones al servicio de sus objetivos terapéuticos.

      Por ejemplo: hay personas que son muy concretas, a quienes les gusta resolver los problemas en un corto período de tiempo y que se instalan rápidamente en encontrar soluciones a los problemas. Si esas personas inician una formación en psicoanálisis probablemente no van a sentir satisfacción en su quehacer, van a perder tiempo y dinero, y van a sentirse “a contramano” de sí mismos; mientras que si se formasen en técnicas de terapia breve en sus diversas versiones o en terapia cognitivo-conductual, probablemente se llegasen a sentir coherentes y satisfechos.

      Cada teoría y técnica requiere de habilidades y herramientas diferentes por parte del terapeuta, y más allá de que la experiencia les permita desarrollarlas y profundizarlas, lo ideal es partir con motivación y placer, porque si no se topará innecesariamente con sus dificultades o malestares en el aprendizaje desde el inicio.

      En esta etapa, las personas en formación necesitan de supervisores muy claros que les puedan enseñar habilidades de una manera bien estructurada y circunscrita. Pero también hace falta que sean supervisores humildes, que empaticen con el que se está iniciando, que no necesiten ser “estrellas” o seguidos al pie de la letra o admirados, porque lo que se fomenta así es la idealización y dependencia extrema de la supervisión, lo cual no ayuda al crecimiento.

      Otra característica de esta etapa es el manejo rígido de los diagnósticos y de las teorías. Frente a la angustia que produce el encuentro con personas a quienes se escucha contar sus dificultades y problemas, los terapeutas principiantes suelen aferrarse al psicodiagnóstico como verdad absoluta, y es frecuente que traten que la persona se ajuste a él para sentirse seguros en su quehacer.

      Están totalmente pendientes de los pacientes durante la entrevista y, por lo tanto, funcionan muy desconectados de sí mismos y de sus vivencias en la sesión. Están pensando todo el tiempo, por lo que el contacto con los pacientes es muy racional, poco libre y sin inclusión de la propia emocionalidad.

      Asimismo, tratan de aplicar tal cual las pautas de una entrevista y se desorientan si los pacientes les empiezan a hablar de otra cosa. Por eso la flexibilidad es una habilidad importantísima a desarrollar, aunque los haga sentir más