Se desataron con fuerza los vientos republicanos de reforma, libertad y democracia. «¡Viva la libertad! ¡Viva la soberanía nacional! ¡Abajo los Borbones!». Con tales gritos termina la proclama que dirigió la Junta revolucionaria superior de la provincia al pueblo de Valencia, y que fue publicada el 29 de septiembre de 1868 (Bozal, 1968: 87). Los revolucionarios, entre otras cosas, cerraron el Colegio de San Pablo y expulsaron a los internos, sin duda como medida democratizante. Simarro había terminado su bachillerato en 1867 y se encontró ahora en la calle. Hubo de acogerse a la generosidad, primero del conserje del centro, y luego de un caballero, Jaime Banús Castellví, que le ofreció su casa y después le buscó un colegio donde dar unas clases y empezar a ganar algún dinero. El joven bachiller se vio así envuelto en el vendaval del cambio de régimen hacia una democracia, por el que habían trabajado muchos espíritus radicales y soñadores.
La Junta revolucionaria, encabezada por Josep Peris i Valero (1821-1877), recibió en la ciudad al general Prim a principios de octubre de ese año. Mientras muchos buscaban una nueva monarquía democrática que ocupara el trono vacante, otros procuraban favorecer la llegada de una república que pusiera fin a los abusos y corruptelas que habían abundado en la vida de la corte. La agitación no cesó. En septiembre de 1869, un año después de la caída de los Borbones, el Gobierno provisional del general Serrano trató de disolver las Milicias Nacionales a fin de consolidar el poder central. Las Milicias habían llegado a reunir un poder considerable y en muchos lugares se sublevaron buscando su permanencia.
En Valencia, las calles de la ciudad se vieron envueltas en una batalla campal entre milicianos republicanos que pretendían forzar el cambio y las tropas del ejército, que buscaba imponer el orden de acuerdo con el Gobierno. Simarro aparece como uno de los jóvenes dirigentes de la juventud republicana, y debió de participar muy activamente en todo el episodio de agitación ciudadana. Con clases y conferencias animó la actividad popular de las gentes republicanas. Eduardo Pérez Pujol, rector de la Universidad y una de las figuras que luego se integraría desde su creación en 1876 en el amplio grupo de impulsores de la Institución Libre de Enseñanza, le nombró tesorero de la Junta revolucionaria. Desde esta época se fueron consolidando las convicciones políticas de republicanismo y democracia que luego le caracterizarían, al tiempo que su personalidad se afirmaba y distinguía con un perfil propio.
La construcción de un nuevo régimen no gozó de la calma que hubiera posibilitado la edificación de un nuevo marco político sólido. Un gobierno provisional, con figuras como Práxedes Sagasta, Manuel Ruiz Zorrilla y Laureano Figuerola, reunió Cortes y buscó entre personalidades de las dinastías europeas de la época a un rey que pudiera venir a ocupar el trono hispano vacante. Creyeron hallarlo en el príncipe italiano don Amadeo de Saboya (1845-1890), hijo segundo del rey de Italia, Victor Manuel II. Su nombre obtuvo el apoyo mayoritario de las Cortes, que votaron entre los distintos candidatos. El nuevo monarca iba a tener en contra a los republicanos, federales y no federales, a los alfonsinos, partidarios de don Alfonso, el hijo de Isabel II, a los partidarios del duque de Montpensier y a los que estaban a favor de darle la corona al general Espartero, y en fin, a los carlistas, que rechazaban la decisión de las Cortes. Mientras venía, fue nombrado regente el duque de la Torre y presidente del Consejo de Ministros el general Prim. Pero cuando don Amadeo llegó a España a ocupar el trono que se le había ofrecido, se encontró con que su principal valedor, don Juan Prim, había caído asesinado en diciembre de 1870. Había estallado la guerra en Cuba, donde los grupos influyentes buscaban la independencia; la internacional socialista buscaba penetrar en la sociedad y los carlistas se sublevaban iniciando la Segunda Guerra Carlista y forzando la represión militar. Todos esos factores terminaron por impulsarle a renunciar al trono y abandonar el país. Así se llegó a la creación de la Primera República, en sesión de Cortes de 11 de febrero de 1873.
Políticamente, la república fue un fracaso. Vivió sin un día de paz, agitada por la rebelión de los carlistas, la sublevación de Cuba, los movimientos separatistas y los intentos de implantar cantones independientes en diversos lugares de Andalucía y Levante. Hubo, además, fuertes movimientos obreros y los grupos anarquistas adquirieron un peso creciente y un fuerte arraigo entre ciertos sectores sociales. El nuevo régimen duró un año, desde febrero de 1873 al 3 de enero de 1874, fecha en la que el general Pavía dio un golpe de estado con el que puso fin al Gobierno que entonces presidía el cuarto presidente, Emilio Castelar (1832-1899), que había sido precedido en los meses previos por Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall y Nicolás Salmerón, figuras notables y valiosas, pero con un efímero poder.
También en este tiempo se vio el joven Simarro envuelto en las andanzas cantonales que se desarrollaron en Valencia en el verano de 1873, de forma paralela a lo que también ocurriera en Alcoy, en Castellón y en otros lugares, como Cádiz, Sanlúcar o Cartagena. Al final, el general Martínez Campos terminó dominando la insurrección y restableciendo el orden. Simbólicamente, buena parte de las murallas de la ciudad, construidas en el siglo XIV y ya en parte derribadas en 1865, terminaron por desaparecer (Barón, 1994). El cantonalismo dejaba paso, al rendirse, a la construcción de un estado nacional.
De todas esas aventuras juveniles guardó un permanente recuerdo. Todavía en 1914, en algún mitin político, hizo alusión a su presencia en las barricadas de 1869 y de 1873, así como a sus «primeros entusiasmos revolucionarios» (Simarro, 1914b: 1).
Las algaradas y las barricadas no impidieron al joven bachiller, ya estudiante de medicina, reflexionar sobre las cuestiones punzantes del conocimiento y del saber, y pensar en su futuro. Se dedicó con nuevo ahínco a su carrera.
ESTUDIANTE Y CONFERENCIANTE
Medicina era una carrera de seis años, que incluía varias materias de la Facultad de Ciencias, además de las propias de la licenciatura. En Valencia sus estudios se hacían en locales del Hospital General, pues hasta 1885 no tendría un edificio propio (Barona, 1998: 58). La facultad contaba con dos departamentos, uno de Anatomía y otro de Fisiología, y con una serie de museos y dependencias, en los que enseñaban catorce catedráticos y varios auxiliares. Los estudios se podían orientar hacia la clínica médica, la quirúrgica o las enfermedades de la mujer y el niño (Vidal, 2007: 26). Sus medios limitados no impidieron que en sus aulas se introdujeran las nuevas ideas que circulaban por Europa, aunque no sin resistencias. Así, en 1867, el catedrático de Fisiología José Ortalá fue separado de su cátedra por haber defendido en ella públicamente las tesis darwinistas, pero con la llegada de la revolución, la Junta revolucionaria acordó reponerle, prestando así apoyo a las tesis progresistas. Otra notable figura de aquel tiempo es Peregrín Casanova (1849-1919), catedrático de Anatomía entre 1875 y 1919; su obra representó un importante impulso a favor de las tesis del monismo evolutivo de Ernst Haeckel, famoso profesor de la Universidad de Jena, defensor del evolucionismo, con quien el valenciano mantuvo una buena relación epistolar. Además, sostenía la relevancia singular de la química biológica, que era para él «el verdadero ligamento… de lo inorgánico y de lo orgánico», pues en los procesos químicos veía la base de los actos y funciones biológicos (Casanova, 1877: 7). Algunas de estas ideas iban a dejar su huella en los primeros trabajos de Simarro.
Entre las figuras influyentes de la docencia de aquella Facultad se cuenta José Monserrat y Riutort (1814-1881), que promovió los estudios de química y análisis químico médico, y sobre todo, Juan Bautista Peset y Vidal (1821-1885), gran clínico práctico, que además impulsó la creación del Instituto Médico Valenciano, fundado en 1841, y el desarrollo y la mejora de la Facultad, donde promovió los estudios clínicos, la psiquiatría y la historiografía médica (López Piñero et al., 1983).
Peset poseía una mentalidad anatomo-clínica. Con un sentido claramente positivista, buscaba los signos físicos de la lesión que afectaba a la organización anatómica del paciente y generaba el trastorno patológico; llegado el caso, la autopsia post mortem habría de confirmar la corrección del juicio médico.
De esta suerte, Simarro pudo encontrar en la Facultad valenciana algunas de las ideas que iban