En cualquier caso, lo que interesa destacar es que, según esta visión chartalista, los impuestos no se crearon para recaudar dinero, sino para recolectar bienes y servicios. Al fin y al cabo… ¿qué sentido tendría que las autoridades exigieran el pago de unas tablillas de arcilla que ellas mismas creaban? Su objetivo no era acumular tablillas de arcilla, sino obligar a la gente a producir bienes y servicios en su favor. Por lo tanto, los impuestos no eran un mecanismo de financiación, sino un mecanismo de transferencia de recursos reales desde los ciudadanos hacia las autoridades.
Pero no se trata sólo de un hecho histórico: ocurre lo mismo en los Estados modernos, como veremos con más detalle en próximos capítulos. Baste de momento tener en cuenta que los sistemas tributarios actuales permiten que el sector público absorba recursos reales del sector privado (mano de obra, materiales, suministro energético, etc.), para luego redistribuirlos de vuelta al mismo sector, pero de una manera más equitativa en forma de infraestructuras, educación, sanidad, investigación, desarrollo y cualquier otra prestación que se haya habilitado. El papel de los impuestos en las modernas economías de mercado sigue siendo el mismo que en tiempos ancestrales: transferir recursos reales hacia el Estado, para que este los vuelva a redistribuir. Antiguamente era en aras de la concentración de poder, de la colonización y del esclavismo, pero en tiempos recientes suele ser en aras de la equidad y de la justicia.
En definitiva, la TMM se apoya en los postulados chartalistas para señalar que el dinero fue una creación del Estado para facilitar y multiplicar la transferencia de recursos reales de los ciudadanos a las autoridades. Es la utilización del monopolio de la violencia a través de impuestos lo que da valor al dinero del Estado y también lo que impulsa la producción de bienes y servicios en el sector no estatal. En el próximo capítulo profundizaremos en estas y otras funciones que tienen los impuestos de acuerdo con la TMM.
[1] H. D. Macleod, The Theory of Credit, Londres y Nueva York, Longmans, Green, and Co., 1889-1891, p. 57.
[2] G. Simmel, The Philosophy of Money, [1900], Londres, Routledge, 1907, pp. 177-178 [ed. cast. Filosofía del dinero, trad. Ramón Cotarelo, Madrid, Capitán Swing, 2013].
[3] G. F. Knapp, The State Theory of Money [1905], Londres, MacMillan & Company Limited, 1924.
[4] A. Lerner, «Money as a Creature of the State», The American Economic Review 37, 2 (1947), pp. 312-317.
[5] C. A. E. Goodhart, «The two concepts of money: implications for the analysis of optimal currency areas», European Journal of Political Economy 14 (1998), pp. 407-432.
[6] L. R. Wray, Modern Money Theory: A Primer on Macroeconomics for Sovereign Monetary Systems, Londres, Palgrave Macmillan, 2012.
[7] K. Polanyi, The Livelihood of Man, Nueva York, Academic Press, 1977. [ed. cast.: El sustento del hombre, trad. Ester Gómez Parro, Madrid, Capitán Swing, 2009].
[8] J. D. White, Karl Marx and the intellectual origins of dialectical materialism, Londres, Macmillan, 1996.
[9] P. H. H. Vries, «Governing growth: A comparative analysis of the role of the state in the rise of the West», Journal of World History 13, 1 (2002), pp. 67-138.
[10] Para una revisión detallada de este tipo de experiencias véase M. Forstater, «Taxation and primitive accumulation: the case of colonial Africa», Research in Political Economy 22 (2005), pp. 51-65.
IV
Los impuestos no financian los gastos públicos
Ya hemos visto cómo los Estados pueden lograr que el dinero que crean de la nada sea aceptado por la población de su territorio gracias a la exigencia de impuestos. En este capítulo vamos a profundizar sobre ello y a explorar cuál es exactamente el papel de los impuestos en cualquier economía.
Siempre ha habido un debate muy vivo sobre lo que da valor realmente al dinero[1]. Si es simplemente un invento abstracto del Estado, ¿por qué eso tiene valor? ¿Por qué la gente lo utiliza? La visión de dinero-mercancía y sobre todo sus variantes metalistas consideran que es porque el dinero está hecho o se referencia en algo que sí tiene valor. Hay otras explicaciones que hablan de un bucle infinito de aceptabilidad; es decir, que una persona acepta el dinero del Estado porque sabe que otras personas lo aceptarán a cambio de la venta de bienes y servicios, y esas personas lo aceptarán a su vez porque saben que otras harán lo mismo, y así indefinidamente. Hay otras visiones, más vinculadas a la teoría de las finanzas, que sostienen que la gente acepta el dinero del Estado en tanto en cuanto este lo gestiona como un activo financiero que otorga cierta rentabilidad a su poseedor. Y también hay otras, como la del economista Joseph Schumpeter, que señalan que la aceptabilidad del dinero se debe a una cuestión legal: los legisladores deciden qué tipo de dinero se debe usar[2].
Pero ya hemos visto que la TMM, apoyándose en los planteamientos chartalistas, ofrece una respuesta diferente a esta pregunta. Lo que da valor al dinero es que el Estado obligue a pagar impuestos utilizándolo. Esto hace que la gente demande el dinero del Estado para pagarlos y evitar así represalias penales.
El brillante economista Hyman Minsky ahondó en esta explicación al vincular la necesidad de pagar impuestos con la producción de bienes y servicios, porque eso sí que tiene valor real: «la necesidad de pagar impuestos implica que la gente trabaje y produzca para obtener lo que tiene que ser pagado en impuestos. Por lo tanto, los impuestos que necesitan ser pagados dan valor al dinero de la economía»[3]. Se trata de un ligero matiz a la premisa chartalista: lo que da valor al dinero no son directamente los impuestos, sino el trabajo que deriva de la exigencia de impuestos.
En cualquier caso, esta idea de que los impuestos dan valor al dinero, que puede parecer un tanto rara a priori, fue señalada incluso por el propio Adam Smith, que, como vimos en el capítulo 1, adoptaba la visión de dinero-mercancía. En su obra maestra, La riqueza de las naciones, escribió: «Un príncipe, al promulgar que una proporción determinada de sus impuestos debe ser pagada con un dinero-papel de un determinado tipo, puede dar un valor determinado a ese papel-dinero»[4]. Pues ahí lo tenemos, el padre de la ciencia económica entendiendo perfectamente que una autoridad, en este caso un príncipe, puede dar valor a su dinero imponiendo impuestos. Ilustres economistas que vinieron después de él también asimilaron muy bien esta idea, como John Stuart Mill, John Maynard Keynes, William Stanley Jevons o Abba Lerner[5].
De hecho, en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, esta idea de que los impuestos dan valor al dinero estaba ya bastante extendida entre la población, no sólo entre los economistas. Por ejemplo, la Enciclopedia Británica de 1946 recogía la siguiente definición de «dinero»:
Si el Gobierno anuncia su disposición a aceptar cierto medio de pago en la liquidación de impuestos, los contribuyentes estarán dispuestos a aceptar este medio de pago porque pueden utilizarlo para pagar impuestos. Todos los demás estarán entonces dispuestos a aceptarlo porque pueden usarlo para comprar cosas a los contribuyentes, o para pagarles deudas, o para hacer pagos a otros que tienen que hacer pagos a los contribuyentes, etcétera[6].