Ana Karenina. Liev N. Tolstói. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Liev N. Tolstói
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782384230167
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los ojos de su hija–. Sólo quiero que me prometas una cosa, vidita mía: que nunca tendrás secretos para mí. ¿Me lo prometes?

      –Nunca, mamá –repuso Kitty, ruborizándose y mirando a su madre a la cara–. Pero hoy por hoy no tengo nada que decirte… Yo… Yo… Aunque quisiera decirte algo, no sé qué… No, no se que, ni como…

      «No, con esos ojos no puede mentir», pensó su madre, sonriendo de emoción y de contento. La Princesa sonreía, además, ante aquello que a la pobre muchacha le parecía tan inmenso y trascendental: las emociones que agitaban ahora su alma.

      Capítulo 13

      Después de comer y hasta que empezó la noche, Kitty experimentó un sentimiento parecido al que puede sentir un joven soldado antes de la batalla. Su corazón palpitaba con fuerza y le era imposible concentrar sus pensamientos en nada. Sabía que esta noche en que iban a encontrarse los dos se decidiría su suerte, y los imaginaba ya a cada uno por separado ya a los dos a la vez.

      Al evocar el pasado, se detenía en los recuerdos de sus relaciones con Levin, que le producían un dulce placer. Aquellos recuerdos de la infancia, la memoria de Levin unida a la del hermano difunto, nimbaba de poéticos colores sus relaciones con él. El amor que experimentaba por ella, y del cual estaba segura, la halagaba y la llenaba de contento. Conservaba, pues, un recuerdo bastante grato de Levin.

      En cambio, el recuerdo de Vronsky le producía siempre un cierto malestar y le parecía que en sus relaciones con él había algo de falso, de lo que no podía culpar a Vronsky, que se mostraba siempre sencillo y agradable, sino a sí misma, mientras que con Levin se sentía serena y confiada. Mas, cuando imaginaba el porvenir con Vronsky a su lado, se le antojaba brillante y feliz, en tanto que el porvenir con Levin se le aparecía nebuloso.

      Al subir a su cuarto para vestirse, Kitty, contemplándose al espejo, comprobó con alegría que estaba en uno de sus mejores días. Se sentía tranquila, con pleno dominio de sí misma, y sus movimientos eran desenvueltos y graciosos.

      A las siete y media, apenas había bajado al salón, el lacayo anunció:–Constantino Dmitrievich Levin.

      La Princesa se hallaba aún en su cuarto y el Príncipe no había bajado tampoco. «Ahora… », pensó Kitty, sintiendo que la sangre le afluía al corazón. Se miró al espejo y se asustó de su propia palidez.

      Ahora comprendía claramente que si él había llegado tan pronto era para encontrarla sola y pedir su mano. Y el asunto se le presentó de repente bajo un nuevo aspecto. No se trataba ya de ella sola, ni de saber con quién podría ser feliz y a quién daría su preferencia; comprendía ahora que era forzoso herir cruelmente a un hombre a quien amaba. Y ¿por qué? ¡Porque él, tan agradable, estaba enamorado de ella! Pero ella nada podía hacer: las cosas tenían que ser así. «¡Dios mío! ¡Que yo misma tenga que decírselo! –pensó–. ¿Tendré que decirle que no le quiero? ¡Pero esto no sería verdad! ¿Que amo a otro? ¡Eso es imposible! Me voy, me voy… »

      Ya iba a salir cuando sintió los pasos de él.

      «No, no es correcto que me vaya. ¿Y por qué temer? ¿Qué he hecho de malo? Le diré la verdad y no me sentiré cohibida ante él. Sí, es mejor que pase… Ya está aquí», se dijo al distinguir la pesada y tímida figura que la contemplaba con ojos ardientes.

      Kitty le miró a la cara como si implorase su clemencia, y le dio la mano.

      –Veo que he llegado demasiado pronto ––dijo Levin, examinando el salón vacío. Y cuando comprobó que, como esperara, nada dificultaría sus explicaciones, su rostro se ensombreció.

      –¡Oh, no! –contestó Kitty, sentándose junto a una mesa.

      –En realidad, deseaba encontrarla sola –explicó él, sin sentarse y sin mirarla, para no perder el valor.

      –Mamá vendrá en seguida. Ayer se cansó mucho… Ayer…

      Hablaba sin saber lo que decía y sin separar de Levin su mirada suplicante y acariciadora.

      Él volvió a contemplarla. Kitty se ruborizó y guardó silencio.

      –Le dije ya que no sé cuánto tiempo permaneceré en Moscú, que la cosa dependía de usted.

      Ella inclinó más aún la cabeza no sabiendo cómo habría de contestar a la pregunta que presentía.

      –Depende de usted porque quería… quería decirle que… desearía que fuese usted mi esposa.

      Había hablado casi inconscientemente. Al darse cuenta de que lo más grave había sido dicho, calló y miró a la joven.

      Ella respiraba con dificultad, apartando la vista. En el fondo se sentía alegre y su alma rebosaba felicidad. Nunca había creído que tal declaración pudiera producirle una impresión tan profunda.

      Pero aquello duró un solo instante. Recordó a Vronsky y, dirigiendo a Levin la mirada de sus ojos límpidos y francos y viendo la expresión desesperada de su rostro, dijo precipitadamente.

      –Dispénseme… No es posible…

      ¡Qué próxima estaba ella a él un momento antes y cuán necesaria era para su vida! Y ahora, ¡qué lejana, qué distante de él!

      –No podía ser de otro modo –dijo Levin, sin mirarla. Saludó y se dispuso a marchar.

      Capítulo 14

      Pero en aquel instante entró la Princesa. El horror se pintó en sus facciones al ver que los dos jóvenes estaban solos y que en sus semblantes se retrataba una profunda turbación. Levin saludó en silencio a la Princesa. Kitty callaba y mantenía bajos los ojos.

      «Gracias a Dios, le ha dicho que no», pensó su madre.

      Y en su rostro se pintó la habitual sonrisa con que recibía a sus invitados cada jueves.

      Se sentó y empezó a hacer a Levin preguntas sobre su vida en el pueblo. El se sentó también, esperando que llegasen otros invitados para poder irse sin llamar la atención.

      Cinco minutos después entró una amiga de Kitty, casada el invierno pasado: la condesa Nordston.

      Era una mujer seca, amarillenta, de brillantes ojos negros, nerviosa y enfermiza. Quería a Kitty y, como siempre sucede cuando una casada siente cariño por una soltera, su afecto se manifestaba en su deseo de casar a la joven con un hombre que respondía a su ideal de felicidad, y este hombre era Vronsky.

      La Condesa había solido hallar a Levin en casa de los Scherbazky a principios del invierno. No simpatizaba con él. Su mayor placer cuando le encontraba consistía en divertirse a su costa.

      –Me agrada mucho –decía– observar cómo me mira desde la altura de su superioridad, bien cuando interrumpe su culta conversación conmigo considerándome una necia o bien cuando condesciende en soportar mi inferioridad. Esa condescendencia me encanta. Me satisface mucho saber que no puede tolerarme.

      Tenía razón: Levin la despreciaba y la encontraba inaguantable en virtud de lo que ella tenía por sus mejores cualidades: el nerviosismo y el refinado desprecio a indiferencia hacia todo lo sencillo y corriente.

      Entre ambos se habían establecido, pues, aquellas relaciones tan frecuentes en sociedad, caracterizadas por el hecho de que dos personas mantengan en apariencia relaciones de amistad sin que por eso dejen de experimentar tanto desprecio el uno por el otro que no puedan ni siquiera ofenderse.

      La condesa Nordston atacó inmediatamente a Levin.

      –¡Caramba, Constantino Dmitrievich! ¡Ya le tenemos otra vez en nuestra corrompida Babilonia! –dijo, tendiéndole su manecita amarillenta y recordando que Levin meses antes había llamado Babilonia a Moscú–. ¿Qué? ¿Se ha regenerado Babilonia o se ha encenagado usted? –preguntó, mirando a Kitty con cierta ironía.

      –Me honra mucho, Condesa,