Algunos de nuestros lectores se sorprenderán al escuchar que hay hombres que profesan ser cristianos y que niegan rotundamente la personalidad del Espíritu. No ensuciaremos estas páginas transcribiendo sus blasfemias, pero mencionaremos un detalle al que apelan los seductores espirituales, porque algunos de nuestros amigos posiblemente hayan experimentado alguna dificultad con ello. En el segundo capítulo de Hechos, se dice que el Espíritu Santo fue «derramado» (Hechos 2:18 y 2:33). ¿Cómo se pueden usar esos términos para una Persona? Muy fácilmente: ese lenguaje es figurativo y no literal; no puede ser literal porque lo que es espiritual es incapaz de ser materialmente «derramado». La figura se interpreta fácilmente: como el agua «derramada» desciende, así el Espíritu ha venido del cielo a la tierra; así como la lluvia «torrencial» es fuerte, así el Espíritu es dado gratuitamente en la plenitud de Sus dones.
Habiendo aclarado esto, que ha dificultado a algunos, confiamos ahora tenemos el camino abierto para presentar algunas de las pruebas positivas. Comencemos por señalar que una «persona» es una entidad inteligente y voluntaria, de la cual se pueden predicar verdaderamente las propiedades personales. Una «persona» es una entidad viviente, dotada de entendimiento y voluntad, siendo un agente inteligente y dispuesto. Así es el Espíritu Santo: todos los elementos que constituyen personalidad se Le atribuyen y se encuentran en Él. «Como el Padre tiene vida en Sí mismo, y el Hijo tiene vida en Sí mismo, así también el Espíritu Santo, ya que Él es el Autor de la vida natural y espiritual de los hombres, lo cual no podría ser si Él no tuviera vida en Sí mismo; y si Él tiene vida en Sí mismo, debe subsistir en Sí mismo» (John Gill).
1. Se predican del Espíritu propiedades personales. Él está dotado de entendimiento o sabiduría, que es la primera propiedad inseparable de un agente inteligente: «el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios» (1 Corintios 2:10). Ahora, «escudriñar» es un acto de entendimiento, y se dice que el Espíritu «escudriña» porque «sabe» (versículo 11). Él está dotado de voluntad, que es la propiedad más eminentemente distintiva de una persona: «Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere» (1 Corintios 12:11). ¡Cuán completamente sin significado sería tal lenguaje si el Espíritu fuera sólo una influencia o energía! Él ama: «Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu» (Romanos 15:30). ¡Cuán absurdo sería hablar del «amor del Espíritu» si el Espíritu no fuera más que un aliento impersonal o una cualidad abstracta.
2. Se atribuyen al Espíritu Santo propiedades personales pasivas: es decir, Él es el Objeto de tales acciones de los hombres como nadie más que una persona puede serlo. «Convinisteis en tentar al Espíritu del Señor» (Hechos 5:9). Correctamente John Owen dijo: «¿Cómo puede ser tentada una cualidad, un accidente, una emanación de Dios? Nadie puede serlo sino el que tiene un entendimiento para considerar lo que se Le propone, y una voluntad para determinar sobre las propuestas hechas». De la misma manera, se dice de Ananías «que mintieses al Espíritu Santo» (Hechos 5:3); nadie puede mentirle a otro, excepto aquel que sea capaz de escuchar y recibir un testimonio. En Efesios 4:30 se nos ordena «no contristéis al Espíritu Santo»; qué insensato sería hablar de «contristar» una abstracción, como la ley de la gravedad. Hebreos 10:29 nos advierte que Él puede ser «afrentado».
3. Se Le atribuyen acciones personales. Él habla: «el Espíritu dice claramente» (1 Timoteo 4:1); «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (Apocalipsis 2:7). Él enseña: «porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir» (Lucas 12:12); «él os enseñará todas las cosas» (Juan 14:26). Él manda o ejerce autoridad: una prueba contundente de esto se encuentra en Hechos 13:2, «dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado»; ¡cuán completamente engañoso sería tal lenguaje si el Espíritu no fuera una persona real! Él intercede: «el Espíritu mismo intercede por nosotros» (Romanos 8:26); así como la intercesión de Cristo demuestra que Él es una persona, y uno distinto del Padre, ante Quien Él intercede, así la intercesión del Espíritu igualmente prueba Su personalidad, incluso Su personalidad distinta.
4. Se Le atribuyen caracteres personales. Cuatro veces el Señor Jesús Se refirió al Espíritu como «El Consolador», y no simplemente como «consuelo»; las cosas inanimadas, como la ropa, pueden darnos consuelo, pero sólo una persona viva puede ser un «consolador». Una vez más, Él es el Testigo: «Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo» (Hebreos 10:15); «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios» (Romanos 8:16); el término es forense, que denota el suministro de evidencia válida o prueba legal; obviamente, solo un agente inteligente es capaz de desempeñar tal cargo. Él es Justificador y Santificador: «mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:11).
5. Se usan pronombres personales sobre Él. La palabra «pneuma» en el griego, como «espíritu» en el español, es neutra, sin embargo del Espíritu Santo se habla con frecuencia en el género masculino: «Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas» (Juan 14:26); el pronombre personal no podría, sin violar la gramática y la corrección, aplicarse a ningún otro que no fuera una persona. Refiriéndose nuevamente a Él, Cristo dijo: «mas si me fuere, os lo enviaré» (Juan 16:7); no hay otra alternativa mas que considerar al Espíritu Santo como una Persona, o ser culpable de la terrible blasfemia de afirmar que el Salvador empleó un lenguaje que sólo podría engañar a Sus Apóstoles y llevarlos a un terrible error. «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador» (Juan 14:16); no sería posible ninguna comparación entre Cristo (una Persona) y una influencia abstracta.
Tomando prestado el lenguaje del reverenciado John Owen, seguramente podemos decir: «Con todos estos testimonios hemos confirmado plenamente lo que fue diseñado para ser probado por ellos, a saber, que el Espíritu Santo no es una cualidad, como dicen algunos, que reside en el Naturaleza divina; no una mera emanación de virtud y poder de Dios; no la acción del poder de Dios en y para nuestra santificación, sino una Persona santa, inteligentemente subsistente». Que Le plazca al Espíritu Eterno agregar Sus bendiciones a las anteriores, aplicar las mismas a nuestros corazones y hacer que Su adorable Persona sea más real y preciosa para cada uno de nosotros. Amén.
En el último capítulo nos esforzamos por proporcionar, a partir del testimonio de la Sagrada Escritura, evidencia abundante y clara de que el Espíritu Santo es una Persona consciente, inteligente y personal. Nuestra preocupación actual es la naturaleza y dignidad de Su Persona. Confiamos sinceramente en que nuestra presente investigación no sorprenderá a nuestros lectores por ser superflua: seguramente cualquier mente que esté impresionada con la debida reverencia por el tema en el que nos ocupamos admitirá fácilmente que no podemos ser demasiado minuciosos y particulares en la investigación de un punto de tan infinita importancia. Si bien es cierto que casi todos los pasajes que presentamos para demostrar la