El advenimiento público del Espíritu, con el propósito de marcar el comienzo y administrar el nuevo pacto, fue segundo en importancia solo hasta la encarnación de nuestro Señor, que sucedió para terminar con la antigua economía y sentar las bases de la nueva. Cuando Dios designó la salvación de Sus elegidos, estableció dos grandes medios: el don de Su Hijo y el don de Su Espíritu para ellos; de ese modo Se glorifica a cada una de las Personas de la Trinidad. Por lo tanto, desde la entrada del pecado, hubo dos grandes cosas que Dios prometió a Su pueblo: El enviar a Su Hijo para obedecer y morir; y el enviar a Su Espíritu para efectuar los frutos de ello. Cada uno de estos dones Divinos fue otorgado de una manera correspondiente al augusto Dador mismo, y a la naturaleza eminente de los dones. Muchos y marcados son los paralelos de correspondencia entre el advenimiento de Cristo y el advenimiento del Espíritu.
1. Dios dispuso que habría una señal acordada al descenso de cada uno de ellos del Cielo a la tierra para el desempeño de la obra que Se les asignó. Así como el Hijo estuvo presente con los israelitas redimidos mucho antes de Su encarnación (Hechos 7:37-38; 1 Corintios 10:4), Dios decretó para Él un advenimiento visible y más formal, que todo Su pueblo conocía —así aunque el Espíritu Santo fue dado para obrar la regeneración en los hombres durante toda la era del Antiguo Testamento (Nehemías 9:20, etc.) y movió a los Profetas a dar sus mensajes (2 Pedro 1:21), sin embargo, Dios ordenó que Él debería tener una llegada en estado, de manera solemne, acompañada de señales visibles y efectos gloriosos.
2. Tanto los advenimientos de Cristo como los del Espíritu fueron el tema de la predicción del Antiguo Testamento. Durante el siglo pasado se ha escrito mucho sobre las profecías mesiánicas, pero las promesas que Dios hizo acerca de la venida del Espíritu Santo constituyen un tema que generalmente es descuidado. Las siguientes son algunas de las principales promesas que Dios hizo para el Espíritu que habría de ser dado y derramado sobre Sus santos: Salmo 68:18; Proverbios 1:23; Isaías 32:15; Ezequiel 36:26, 39:29; Joel 2:28; Hageo 2:9: en ellos el descenso del Espíritu Santo fue anunciado tan definitivamente como lo fue la encarnación del Salvador en Isaías 7:14.
3. Así como Cristo tuvo a Juan el Bautista para anunciar Su encarnación y preparar Su camino, así el Espíritu Santo tuvo a Cristo mismo para predecir Su venida y preparar los corazones de los Suyos para Su advenimiento.
4. Así como no fue hasta que «vino el cumplimiento del tiempo» que Dios envió a Su Hijo (Gálatas 4:4), así no fue hasta que «llegó el día de Pentecostés» que Dios envió Su Espíritu (Hechos 2:1).
5. Así como el Hijo se encarnó en la tierra santa, Palestina, así el Espíritu descendió en Jerusalén.
6. Así como la venida del Hijo de Dios a este mundo fue auspiciosamente señalada por poderosas maravillas y señales, así el descenso de Dios en Espíritu fue asistido y atestiguado por conmovedoras demostraciones de poder Divino. El advenimiento de Cada uno estuvo marcado por fenómenos sobrenaturales: el coro de ángeles (Lucas 2:13) encontró su contraparte en el «sonido del cielo» (Hechos 2:1), y la «gloria» Shekinah (Lucas 2:9) en las «lenguas como de fuego» (Hechos 2:3).
7. Como una estrella extraordinaria marcó la «casa» donde estaba el niño Jesús (Mateo 2:9), así un temblor Divino marcó la «casa» a la que descendió el Espíritu (Hechos 2:2).
8. En relación con el advenimiento de Cristo, hubo un aspecto tanto privado como público: de la misma manera fue con el Espíritu. El nacimiento del Salvador se dio a conocer a unos pocos, pero cuando iba a ser «manifestado a Israel» (Juan 1:31), fue identificado públicamente, porque en Su bautismo los cielos fueron abiertos, el Espíritu descendió sobre Él en forma de paloma, y la voz del Padre Lo reconoció audiblemente como Su Hijo. En consecuencia, el Espíritu fue comunicado a los Apóstoles en privado, cuando el Salvador resucitado «sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo» (Juan 20:22); y más tarde Él vino públicamente el día de Pentecostés cuando toda la gran multitud de Jerusalén se dio cuenta de Su llegada (Hechos 2:32-36).
9. El advenimiento del Hijo fue para que Él se encarnara, cuando el Verbo eterno Se hizo carne (Juan 1:14); así también, el advenimiento del Espíritu fue para que Él Se encarnara en los redimidos de Cristo: como el Salvador les había declarado, el Espíritu de verdad «estará en vosotros» (Juan 14:17). Este es un paralelo verdaderamente maravilloso. Así como el Hijo de Dios Se hizo hombre, habitando en un «templo» humano (Juan 2:19), así la Tercera Persona de la Trinidad estableció Su morada en los hombres, a quienes se dice: «¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» (1 Corintios 3:16). Como el Señor Jesús Le dijo al Padre: «Mas me preparaste cuerpo» (Hebreos 10:5), para que el Espíritu pudiera decirle a Cristo: «Mas me preparaste cuerpo» (cf. Efesios 2:22).
10. Cuando Cristo nació en este mundo, se nos dice que Herodes «se turbó, y toda Jerusalén con él» (Mateo 2:3); de la misma manera, cuando se nos dio el Espíritu Santo, leemos: «Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos» (Hechos 2:5-6).
11. Se había predicho que cuando Cristo apareciera, no sería reconocido ni apreciado (Isaías 53), y así sucedió. De la misma manera, el Señor Jesús declaró: «el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce» (Juan 14:17).
12. Así como las afirmaciones mesiánicas de Cristo fueron puestas en duda, así el advenimiento del Espíritu fue desafiado de inmediato: «Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto?» (Hechos 2:12).
13. La analogía es aún más cercana: así como Cristo fue llamado «bebedor de vino» (Mateo 11:19), ¡así se dijo de los llenos del Espíritu: «Están llenos de mosto» (Hechos 2:13)!
14. Así como Juan el Bautista anunció el advenimiento público de Cristo (Juan 1:29), Pedro interpretó el significado del descenso público del Espíritu (Hechos 2:15-36).
15. Dios asignó a Cristo la ejecución de una obra estupenda, la de comprar la redención de Su pueblo; así de la misma manera, se Le ha asignado al Espíritu la tarea trascendental de aplicar eficazmente a Sus elegidos las virtudes y los beneficios de la expiación.
16. Así como en el desempeño de Su obra el Hijo honró al Padre (Juan 14:10), así en el cumplimiento de Su misión el Espíritu glorifica al Hijo (Juan 16:13-14).
17. Como el Padre rindió santa deferencia al Hijo al ordenar a los discípulos: «a él oíd» (Mateo 17:5), de la misma manera el Hijo muestra respeto por Su Paracleto al decir: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (Apocalipsis 2:7).
18. Así como Cristo encomendó a Sus santos a la seguridad del Espíritu Santo (Juan 16:7; 14:16), el Espíritu entregará a esos santos a Cristo, como la palabra «tomaré» en Juan 14:3 lo implica claramente. Confiamos en que el lector encontrará el mismo deleite espiritual al leer este capítulo que el escritor al prepararlo.
En Pentecostés, el Espíritu Santo vino como nunca antes. Entonces sucedió algo que inauguró una nueva era para el mundo, un nuevo poder para la justicia, una nueva base para el compañerismo. Ese día, el temeroso Pedro se transformó en el intrépido evangelista. Ese día, el vino nuevo del cristianismo rompió los odres viejos del judaísmo, y la Palabra salió en una multiplicidad de lenguas gentiles. Ese día parece que más almas fueron verdaderamente regeneradas que durante los tres años y medio del ministerio público de Cristo. ¿Qué había pasado? No es suficiente decir que el Espíritu de Dios fue dado, porque Él había sido dado mucho antes, tanto a individuos como a la nación de Israel (Nehemías 9:20; Hageo 2:5); no, la pregunta urgente es, ¿en qué sentido fue dado entonces? Esto nos lleva a considerar cuidadosamente el significado del advenimiento del Espíritu.
1. Fue el cumplimiento de la promesa divina. Primero, del Padre mismo. Durante la dispensación del Antiguo Testamento, declaró, una y otra vez, que derramaría