Robinson Crusoe. Daniel Defoe. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Daniel Defoe
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782378079994
Скачать книгу
falta. También encontré tres Biblias muy buenas, que me habían llegado de Inglaterra y había empaquetado con mis cosas, algunos libros en portugués, entre ellos dos o tres libros de oraciones papistas, y otros muchos libros que conservé con gran cuidado. Tampoco debo olvidar que en el barco llevábamos un perro y dos gatos, de cuya eminente historia diré algo en su momento, pues me traje los dos gatos y el perro saltó del barco por su cuenta y nadó hasta la orilla, al día siguiente de mi desembarco con el primer cargamento. A partir de entonces, fue mi fiel servidor durante muchos años. Me traía todo lo que yo quería y me hacía compañía; lo único que faltaba era que me hablara pero eso no lo podía hacer. Como dije, había encontrado plumas, tinta y papel, que administré con suma prudencia y puedo demostrar que mientras duró la tinta, apunté las cosas con exactitud. Mas cuando se me acabó, no pude seguir haciéndolo, pues no conseguí producirla de ningún modo.

      Esto me hizo advertir que, a pesar de todo lo que había logrado reunir, necesitaba más cosas, entre ellas tinta y también un pico y una pala para excavar y remover la tierra, agujas, alfileres, hilo y ropa blanca, de la cual aprendí muy pronto a prescindir sin mucha dificultad.

      Esta falta de herramientas, hacía más difíciles los trabajos que tenía que realizar, por lo que tardé casi un año en terminar mi pequeña empalizada o habitación protegida. Los postes o estacas, que tenían un peso proporcional a mis fuerzas, me obligaron a pasar mucho tiempo en el bosque cortando y preparando troncos y, sobre todo, transportándolos hasta mi morada. A veces tardaba dos días enteros en cortar y transportar uno solo de esos postes y otro día más en clavarlo en la tierra. Para hacer esto, utilizaba un leño pesado pero después pensé que sería mejor utilizar unas barras puntiagudas de hierro que, después de todo, tampoco me aliviaron el tedio y la fatiga de enterrar los postes.

      Pero, ¿qué necesidad tenía de preocuparme por la monotonía que me imponía cualquier obligación si tenía todo el tiempo del mundo para realizarla? Tampoco tenía más que hacer cuando terminara, al menos nada que pudiera prever, si no era recorrer la isla en busca de alimento, lo cual hacía casi todos los días.

      Comencé a considerar seriamente mi condición y las circunstancias a las que me veía reducido y decidí poner mis asuntos por escrito, no tanto para dejarlos a los que acaso vinieran después de mí, pues era muy poco probable que tuviera descendencia, sino para liberar los pensamientos que a diario me afligían. A medida que mi razón iba dominando mi abatimiento, empecé a consolarme como pude y a anotar lo bueno y lo malo, para poder distinguir mi situación de una peor; y apunté con imparcialidad, como lo harían un deudor y un acreedor, los placeres de que disfrutaba, así como las miserias que padecía, de la siguiente manera:

      Malo

      He sido arrojado a una horrible isla desierta, sin esperanza alguna de salvación.

      Al parecer, he sido aislado y separado de todo el mundo para llevar una vida miserable.

      Estoy separado de la humanidad, completamente aislado, desterrado de la sociedad humana.

      No tengo ropa para cubrirme.

      No tengo defensa alguna ni medios para resistir un ataque de hombre o bestia.

      No tengo a nadie con quien hablar o que pueda consolarme.

      Bueno

      Pero estoy vivo y no me he ahogado como el resto de mis compañeros de viaje.

      Pero también he sido eximido, entre todos los tripulantes del barco, de la muerte; y Él, que tan milagrosamente me salvó de la muerte, me puede liberar de esta condición.

      Pero no estoy muriéndome de hambre ni pereciendo en una tierra estéril, sin sustento.

      Pero estoy en un clima cálido donde, si tuviera ropa, apenas podría utilizarla.

      Pero he sido arrojado a una isla en la que no veo animales feroces que puedan hacerme daño, como los que vi en la costa de África; ¿y si hubiese naufragado allí?

      Pero Dios, envió milagrosamente el barco cerca de la costa para que pudiese rescatar las cosas necesarias para suplir mis carencias y abastecerme con lo que me haga falta por el resto de mi vida.

      En conjunto, este era un testimonio indudable de que no podía haber en el mundo una situación más miserable que la mía. Sin embargo, para cada cosa negativa había algo positivo por lo que dar gracias. Y que esta experiencia, obtenida en la condición más desgraciada del mundo, sirva para demostrar que, aun en la desgracia, siempre encontraremos algún consuelo, que colocar en el cómputo del acreedor, cuando hagamos el balance de lo bueno y lo malo.

      Habiendo recuperado un poco el ánimo respecto a mi condición y renunciando a mirar hacia el mar en busca de algún barco; digo que, dejando esto a un lado, comencé a ocuparme de mejorar mi forma de vida, tratando de facilitarme las cosas lo mejor que pudiera.

      Ya he descrito mi vivienda, que era una tienda bajo la ladera de una colina, rodeada de una robusta empalizada hecha de postes y cables. En verdad, debería llamarla un muro porque, desde fuera, levanté una suerte de pared contra el césped, de unos dos pies de espesor y, al cabo de un tiempo, creo que como un año y medio, coloqué unas vigas que se apoyaban en la roca y la cubrí con ramas de árboles y cosas por el estilo para protegerme de la lluvia, que en algunas épocas del año era muy violenta.

      Ya he relatado cómo llevé todos mis bienes al interior de la empalizada y de la cueva que excavé en la parte posterior. Pero debo añadir que, al principio, todo esto era un confuso amontonamiento de cosas desordenadas, que ocupaban casi todo el espacio y no me dejaban sitio para moverme. Así, pues, me di a la tarea de agrandar mi cueva, excavando más profundamente en la tierra, que era de roca arenosa y cedía fácilmente a mi trabajo. Cuando me sentí a salvo de las bestias de presa, comencé a excavar caminos laterales en la roca; primero hacia la derecha y, luego, nuevamente hacia la derecha, lo cual me permitió contar con un angosto acceso por el que entrar y salir de mi empalizada o fortificación.

      Esto no solo me proporcionó una entrada y salida, como una suerte de paso por el fondo a la tienda y la bodega, sino un espacio para almacenar mis bienes.

      Entonces, comencé a dedicarme a fabricar las cosas que consideraba más necesarias, particularmente una silla y una mesa, pues sin estas no podía disfrutar de las pocas comodidades que tenía en el mundo; no podía escribir, comer, ni hacer muchas cosas a gusto sin una mesa.

      Así, pues, me puse a trabajar y aquí debo señalar que, puesto que la razón es la sustancia y origen de las matemáticas, todos los hombres pueden hacerse expertos en las artes manuales si utilizan la razón para formular y encuadrar todo y juzgar las cosas racionalmente. Nunca en mi vida había utilizado una herramienta, mas con el tiempo, con trabajo, empeño e ingenio descubrí que no había nada que no pudiera construir, en especial, si tenía herramientas; y hasta llegué a hacer un montón de cosas sin herramientas, algunas de ellas, tan solo con una azuela y un hacha, como, seguramente, nunca se habrían hecho antes; y todo ello con infinito esfuerzo. Por ejemplo, si quería un tablón, no tenía más remedio que cortar un árbol, colocarlo de canto y aplanarlo a golpes con mi hacha por ambos lados, hasta convertirlo en una plancha y, después, pulirlo con mi azuela. Es cierto que con este procedimiento solo podía obtener una tabla de un árbol completo pero no me quedaba otra alternativa que ser paciente. Tampoco tenía solución para el esfuerzo y el tiempo que me costaba hacer cada plancha o tablón; mas como mi tiempo y mi trabajo valían muy poco, estaban bien empleados de cualquier forma.

      Con todo, según expliqué anteriormente, primero me hice una mesa y una silla con las tablas pequeñas que traje del barco en mi balsa. Más tarde, después de fabricar algunas tablas, del modo que he dicho, hice unos estantes largos, de un pie y medio de ancho, que puse, uno encima de otro, a lo largo de toda mi cueva para colocar todas mis herramientas, clavos y hierros; en pocas palabras, para tener cada cosa en su lugar de manera que pudiese acceder a todo fácilmente. Clavé, además, unos ganchos en la pared de la roca para colgar mis armas y todas las cosas que pudiese.

      Si alguien hubiese visto mi cueva, le habría parecido un almacén general de todas las cosas necesarias en el mundo. Tenía todas mis pertenencias