Esta falta de preparación emocional, como hemos visto, es totalmente coherente con las características de la edad. Debemos aceptarla y secundarla. Nos ayuda a comprender que en la educación para el uso de los social media está en juego algo muy importante, que no se puede considerar como resuelto ofreciendo algo de información (aunque necesaria) sobre los peligros de Internet o sobre cómo tratar con el “ciberacosador” —ciberbully— de turno. Nuestros hijos no solo necesitan conocimientos técnicos. Este es el camino más fácil: «Te daré las instrucciones y luego te dejaré que te las arregles tú solo con tu confusión emocional».
El desarrollo saludable de su afectividad pasa cada vez más por el uso de estas herramientas. Las dificultades que encuentran no deben minimizarse: es normal que una niña de once años no pueda soportar comentarios fuertemente negativos sobre ella, o un intercambio agresivo a través de Whatsapp, especialmente si lo ve en la pantalla de su teléfono a altas horas de la noche, en la oscuridad de su habitación. Incluso a los trece años la situación será delicada, pero esa misma niña probablemente tendrá algunos recursos adicionales y tal vez una mayor disposición a hablarnos sobre ello. A los dieciséis años estaría en mejores condiciones para metabolizarlo todo. Es importante hacer entender a nuestros hijos que las relaciones son siempre complejas, incluso para los adultos. Podemos compartir con ellos algunas experiencias difíciles que hemos tenido y cómo las hemos resuelto. Tal vez de esta manera sea más fácil comprender que los límites de edad para tener un smartphone y disponer de acceso a las redes sociales no son imposiciones sádicas, destinadas a causar sufrimiento gratuito, sino que pueden servir para proteger ciertas fases muy delicadas del desarrollo de nuestros hijos. No perdamos la oportunidad de ayudarlos a profundizar. Acostumbrémonos a respetarlos si es posible, pero siempre, al menos, discutiéndolos. Si decidimos comprarle a nuestro hijo o hija de doce años un videojuego que está prohibido a los menores de 18 o 16 años, expliquemos muy bien las razones que nos convencen para hacerlo, e impongamos algunas pequeñas reglas domésticas, como jugar siempre juntos.
No incitemos a nuestros hijos a mentir, animémosles a razonar.
* * *
Entonces,
Miremos los límites de edad de los servicios en línea como aliados.
Repasemos las características del cerebro adolescente.
El encuentro con las redes sociales requiere esfuerzo emocional.
Preparémonos para dar apoyo.
[1] Esto es, entre otras cosas, una negación más de la vulgaridad sobre la incompetencia de los “inmigrantes digitales”. Si practicamos bien el uso de las herramientas, podemos dominarlas a cualquier edad.
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