La derrota de México-Tenochtitlan en 1521 echó las bases para el establecimiento del dominio español en América continental. Su primer centenario tuvo el sentido de un gran festejo, pues ocurría en el marco del orden político que había surgido de aquella invasión. Las fiestas dieron ocasión a vecinos y autoridades de algunas ciudades del centro de Nueva España para afirmar su lealtad al rey, redefinir los términos de su incorporación a la monarquía española y lidiar con los problemas económicos que las asediaban.
Durante los primeros cien años de dominio español sobre América, sus sociedades aprendieron a escenificar sus celebraciones, en buena medida, de la mano de los frailes y otros religiosos. Los habitantes de las ciudades iberoamericanas heredaban de las tradiciones mediterráneas traídas por los europeos las formas teatrales de impronta griega y romana, dotándolas de nuevos significados y elementos de su propia tierra, que cambiaban al ritmo que cambiaba la comedia en la península ibérica.
Las fiestas eran actos públicos en los que toda la vecindad participaba en torno a tablados, que eran teatros temporales construidos con grandes tablones de madera en medio de las plazas mayores de cada pueblo, villa o ciudad, según la ocasión. Cada celebración se acompañaba de textos, sobre todo obras dramáticas y autos sacramentales, aunque también se escribían loas y otras formas literarias; en algunos casos, las fiestas eran descritas por escritores que buscaban guardar la memoria de aquellas acciones.
Así, resulta pertinente recurrir a los tres elementos constitutivos del teatro, a saber, escenario, acto y texto, para abordar los vértices de aquellas conmemoraciones. Las ciudades y sus plazas, los aprietos de sus habitantes, sus conflictos y negocios, fueron el espacio en que ocurrieron las fiestas realizadas en 1621, es decir, su escenario. Los pormenores de su organización reflejaban el tejido humano de los actos festivos en sí mismos; en tanto que las obras escritas para los festejos o en ocasión de éstos, fijaban en textos impresos la selección de una memoria orientada a afirmar el lugar de los celebrantes en el concierto de una monarquía que se pretendía universal.
Escenarios, actos y textos son los ejes articuladores de este ensayo sobre las primeras conmemoraciones de la llamada conquista de México-Tenochtitlan. Éstas tuvieron un significado particular en las ciudades de México y Tlaxcala; por ello, como ejercicio especular, en cada parte pongo en relación, una frente a otra, las condiciones de las dos principales ciudades cuyas autoridades emprendieron actos públicos en el marco de aquella primera conmemoración. Una declaradamente “india”, Tlaxcala, y la otra presuntamente “española”, México.
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