La conquista y el mar: una historia global. Iván Valdez-Bubnov. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Iván Valdez-Bubnov
Издательство: Bookwire
Серия: México 500
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9786073048361
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trenzar la jarcia, la cordelería y los cables, y a veces determinados tipos de herrajes, brea, alquitrán y estopa, así como el armamento requerido para la defensa en altamar, por lo general bajo el control de las autoridades. El producto terminado, el barco, después se vendía a comerciantes o armadores, quienes esperaban obtener el máximo beneficio sacándole provecho ellos mismos o cediéndolo temporalmente a otros empresarios por medio de un contrato de flete.

      Las autoridades, por su parte, sólo se interesaban por las características de los barcos cuando se trataba de fiscalizar su uso. En virtud de ello podemos conocer sus tamaños, tonelajes y algunas tipologías tradicionales presentes en los registros: una carabela era un navío oceánico pequeño, con velas triangulares propias del Mediterráneo; una nao era un navío de carga más pesado, con velas cuadradas propias del Mar del Norte; un galeón era un navío oceánico de carga, modificado para la guerra; una galeaza era un gran navío mediterráneo propulsado por remos y velas; una galera era un barco de guerra accionado sobre todo por remos, pero más bajo, más veloz y maniobrable, capaz de montar artillería pesada en la proa y de disparar a ras del agua; una fusta era una galera más pequeña y más rápida, con frecuencia empleada para el patrullaje costero; un bergantín era una galera todavía más pequeña, más barata y más rápida, con 10 a 15 remeros por banda, preferida por corsarios, piratas y otros aventureros del mar en las regiones costeras y en los peligrosos archipiélagos del Mediterráneo.

      Todos estos tipos de barcos tuvieron orígenes muy antiguos y muchas variaciones regionales, pero sus características modernas se perfilaron con claridad en torno al siglo xv, por varias razones. La unificación gradual de la península ibérica aceleró los contactos entre dos rutas mercantiles que, desde siglos atrás, habían unido los mercados urbanos de Europa con las economías desarrolladas de Asia. En el espacio mediterráneo, los productos asiáticos, sobre todo especias y otros artículos suntuarios, fluían, junto con productos provenientes de otras regiones, desde la actual península de Anatolia, o desde el Mar Rojo y el golfo de Ormuz, hacia Rodas, Chipre, Ragusa (hoy Dubrovnik), Venecia, Florencia, Pisa, Génova, Marsella, Barcelona, Valencia, Sevilla y Lisboa, en la parte europea, y hacia Alejandría, Túnez, Argel, Orán, Tánger y Salé, en la parte africana. En el Mar del Norte circulaban desde Nóvgorod, Riga, Bremen, Hamburgo, Amberes, Rotterdam, Amsterdam, Burdeos, Nantes y Bayona hasta los puertos ibéricos de San Sebastián, Bilbao, Santander y La Coruña. La unificación gradual de la península ibérica intensificó los contactos entre los extremos más occidentales de esas rutas, lo que favoreció el intercambio de productos provenientes del norte y del sur, y con ello, el de ideas, técnicas y prácticas constructivas, impulsando así el desarrollo de la tecnología de construcción naval.

      La competencia entre Portugal y España por el acceso a los mercados asiáticos

      Apartir de este contexto, es preciso considerar la situación geográfica del reino de Portugal, en el extremo más occidental de la península ibérica y punto final en la convergencia de las ya señaladas rutas mercantiles. Las grandes distancias que separaban a los comerciantes portugueses de los centros del comercio mediterráneo representaban una desventaja frente a sus competidores, situados en puertos más cercanos. Las distancias imponían una menor cadencia a los negocios y mayores inversiones, en la forma de barcos más grandes, con tripulaciones más numerosas, lo que implicaba una considerable demanda de alimentos, prestaciones y salarios. Como resultado, los portugueses buscaron rutas alternativas para mitigar su desventaja geográfica y acceder a los centros productivos de Asia, sobre todo a las islas donde se cosechaban las especias. Así, comenzaron a explorar el océano Atlántico hacia el occidente, hasta los archipiélagos de las Azores y de Cabo Verde, y hacia el sur, a lo largo de las costas de África. En 1488 el explorador Bartolomeu Dias alcanzó el Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur de África, abriendo así la posibilidad de acceder al océano Índico y, desde allí, a países exóticos, plenos de riquezas fabulosas: la India, las islas de la Especiería (llamadas Molucas) y, por supuesto, China.

      Por su parte, los castellanos competían con los portugueses desde mediados del siglo xv. Muestra de ello es que cuando diversos empresarios andaluces llegaron a Guinea en busca de oro y esclavos, los lusitanos obstruyeron sus negocios y apresaron sus navíos. Al estallar la guerra abierta con Portugal, inmersa en los conflictos por la sucesión castellana, la industria de la construcción naval en Andalucía, basada en los astilleros de Huelva y Cádiz, produjo muchos de los barcos usados en las expediciones. Así, la guerra permitió que estas expediciones recibieran apoyo directo de los reyes de Castilla y Aragón, quienes despacharon varias de ellas hacia el archipiélago atlántico de Cabo Verde y las costas africanas de Guinea y Elmina. Por ejemplo, en 1476 se envió una armada de 30 carabelas y tres naos, tripuladas por vascos y andaluces bajo el mando de Carlos de Valera, la cual, tras lanzar varios ataques anfibios contra los asentamientos portugueses en Cabo Verde, se hizo de más de 400 esclavos en las costas de África. En 1479 se dirigió otra armada de 20 carabelas a la Mina de Guinea, con los mismos propósitos. A estas incursiones siguieron otras muchas, financiadas mediante la participación concertada entre diversos empresarios y la Corona castellano-aragonesa, en el contexto de la guerra contra Portugal. La paz de Alcaçobas, firmada en 1479, reconoció la primacía de los portugueses en el Atlántico, a la par que permitió a la Corona de Castilla extender su influencia sobre las Canarias, un gran archipiélago situado frente a las costas norteafricanas que ya había sido visitado por exploradores genoveses desde tiempo atrás.

      Durante la primera mitad del siglo xv distintos empresarios y comerciantes, vasallos de la Corona de Castilla, financiaron expediciones de saqueo contra los habitantes de las Canarias y establecieron varios asentamientos, o señoríos, en las islas de Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro. A partir de 1479 tales empresarios recibieron apoyo militar de los reyes de Castilla y Aragón, y fundaron un importante puerto y astillero en El Real de Las Palmas, en la isla de Gran Canaria, desde donde movilizaron tropas a su interior para conquistarla. Desde allí organizaron nuevas incursiones de saqueo contra los pobladores de las regiones que aún escapaban a su control, sobre todo a las islas de Tenerife y La Palma. En este proceso, los conquistadores aprendieron a utilizar los recursos locales para mantener y reparar su armamento, en especial madera, brea y fibras naturales, además de azufre para la manufactura de pólvora, obtenido por primera vez por Francisco de Montaño en el cráter del volcán Teide, en Tenerife.

      Gran Canaria fue incorporada a la Corona de Castilla en 1483, pero la conquista de Tenerife y La Palma se extendió a lo largo de la década de 1490. Poco a poco, la ocupación del archipiélago se volvió rentable con la explotación de la caña de azúcar, la producción de ron y, después, también de vino. Como la población indígena fue casi exterminada durante la conquista, la economía de plantación se desarrolló con el trabajo de esclavos africanos, muchos de ellos comprados a los portugueses, pero asimismo obtenidos por medio de nuevas expediciones al África subsahariana.

      En 1492 terminó la Guerra de Granada y, con ello, la unificación de la península ibérica bajo el cetro de Castilla y Aragón, con la sola excepción de Portugal. La permanente rivalidad con los portugueses permite comprender por qué los Reyes Católicos decidieron apoyar la empresa de Cristóbal Colón, consistente, como todos sabemos, en alcanzar Asia navegando por el Atlántico hacia el occidente con el objeto de acceder a sus mercados suntuarios y al tráfico de especias. En el curso de esta empresa, los españoles se encontraron con otro mundo, tan antiguo como el suyo, pero nuevo para ellos, el cual, como creían que se trataba de tierras asiáticas, tal vez parte de la India, comenzaron a llamar “las Indias”. El éxito de Colón se debió a la infraestructura de mantenimiento naval en las Canarias, pues allí hizo escala para componer el timón de la carabela La Pinta y cambiar el velamen de La Niña. Sin astilleros funcionales en donde hacer escala y efectuar reparaciones que podían significar la diferencia entre la vida y la muerte, es probable que Colón jamás hubiese alcanzado América.

      Durante el periodo en el cual tuvieron lugar los cuatro viajes colombinos hacia las islas del Caribe (1492-1502), los portugueses continuaron su carrera hacia el oriente, amparados por las bulas papales y por el Tratado de Tordesillas de 1493. En 1498 Vasco da Gama alcanzó el puerto de Calicut, en la región de Kerala, India. Ahí estableció una factoría mercantil, equipada con