En este libro presentaremos algunos presagios que incas, nahuas y purépechas integraron a sus respectivas historias sobre la conquista. A través de las fuentes de tradición indígena de los Andes y de Mesoamérica, cotejaremos aquellos portentos que en uno y otro caso se repiten, preguntaremos a qué se deben las semejanzas y nos detendremos a explicar por qué estas señales pueden ser consideradas parte de la conciencia histórica indígena a pesar de que en ellas encontramos nítidas influencias de los esquemas europeos. Para ello se hace necesario detenernos a explicar la relación que los mesoamericanos y los andinos establecían con sus dioses, así como sus concepciones del tiempo y de la historia.
Los presagios son señales inusitadas que previenen o anuncian un suceso. En náhuatl se usó la palabra tetzahuitl para referirse a aquella “cosa escandalosa o espantosa o cosa de agüero” (Alonso de Molina, Vocabulario en lengua castellana y mexicana). En quechua se emplearon varias palabras, como atitapia, para hablar de los malos agüeros, y acoyraqui, para los pronósticos de calamidades (Diego González Holguín, Vocabulario de la lengua general de todo el Perú). Los mensajes, casi siempre enviados por los dioses, solían ser difíciles de interpretar y requerían de especialistas capaces de entender su significado. Pese a que estos asombrosos avisos solían provocar inquietud y espanto, no sólo pronosticaban hechos terribles sino también buena fortuna. Los presagios tampoco se especializaban en augurios de orden político ni en catástrofes de gran magnitud, ya que muchos de ellos eran predicciones sobre la vida cotidiana. Para los pueblos indígenas de Mesoamérica y de los Andes aquellos vaticinios no eran fatales. Y, aunque se trataba de designios divinos, una vez enterados de lo que deparaba el porvenir, la intervención de los seres humanos podía cambiar el resultado previsto.
Los presagios forman parte de la narración de las historias de las conquistas en varias tradiciones mesoamericanas. Por ejemplo, en la Relación de Michoacán, redactada hacia 1540 por el franciscano Jerónimo de Alcalá con información proporcionada por indígenas principales purépechas, se registraron algunos hechos extraordinarios que se interpretaron como advertencias al gobernante sobre el final de su reinado en esa región. En los libros del Chilam Balam, textos escritos en su mayoría en lengua maya de la región de Yucatán, cuyo contenido es principalmente de índole mística, se incluyen algunos vaticinios sobre la conquista. Así, afirmaron que en el 13 ahau “vendrán los antiguos reyes a pelear unos contra otros, cuando vayan a entrar los cristianos a estas tierras”.
Por su parte, los españoles que llegaron a América en el siglo xvi también creían en sus propios presagios. La historia de la conquista narrada por los españoles está llena de acontecimientos portentosos que reafirmaban, en el marco de su propia cosmovisión, el carácter divino de su empresa en América, pues para ellos Dios intervenía en la historia de los pueblos. Y, según afirmó fray Juan de Torquemada en la Monarquía indiana, “en casos arduos y negocios dificultosos” como el “acabamiento y desolación de algún reino”, la Providencia solía enviar “señales y prodigios” que pronosticaban los acontecimientos antes de que sucedieran.
¿A qué se debe entonces la presencia, en espacios tan disímiles, de estas señales que permitieron a los gobernantes en turno conocer la inminente llegada de los españoles y las fatídicas consecuencias de la conquista? Las respuestas posibles han considerado diversos elementos. Entre ellos, que las culturas que se enfrentaron en el proceso de conquista compartían la idea de que la intervención directa de los dioses sobre su devenir podía ser vaticinada a través de signos y señales. También se asume que los diferentes grupos indígenas hicieron grandes esfuerzos por comprender y explicar las dramáticas caídas de las ciudades y sus gobernantes a manos de los españoles, para lo cual emplearon sus propias concepciones del tiempo y de la historia, pero además añadieron las nociones recién adquiridas. Por otro lado, se ha destacado la influencia de los modelos occidentales sobre los autores que, ya en la época colonial, dejaron asentada esta información. Vale la pena señalar que no pocos de los presagios presentes en las fuentes de tradición indígena guardan grandes similitudes con aquellos insertos en obras grecolatinas como las de Virgilio, Cicerón, Séneca y Tácito, entre otras. ¿Esto quiere decir que los presagios que encontramos en las fuentes de los siglos xvi y xvii no son auténticamente indígenas? ¿Fueron invenciones o meras repeticiones de los textos de cuño europeo?
Para responder a estas preguntas es necesario advertir que los indígenas que vivieron la conquista y los primeros años de la imposición del orden colonial enfrentaron un cambio radical de su modo de vida. Aprendieron el castellano, fueron catequizados, bautizados y, en algunos casos, se les enseñó a escribir. De ese modo, se integraron al nuevo orden sin dejar de ser indígenas. Renunciaron a muchas de sus costumbres y prácticas, pero no abandonaron por completo sus esquemas de comprensión y explicación del mundo sino que los ajustaron, los adaptaron a los nuevos repertorios y enriquecieron sus propias explicaciones con las nuevas herramientas. Cambiaron para permanecer e hicieron gala de una extraordinaria maleabilidad y destreza para armar un discurso histórico coherente y una explicación válida que incorporaba el pasado prehispánico a la historia universal cristiana. En ese nuevo marco epistemológico, los presagios tuvieron una destacada función. Por tanto, resulta importante identificar el tipo de fuentes que nos dan cuenta de ellos.
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