La deliberación pública (que se espera los medios ejerciten) cuenta todavía hoy con otro obstáculo formidable que se extiende poco a poco. Si en las dictaduras el gran obstáculo de la deliberación vigorosa y abierta era la censura, hoy día lo es la política de la identidad y los intentos a que ella conduce de disciplinar el discurso. Hoy las personas se definen a sí mismas deliberadamente por su pertenencia a un colectivo con rasgos y memorias propios. Y pretenden entonces que los valores y la narrativa de esos grupos sea protegida del discurso ajeno. Este es el origen de la corrección política como un criterio invisible y atmosférico que cerca y regula lo que se puede decir y lo que no. Mientras en una sociedad abierta se reclama la idea de una ciudadanía igual para todos y esgrimiéndola se lucha contra toda forma de discriminación, hoy día la política de la identidad señala las diferencias, el género, el sexo, la etnia, como formas de opresión y a la vez como límites a lo que se puede decir respecto de ellas. El diálogo abierto que es propio del ideal deliberativo de la democracia queda así lesionado.
Y, en fin, como señala un autor, la esfera u opinión pública se ha restringido poco a poco al sistema político, hasta formar parte de él. Y ya no parece ser un puente entre la sociedad (o la experiencia vital de las personas), por una parte, y el estado y las instituciones, por la otra. El espacio público pasa a ser una parte interna al propio sistema político y gracias a él, el quehacer político se observa desde otras perspectivas. Niklas Luhmann utiliza la figura de un espejo para explicar en qué consiste y cómo opera la esfera pública contemporánea. La esfera pública permitiría observar cómo observan los observadores:
En cualquier acontecimiento uno no se ve a sí mismo en el espejo, sino que ve el gesto o la pose que compone para el espejo. Pero también por encima de su hombro ve a otras personas, grupos, partidos, que actúan frente al espejo. El espejo hace posible una observación de los observadores.
No es esa una mala descripción de los medios y la esfera pública contemporánea: un espejo mediante el cual el sistema político observa su entorno y donde todos se ven y al mismo tiempo son vistos en las diversas poses que asumen ante el espejo. Solo habría que completarla diciendo que mientras se sitúan frente al vidrio que los refleja, todos conversan entre sí, comentan la pose de los demás y escuchan lo que los demás dicen, mientras cada uno corrige también la propia.
Y quizá el periodista, el columnista que interviene en los medios debiera dejar de mirarse en ese espejo y en vez de eso fijar su atención en los demás que se reflejan en él, describir sus poses, criticar sus imposturas y relatar el conjunto de la escena. Por eso quizá en vez de la figura del espejo para describir la esfera pública contemporánea, puede ser más útil recordar a Las meninas, el formidable cuadro de Velásquez, donde la totalidad de lo que ocurre, incluido Velásquez, aparecen en la tela, solo que él no posa sino que pinta.
EL MUNDO DEL DIARIO
¿Se perdería algo si los diarios desaparecieran? A veces se piensa que ellos podrían ser perfectamente reemplazados por las redes, por la divulgación de noticias cuyo menú es elegido por quien las lee. Pero quizá haya algo insustituible en la experiencia de leer un diario, algo que es propio de la sociedad moderna. Es lo que explican las líneas que siguen.
Uno de los fenómenos más interesantes de la cultura lo constituye la aparición de los diarios. Si bien suele creerse que el diario no es más que un instrumento de transmisión de noticias, un mensajero más o menos fiel que describe lo que ocurre, un puñado de páginas de papel y de tinta, electrónica o acuosa, que deja tras suyo a personas enteradas e informadas, y a veces irritadas, un sustituto del boca a boca u otras veces del rumor, una vitrina que arroja fuera del anonimato, o un lucrativo soporte de la publicidad, la verdad es que el diario es harto más que eso.
El periódico abrió un mundo que antes de él no existía. Fue lo que observó Karl Krauss en 1914, en un ensayo que tituló En esta gran época: «¿Se imaginan los hombres de qué clase de vida es expresión el periódico? ¡De una que es hace ya mucho una expresión del periódico!».
El periódico, según Krauss, no reflejaría la vida, sino que la vida social sería el reflejo del periódico.
Karl Krauss fue el fundador y único escritor de un famoso periódico austríaco, La antorcha, parecido a lo que hoy es un blog. Entre sus lectores se contaron Walter Benjamin y Franz Kafka (algo diferentes, como se ve, a los blogueros de hoy) y en él, mediante poemas, sátiras y ensayos, criticó la sociedad moderna que se desplegaba ante sus ojos. Y lo que sugirió fue que la prensa no reflejaba a la sociedad, sino que la sociedad era la expresión del diario.
Un concepto acuñado por Michel Foucault ayuda a entender lo que Krauss quiso decir. Se trata del concepto de dispositivo. Un dispositivo es un tipo de relación que, como un remolino, se expande hasta configurar todo lo que lo rodea. Foucault pensó, por ejemplo, que el panóptico inventado por Jeremy Bentham (una forma de custodia en las prisiones consistente en que el guardia ve, pero no es visto) era un dispositivo puesto que había modelado parte de las prácticas de vigilancia de la sociedad contemporánea. Lo que Foucault dice de la prisión es lo que Krauss dice del diario: el tipo de relación que el diario establece con los lectores acabó modelando parte importante de la sociedad tal como hoy la conocemos. Más tarde en sus escritos «Contra los periodistas» insistió: «Si los acontecimientos acontecen sin clichés, dijo, un día dejarán de acontecer». Si carecieran de la envoltura del discurso de la prensa, sería como si los hechos no existieran.
Así el diario está atado a la sociedad moderna.
En la modernidad, la cultura, es decir, la circulación de ideas y de símbolos, se encuentra mediatizada: llega a cada individuo no directamente desde otro individuo, sino a través de algún medio de reproducción (habitualmente organizado como industria) cuyo heredero más conspicuo y cotidiano es el periódico. Lo decisivo del diario, y de ahí en adelante lo mismo ha de decirse de todos los medios de masas, es que entre el emisor y el receptor no hay interacción; pero a pesar de eso hay un mundo compartido. El diario ejemplifica algo que observó Immanuel Kant: el ser humano es socialmente insociable. Imaginamos la vida social como surgida de un contrato, y cada uno se siente llamado a informarse acerca de ella y así controlarla; pero los partícipes de esa convención nunca han hablado entre sí. Esta impersonalidad de la vida (la insociabilidad) pero a la vez la posibilidad de participar en ella mediante la información, la crítica o el chismorreo (la sociabilidad) se expresan en el periódico. El diario agrava la herida de la impersonalidad y, al mismo tiempo, la cura; expande, antes que ningún otro medio de masas, el mundo y a su vez lo contrae y lo pone al alcance del lector.
Así, y al igual como ocurre en el mercado que crea una red de intercambios abstracta, donde la individualidad no importa, también la prensa crea un ámbito de comunicación que se sostiene en sí mismo: una comunicación que no necesita un intercambio directo de mensajes. El mercado y la opinión pública pasan a ser ámbitos abstractos. Karl Krauss tenía toda la razón: la sociedad es moldeada por el medio.
Hoy parece natural abrir el periódico, recorrer sus páginas, detenerse en las «Cartas al director», y encontrar en ellas informaciones y opiniones que conectan al lector con un mundo compartido por otros cientos de miles y miles de lectores. A diferencia de lo que ocurre con una novela en que se consiente un engaño para lograr emocionarse con él y distinto a la poesía donde se aguarda una revelación