Fundamentalmente, somos todos hermanos y hermanas, como consecuencia de una constatación científica, algoque Francisco de Asís, por el camino de la mística cósmica, ya había intuido hace 800 años. Si a partir de este dato objetivo del proceso cosmogénico y biogénico elaboráramos el proyecto de una voluntad política colectiva y un propósito personal, seríamos capaces de transformar el mundo: surgiría una nueva democracia sociocósmica, un pacto social que no incluirá únicamente a los seres humanos, sino a toda la comunidad de vida, finalmente reconciliada consigo misma y con su raíz común: la materia sagrada y misteriosa del universo.
7. ¿PODEMOS SABER EN DEFINITIVA QUÉ ES LA VIDA?
La ONU, con sus numerosos organismos que se ocupan del estado de la Tierra, del calentamiento global, de los bosques, de las aguas, de la biodiversidad y de otros mil asuntos, ha quedado presa de un tema que le fue impuesto por el modo de producción dominante que pre- tende explotar todos los bienes y servicios de la naturaleza en orden al crecimiento material, al consumo y al bienestar de la humanidad. Este fue el tema central de la gran Convención sobre Desarrollo y Medio Ambiente, celebrada en Río de Janeiro en 1992. Fue allí donde adquirió carácter oficial la expresión que aparece en todos los do- cumentos oficiales y que ya había sido elaborada en Estocolmo, en 1987, por el Informe Brundtland, también de la ONU: nos referimos a la expresión «desarrollo sostenible».
Sin embargo, apenas habían pasado diez años cuando se constató que el desarrollo producido se mostró absolutamente insostenible, porque prácticamente todos los items ambientales habían empeora- do. Se constató que pertenece a la lógica de este tipo de desarrollo/ crecimiento la devastación ecológica (injusticia ecológica) y la crea- ción de desigualdades sociales (injusticia social).
Actualmente, la humanidad está cayendo en la cuenta, poco a poco, de que el tipo de desarrollo dominante puede poner en peligro la vida de Gaia y el futuro de la humanidad. Por eso, el tema más urgente y fundamental es: ¿cómo garantizar y salvar la vida?
En este contexto, conviene reflexionar, siquiera sea someramente, acerca de lo que es la vida. Las respuestas consagradas son que «la vida proviene de Dios» y que «la vida está habitada por algo miste- rioso o mágico».
Pero nuestra visión cambió radicalmente cuando, en 1953, Crick y Watson descifraron la estructura de una molécula del ácido desoxirri- bonucleico (adn), que contiene el «manual de instrucciones» de la creación humana. La molécula adn consiste en múltiples copias de una única unidad básica, el nucleótido, que se presenta en cuatro formas: adenina (a), timina (t), guanina (g) y citosina (c). Este alfa- beto de cuatro letras se desdobla en otro alfabeto de veinte letras, que son las proteínas.
Todo ello forma el código genético, que se presenta en una es- tructura de doble hélice o de dos cadenas moleculares y que es el mismo en todos los seres vivos. Watson y Crick concluían: «La vida no es más que una vasta gama de reacciones químicas coordinadas; el “secreto” de tal coordinación es un complejo y arrebatador conjunto de instrucciones inscritas químicamente en nuestro adn» (cf. DNA, Companhia das Letras, São Paulo 2005, p. 424).
De ese modo, la vida fue insertada en el proceso global de la evo- lución. Tras la gran explosión del big bang, hace 13.700 millones de años, la energía y la materia liberadas fueron expandiéndose, den- sificándose, haciéndose más complejas y creando nuevos órdenes a medida que avanzaba.
Una vez alcanzado un elevado nivel de complejidad de la materia, irrumpió la vida como un imperativo cósmico. La vida representa, pues, una posibilidad presente en las energías originarias y en la ma- teria primordial, que es materia altamente condensada. La materia no es «material», sino un campo altamente interactivo de energías. Este maravilloso acontecimiento tuvo lugar en un minúsculo pla- neta del sistema solar, la Tierra, hace 3.800 millones de años. Pero, según el ya citado Premio Nobel de medicina Christian de Duve, la Tierra no posee la exclusividad de la vida. En su libro ya citado, Polvo vital, escribe: «El universo no es el cosmos inerte de los físicos con una pizca más de vida, por si acaso... El universo es vida con la estruc- tura necesaria a su alrededor, consistente en trillones de biosferas generadas y sustentadas por el resto del universo».
No es necesario recurrir a un principio trascendente y externo para explicar la aparición de la vida. Basta con que el principio de la complejidad y la autoorganización de todo, el principio cosmogénico, estuviera presente en aquel superminúsculo punto primordial que primero se expandió y posteriormente explotó; un punto creado, eso sí, por una Inteligencia suprema, un Infinito Amor y una Eterna Pasión. La vida, esa gran floración del proceso evolutivo, se ve hoy ame- nazada; de ahí la urgencia de cuidarla. Debido a la agresividad del proceso industrialista y consumista, se está verificando una tremenda erosión de la biodiversidad. Cada año desaparecen millares de seres vivos en los que tal vez se encontrara oculta la fórmula secreta que podría curar el Parkinson, el Alzheimer, el sida, y el cáncer, entre otras enfermedades. Todo ser vivo es un libro abierto, lleno de men- sajes para ser leídos. Pero el ser humano, en su falta de inteligencia, apenas ha abierto el libro y ya lo ha exterminado.
Por eso, la vida exige cuidado y respeto, porque representa algo sagrado: la esencia del mismo Dios, según las Escrituras judeocristia- nas. Todo en el universo converge en la vida. Y la vida demanda más vida y anhela irremediablemente la eternidad de la vida.
No sabemos exactamente lo que es, pero sí podemos describir los procesos que le permiten irrumpir. A pesar de lo cual, sigue siendo un misterio. Y todo misterio apunta al misterio del mundo y al Misterio de Dios, de donde vino y adonde retorna, en último término, la vida,
8. ¿QUÉ ES, A FIN DE CUENTAS, EL SER HUMANO?
¿Quiénes somos nosotros? Toda cultura, todo saber y toda persona tratan de de responder a esta pregunta. La mayoría de las compren- siones son insulares, rehenes de un determinado modo de visión. Sin embargo, las aportaciones de las ciencias de la Tierra, englobadas en la teoría de la evolución ampliada, nos han ofrecido visiones complejas y totalizadoras, insertándonos como un momento del proceso global, físico, biológico y cultural. Pero no han conseguido acallar la pregunta, sino que más bien la han radicalizado.¿Quiénes somos nosotros, a fin de cuentas? El ser humano es una manifesta- ción del estado de energía de fondo de donde todo proviene (vacío cuántico o Fuente originaria de todo ser); un ser cósmico, parte de un universo entre otros universos paralelos, articulado en once dimensiones (Teoría de las Cuerdas); formado por los mismos ele- mentos físico-químicos y por las mismas energías que componen todos los seres; habitante de una de los doscientos mil millones de galaxias; dependiente del Sol, una de los trescientos mil millones de estrellas de quinta categoría, situada a 27.000 años luz del centro de la Vía Láctea, cerca del brazo interior de la espiral de Orión. Un ser que habita en un minúsculo planeta, la Tierra, considerada como un súper Ente vivo llamado Gaia.
Somos un eslabón de la corriente única de la vida; un animal de la rama de los vertebrados, sexuado, de la clase de los mamíferos, del orden de los primates, de la familia de los homínidos, del género homo, de la especie sapiens/demens; dotado de un cuerpo formado por treinta mil millones de células, continuamente renovado por un sistema genético formado a lo largo de 3.800 millones de años; portador de tres niveles de cerebro con entre diez y cien mil millones de neuronas, el reptiliano, aparecido hace 300 millones de años, en torno al cual se formó el cerebro límbico hace 220 millones de años y completado, finalmente, por el cerebro neo-cortical, aparecido hace entre 5 y 7 millones de años, aproximadamente, con el que organizamos conceptualmente el mundo; portador de una psique con la misma ancestralidad que el cuerpo y que le permite ser sujeto, estructurada en torno al deseo, a arquetipos ancestrales y a todo tipo de emociones; un ser coronado por el espíritu, que es ese momento de la conciencia que le permite sentirse parte de un todo mayor, que lo hace estar siempre abierto al otro y al infinito; un ser capaz de intervenir en la naturaleza, hacer cultura, crear y percibir