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      Vicente Blasco Ibáñez

      El paraiso de las mujeres

      e-artnow, 2021

      EAN 4064066446345

       Capítulo 1 Frente a la Tierra de Van Diemen

       Capítulo 2 Noche de misterios y despertar asombroso

       Capítulo 3 De como Edwin Gillespie fue llevado a la capital de la República

       Capítulo 4 Las riquezas del Hombre-Montana

       Capítulo 5 La lección de Historia del profesor Flimnap

       Capítulo 6 Donde el profesor Flimnap termina su lección

       Capítulo 7 El más grande de los asombros de Gillespie

       Capítulo 8 En el que el Padre de los Maestros visita al Hombre-Montaña

       Capítulo 9 Donde el gigante va de caza y Popito expone sus ideas sobre el gobierno de las mujeres

       Capítulo 10 En el que se ve como el Hombre-Montaña conoció al fin la Ciudad-Paraíso de las Mujeres, y la deplorable aventura con que terminó esta visita

       Capítulo 11 Que trata del discurso pronunciado por el senador Gurdilo y de como el Hombre-Montaña cambió de traje

       Capítulo 12 De como Edwin Gillespie perdió su bienestar y le faltó muy poco para perder la vida

       Capítulo 13 Donde se ve como unos pigmeos bigotudos intentaron asesinar al gigante

       Capítulo 14 Lo que hizo el Gentleman-Montaña para que Popito no llorase más

       Capítulo 15 Que trata de muchos sucesos interesantes, como podrá apreciarlo el curioso lector

       Capítulo 16 Donde el Hombre-Montaña deja de ser gigante y da por terminado su viaje

      Al lector

      Considero necesario dar una explicación sobre el origen de este libro.

      Una casa editorial cinematográfica de los Estados Unidos me pidió hace un año una novela para convertirla en "film", recomendándome que fuese muy "interesante" y se despegase por completo de los convencionalismos y rutinas que hasta ahora vienen observándose en las historias presentadas por medio del cinematógrafo.

      Yo admiro el arte cinematográfico -llamado con razón el "séptimo arte"-, por ser un producto legítimo y noble de nuestra época. Como todo progreso, ha encontrado numerosos enemigos, que fingen despreciarlo; especialmente entre los escritores faltos de las condiciones necesarias para servir a este arte, aunque lo deseasen. La llamada República de las Letras es un estado conservador y misógino, que se subleva instintivamente ante toda novedad y la repele con sarcasmos que cree aristocráticos.

      Cuando se inventó la imprenta, una gran parte de los literatos de entonces también la consideraron como algo populachero y ordinario, que nunca podría gustar a los espíritus escogidos. Fue preciso el transcurso de algunas decenas de años para que todos se convenciesen de que el libro impreso, aunque menos hermoso que el códice escrito a mano y con letras capitulares artísticamente iluminadas, servía mejor a la difusión de las ideas y al mejoramiento intelectual de la humanidad.

      Dentro de un siglo las gentes se asombrarán tal vez al enterarse de que hubo escritores que presenciaron el nacimiento de la cinematografía y no hicieron caso de ella, apreciándola como una diversión pueril y frívola, buena únicamente para el vulgo ignorante.

      Conozco todas las objeciones contra el cinematógrafo y su creciente difusión. Son las mismas que todavía a estas horas formulan algunas devotas, en el fondo de las provincias, contra la novela y contra el teatro, creyéndolos la perdición de la humanidad y la causa de todas las inmoralidades existentes.

      Si la cinematografía no hubiese de dar en el curso de su desarrollo otras cosas que el sainete grotesco e inverosímil que hace reír con payasadas de "clown", o las historias de ladrones y detectives, yo abominaría de ella, como lo hacen muchos. Pero el nuevo arte está todavía en los primeros vagidos de su infancia; no tiene más allá de veinticinco años de existencia -que equivalen a veinticinco minutos en la historia de un invento útil-, y nadie sabe hasta donde pueden llegar el desarrollo de su juventud y el esplendor de su madurez.

      También la novela dio en distintos periodos de su vida una fluoración de libros que tuvieron por héroes a bandidos "simpáticos" o tenebrosos y a policías "providenciales", y a nadie se le ocurre decretar por ello la supresión de dicho género literario. Al lado de la novela psicológica y de observación directa existirá siempre la novela de folletín. Y lo mismo puede decirse del teatro. Juntos con el drama y la comedia, atraerán siempre a una gran parte del público el melodrama espeluznante o la farsa grotesca.

      La cinematografía no iba a librarse de esta división impuesta por los dos gustos diversos y antitéticos que se reparten la gran masa del público. Como ocurre en la infancia de todo arte, el primer producto del cinematógrafo ha sido el melodrama terrorífico y la farsa que hace reír hasta desquijararse, géneros que con más rapidez atraen a las multitudes. Pero ahora, después de dos docenas de años de existencia, los que nos preocupamos del desarrollo cinematográfico vamos viendo como se afina el gusto del público en las naciones más instruidas y como al lado de las historias para reír y las tragedias detectivescas surgen las primeras manifestaciones de la verdadera novela cinematográfica, con caracteres extraídos de la realidad, observaciones psicológicas y una fábula que mantiene despierto al mismo tiempo el interés del espectador.

      Yo creo próximo el nacimiento de muchas novelas cinematográficas que serán al mismo tiempo grandes obras literarias. Pero estas novelas resultan de más difícil producción que una novela en forma de libro, ya que en ellas no es posible lo que en la jerigonza literaria llamamos el "relleno".

      * * * * *

       La cinematografía no es el teatro mudo, como creen muchos; es una novela expresada por medio de imágenes y frases cortas.

      El teatro tiene convencionalismos de lugar y de tiempo, impuestos por los breves límites de un escenario, y de los cuales no puede librarse. En cambio, la acción de la novela no reconoce límites; es infinita, como la del cinematógrafo, y puede componerse de tres o cuatro historias diversas, que se desarrollan a la vez, y al final vienen a confundirse en una sola; puede tener por escenario los lugares mas diversos de nuestro planeta.

      Una obra teatral llegará, cuando más, hasta siete actos y cambiará sus decoraciones quince o veinte veces: pero le es imposible