En un contexto como el nuestro, en el que la cuestión de la identidad es un tema resbaladizo y complicado, urge preguntarnos cuáles son esas «líneas rojas» que no se pueden cruzar haciendo ondear la bandera de la tolerancia y de la inclusión. No es difícil que muchos de los problemas que surgen en nuestro mundo al relacionarnos con lo distinto tengan que ver con una identidad mal definida que, o bien no tiene claro qué es lo central e irrenunciable, o bien lo confunde con lo superficial y relativo. No es lícito difuminarnos en lo diverso permitiendo que se desdibuje nuestra propia identidad, pero tampoco lo es percibir como amenaza aquello que es solo superficial y no atenta contra lo nuclear.
La tolerancia y la inclusión, si son verdaderas, hacen crecer a las dos partes afectadas en esta dinámica y, para ello, ambas deben tener claro quiénes son. Esto no implica necesariamente entenderse desde la confrontación con los que son distintos, sino más bien ir aprendiendo que la identidad se construye de forma dialogal.
Pero ¿es esta la única conclusión que podemos extraer sobre nuestro tema de los profetas? Fijarnos en lo desconcertante del mensaje profético nos permitirá extraer una segunda clave.
c) Lo desconcertante de los profetas ante los extranjeros
No resulta novedoso que un profeta denuncie una injusticia cometida contra los emigrantes o anuncie el castigo que merecen los extranjeros o que Israel recibirá a través de ellos, pues encaja bien con la imagen que la Escritura nos devuelve de estos personajes. Con todo, es fácil que no tengamos tan presente que los profetas, además de anunciar y denunciar, también se caracterizan por ser capaces de ir más allá de lo evidente. Alcanzados por YHWH, no solo ven y sienten la realidad desde él, sino que son capaces de vislumbrar lo que Dios mismo alberga en su corazón ante los extranjeros.
Si bien es cierto que el profetismo bíblico está tan fuertemente arraigado en la historia que es difícil comprender sus palabras sin tener muy en cuenta el contexto histórico en el que son proclamadas, también es verdad que su mensaje desborda con mucho las coordenadas temporales. Esto resulta aún más evidente cuando los profetas nos introducen en lo escatológico y se lanzan a poner palabra e imágenes al sueño que Dios cumplirá en un futuro que todavía queda lejos. En este, los extranjeros tienen un lugar, tanto aquellos cuya manera de denominarlos esconde connotaciones negativas como los que las tienen positivas.
– En tiempos de exilio: plena carta de ciudadanía para los emigrantes. El Templo, la monarquía davídica y la tierra prometida eran los fundamentos sobre los que se sostenía gran parte de la experiencia religiosa de Israel. La destrucción de estos pilares por parte del Imperio babilónico va a introducir al pueblo en una crisis existencial cuyo alcance solo podemos intuir. En medio del drama que implica haber sido arrancados del propio país para habitar en una tierra extraña se abren paso mensajes de esperanza, como este del profeta Ezequiel:
Así dice el Señor YHWH: «Esta es la frontera de la tierra que os repartiréis entre las doce tribus de Israel, dando a José dos partes. Recibiréis cada uno por igual vuestra parte, porque yo juré, mano en alto, dársela a vuestros padres, y esta tierra os pertenecerá en heredad [naḥălāh] [...] Os la repartiréis como heredad [naḥălāh] para vosotros y para los forasteros [gêr] que residan con vosotros y que hayan engendrado hijos entre vosotros, porque los consideraréis como al israelita nativo. Con vosotros participarán en la suerte de la heredad [naḥălāh], en medio de las tribus de Israel. En la tribu donde resida el forastero [gêr], allí le daréis su heredad [naḥălāh], oráculo del Señor YHWH» (Ez 47,13-14.22-23).
Toda la profecía de Ezequiel tiene su centro de interés en el santuario de Jerusalén, de manera que también las promesas escatológicas de restauración recurren a este imaginario. Según el profeta, Dios mismo construirá un Templo definitivo, e Israel revivirá un nuevo éxodo y un nuevo reparto del terreno que YHWH volverá a ofrecer como don. En esta panorámica de lo que el Señor realizará en el futuro, aquellos extranjeros a los que se pedía atender y proteger, ahora son integrados como uno más en el pueblo de Dios. Sin diferenciarse de los nativos, también ellos recibirán gratuitamente la tierra por herencia.
Que los emigrantes sean partícipes de este nuevo reparto que el Señor va a realizar no es una cuestión anecdótica. A lo largo de las páginas del AT se muestra la especial vinculación que Israel tiene con la tierra. Esta es percibida como propiedad de YHWH, que, de manera gratuita, planta ahí al pueblo y lo convierte en su guardián y administrador. La tierra es reflejo de la Alianza, de la relación que Dios establece con Israel. Así se puede entender, por ejemplo, que Nabot se cierre en banda a la posibilidad de vender al rey el terreno que ha heredado de sus padres (1 Re 21,1-3) o las legislaciones que prohíben que la herencia paterna cambie de tribu (Lv 25,23-28; Nm 36,7-9).
El término hebreo que se traduce por «herencia» o «heredad» (naḥălāh) encierra fuertes connotaciones teológicas 15. Cuando la palabra se refiere a la heredad de Israel, como en este caso, remite a la porción de terreno que el Señor regala. En cambio, cuando la Escritura se refiere a la heredad de YHWH, se está haciendo referencia al propio pueblo. Esto evidencia que se trata de un vocablo con una fuerte connotación relacional y muy vinculada a la Alianza. Desde esta perspectiva, las palabras de Ezequiel presentan la promesa divina de que estos extranjeros, vulnerables por habitar en tierra ajena, serán considerados como miembros de pleno derecho del pueblo de Dios.
Si la inclusión implicaba acoger lo diverso dentro de los propios límites y fronteras, el futuro escatológico que dibuja este profeta presenta un Israel ampliado por la integración en él de quienes han compartido espacio vital, pero que, originariamente, pertenecen a otra nación. Si la vulnerabilidad de los emigrantes permitía al pueblo de Dios renovar su experiencia religiosa fundamental, el futuro escatológico convierte esa fragilidad del forastero en su puerta de entrada a la Alianza con YHWH.
Pero las promesas futuras de los profetas no solo afectan a estos forasteros. También aquellos extranjeros en los que se percibe amenaza y riesgo son incorporados al sueño de Dios.
– En tiempos de rigorismo: el horizonte del universalismo. El regreso desde Babilonia de quienes habían vivido muchos años de exilio no fue ni fácil ni tan pacífico como a veces presenta el texto bíblico. Los exiliados habían forjado su identidad en un contexto extraño, y lo habían hecho en contraste con la diversidad y no en diálogo con ella. Sobrevivieron subrayando aquello que marcaba la diferencia frente a los demás y convencidos de ser mejores que quienes no entendían la realidad como ellos. Por eso, cuando retornaron y se vieron abocados a compartir espacio vital con quienes no habían sido deportados, existió más de un conflicto 16.
En un celo rigorista por proteger la identidad de Israel se impuso una de las normas con más repercusión social del posexilio: la prohibición de los matrimonios mixtos (Esd 10,10-11). Esta ley sancionaba las bodas con mujeres extranjeras y tenía efectos retroactivos 17. Se pretendía, entre otras cosas, evitar el riesgo de idolatría y de sincretismo que suponía que las madres transmitieran a su descendencia judía los valores, los criterios y la religión propios de su cultura de origen.
En tal contexto histórico y ante esta mentalidad religiosa que busca blindar a Israel de todo lo que no se considera propio resultan aún más desconcertantes ciertos oráculos proféticos que apuntan hacia la escatología, como este texto de Zacarías:
Aquel día se unirán a YHWH numerosas naciones: serán un pueblo para mí, y yo moraré en medio de ti. Sabrás así que YHWH Sebaot me ha enviado a ti (Zac 2,15) 18.
Mientras