Introducción
Derwas James Chitty1: Los libros de los ancianos2
Los miles de hombres que se internaron en los desiertos cuando el Imperio romano se convirtió al cristianismo, no buscaban el elogio o la admiración de los hombres. Hubo cristianos en esa primera generación que no se avergonzaron de mirar al movimiento con disgusto –sin mencionar el horror con que lo vieron autores paganos como Eunapio–. Pero para quienes aceptaban el ideal, aunque personalmente no lo siguieran, era inevitable sentirse atraídos por él. Fue también inevitable que los guías del movimiento pusieran por escrito los consejos que daban a sus discípulos, y escribieran incluso tratados sobre la vida monástica. Las siete cartas atribuidas a san Antonio (+ 356) pueden ser razonablemente aceptadas como auténticas, e igualmente las de su sucesor Amonas, a quien se atribuyen también otros breves escritos. Pero es la Vida de Antonio escrita por san Atanasio la que debe ser considerada como la Mente original donde se inicia la literatura monástica, el manifiesto que se difundió en pocos años por todo el mundo romano y que san Gregorio de Nazianzo describiera con razón como “legislación para la vida monástica en forma de relato”. Mientras tanto, en el Egipto superior la Regla pacomiana encontraba su forma literaria en copto (es una de las obras coptas más antiguas), juntamente con escritos homiléticos y cartas. Hacia fines del mismo siglo IV fue escrita en griego la primera Vida de Pacomio y Teodoro, con otra colección de historias sobre Pacomio y una vívida carta del obispo egipcio Amón, que describe, desde el punto de vista de uno que se hallaba desde hacía mucho tiempo instalado en el medio más sofisticado de los alrededores de Alejandría y del Delta, los tres años que pasó en su juventud con la comunidad, bajo Teodoro, en la década del 350. Sobre Escete, ya no se puede