Si uno siente las restricciones implicadas por las dos posiciones y procura sostenerlas, nota que son prácticamente insostenibles, lo cual genera una ansiedad no desdeñable. Me extiendo un poco. Hoy en día, enseñar sociología es una tarea considerable. Para los detractores de la sociología –que a menudo se reclutan entre los sociólogos, ya que aquellos a quienes les cuesta sostener ese rol tienen interés en desacreditarla–, la sociología parece una ciencia confusa, incierta, la recién llegada de las ciencias, etc. Pero si la observamos de otra manera, con un esfuerzo de formación –ya que no exhaustivo, siquiera mínimo–, tenemos la sensación de que la sociología cuenta con logros tales que el simple papel de lector, comentarista, podría permitir ya transmitirlos con claridad y coherencia. Ese es el rol del lector, que es quien canoniza: los juristas fueron los primeros en hacer ese tipo de trabajo. Desde hace ya un siglo, los sociólogos produjeron un corpus de actos de jurisprudencia. Todos los días se producen trabajos, conceptos, experimentaciones, investigaciones, las revistas avanzan, etc. Otro rol para el lector consistiría en hacer una suerte de recapitulaciones sintéticas que, no reductivas, no destructoras –los actos pedagógicos corrientes suelen serlo–, en cierto modo provocaran el avance del saber al tornarlo más fácilmente acumulable. Ese formidable trabajo no sería cosa de un solo hombre, sino tarea de todo un equipo.
Es propio de Francia que no hagamos el trabajo de canonización, de codificación, que me parece una de las condiciones del avance científico. Por razones sociológicas que podría explicar, no tenemos manuales, no tenemos readers. Las herramientas acumulativas requieren modestia y competencia, y esta tradición no es socialmente recompensada en Francia, donde vale más hacer un mal ensayo de tercera mano y dar entrevistas a los semanarios. No tenemos herramientas acumulativas que requieran modestia y solvencia. No tenemos traducciones: Max Weber sigue sin ser traducido, o está traducido parcialmente y muy mal.[8]
El rol opuesto al de lector consistiría en hacer avanzar el saber y presentar los últimos resultados o el último estado del saber, al menos en lo referido a tal o cual punto. Esta tarea tampoco es fácil, porque la sociología (como cualquier ciencia, según creo) tiene seudópodos, avances en direcciones muy diferentes. A partir de ese basamento de competencias comunes a personas en apariencia muy opuestas –a quienes la doxa, sobre todo parisina, se deleita en oponer–, hay posiciones de punta, avanzadas. Pero ¿pueden comunicarse esas avanzadas si se da por conocido el corpus de logros? Las reflexiones de ese tipo no solo son una precondición retórica. Me parece que pueden resultar útiles para orientar el uso que ustedes sean capaces de hacer de lo que yo pueda decir.
El par campo-habitus
Por eso, haré algo que es una solución de compromiso: seguir desarrollando los análisis que había propuesto de un sistema teórico, de un cuerpo de conceptos que me parece coherente e importante para construir la realidad social, los objetos científicos, etc. Esos conceptos no son producto del trabajo teórico.[9] En su mayor parte, antes de constituirse como tales se emplearon prácticamente en investigaciones. A menudo, funcionaron un poco casi a mi pesar sin estar completamente controlados desde un punto de vista teórico, y el control lógico que haré en este curso me llevará a plantear unas cuantas autocríticas o, para decirlo simplemente, correcciones a los conceptos que pude poner de relieve. Por ende, siempre que los análisis que propondré sean útiles, lo serán en la medida en que funcionen también en investigaciones, y, sin estar seguro de conseguirlo porque resultaría demasiado difícil, intentaré hacer que las aplicaciones que les presentaré en la segunda hora se correspondan, mal que bien, con los análisis teóricos que expondré en la primera. Esto, para evitar que ustedes tengan la sensación de que se trata de un ejercicio conceptual abstracto y también evitar el error en el cual me vi obligado a caer en el pasado, error que consiste en inmensas digresiones en que la inquietud de proporcionar ejemplos empíricos hace que el discurso teórico pierda coherencia. Para quienes estuvieron presentes, recuerdo el ejemplo del campo literario que tomé el año pasado:[10] en parte, el árbol no dejó ver el bosque, en el sentido de que, como la casi totalidad de las últimas clases se refirieron a ese ejemplo, ustedes tal vez hayan perdido el hilo del conjunto de mi discurso teórico.
Lo que voy a presentar ahora es la continuación de mis análisis [del año pasado]. Voy a recordar muy brevemente su línea sin entrar en detalles. En un primer momento, explicité los usos teóricos de la noción de habitus. Intenté exponer en qué aspecto esta noción permite escapar a varias alternativas filosóficas tradicionales, en especial la alternativa entre el mecanicismo y el finalismo, que me parecen funestas desde el punto de vista de un análisis realista de la acción social. En un segundo momento, tras indicar que las nociones inseparables de habitus y campo debían funcionar como un par, comencé a analizar la noción de campo, entendido como espacio de posiciones. Insisto un segundo en la relación entre habitus y campo para disipar cierto tipo de equívocos que me parecen muy peligrosos. Quienes me leen o utilizan conceptos como habitus o campo tienden a disociar estos dos conceptos. Por ejemplo, cuando se trata de explicar una práctica (el hecho de mandar a los hijos a tal o cual escuela, el de cumplir una u otra práctica religiosa, etc.), los sociólogos tienden a dividirse –más inconsciente que conscientemente– entre quienes pondrán el acento sobre lo que está ligado a la trayectoria, a las condiciones sociales de producción del productor de la práctica –es decir, el habitus– y quienes pondrán el acento sobre lo que está vinculado a lo que podemos llamar “situación” –aunque el año pasado demostré que era una palabra inadecuada–, lo que está ligado al campo como espacio de relaciones que imponen una serie de coacciones en el momento en que se efectúa la acción.
Por ejemplo, el análisis que hice un momento atrás acerca de la relación pedagógica ponía más el acento sobre el campo que sobre mis propiedades, mientras que, para dar cuenta plenamente de mis angustias y vacilaciones, habría que tomar en cuenta la situación tal como la analicé y las propiedades asociadas a mi trayectoria, a las condiciones sociales de mi producción, etc. Según los objetos, los momentos y las inclinaciones intelectuales de los distintos productores de discursos sociológicos, puede tenderse a poner el acento sobre uno u otro, cuando en realidad lo que está en cuestión en cada acción –ese era el principio inicial de mis análisis– es siempre la relación entre, por un lado, el agente socialmente constituido por su experiencia social, por la posición que ocupa en el espacio social, y dotado de una serie de propiedades constantes –disposiciones, inclinaciones, preferencias, gustos, etc.–, y, por otro, un espacio social en el cual esas disposiciones encontrarán sus condiciones sociales de efectuación. Desde la perspectiva que propongo, la acción en un sentido muy lato (que puede ser tanto la formulación de una opinión como la producción de un discurso o la realización de una acción) siempre es producto de la efectuación de dos potencialidades, dos sistemas de virtualidades: por un lado, las virtualidades ligadas al productor, por otro, las potencialidades inscriptas en la acción, la situación, el espacio social. Esto quiere decir que en cada uno de nosotros hay potencialidades que quizá nunca se revelen, porque jamás encontrarán sus condiciones sociales de efectuación, el campo en el cual podrían efectuarse. Así, por ejemplo, lo demuestran los escritos sobre la guerra de 1914, que fue una suerte de conmoción colectiva sobre la cual los escritores de la década de 1920 no dejaron de reflexionar: una situación como la guerra es la oportunidad de revelación de potencialidades que, sin ella, habrían quedado sepultadas en las disposiciones de los agentes. Y uno de los estupores provocados por las situaciones de crisis obedece al efecto de revelación que pueden tener al inducir o autorizar la expresión, la revelación de potencialidades ocultas, debido a que estaban previamente reprimidas por las situaciones corrientes.
Veamos un ejemplo que aclara esa relación y también