Desde Moscú, Lenin envió entonces una carta a Zinoviev, presidente del comité de Petrogrado del partido bolchevique, documento revelador a la vez de la concepción leninista del terror y de una extraordinaria ilusión política. ¡Se trataba efectivamente de un formidable contrasentido político el que cometía Lenin al afirmar que los obreros se sublevaban contra el asesinato de Volodarsky!
«Camarada Zinoviev, acabamos de saber que los obreros de Petrogrado deseaban responder mediante el terror de masas al asesinato del camarada Volodarski, y que usted (no usted personalmente, sino los miembros del comité del partido en Petrogrado) los ha frenado. ¡Protesto enérgicamente! Estamos comprometidos: impulsamos el terror de masas en las resoluciones del soviet, pero cuando se trata de actuar, obstruimos la iniciativa absolutamente correcta de las masas. ¡Es i-nad-mi-si-ble! Los terroristas van a considerar que somos unos locos blandengues. La hora es extremadamente marcial. Resulta indispensable estimular la energía y el carácter de masas del terror dirigido contra los contrarrevolucionarios, especialmente en Petrogrado, cuyo ejemplo es decisivo. Saludos. Lenin»42.
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El terror rojo
Los bolcheviques dicen abiertamente que sus días están contados, informaba a su Gobierno Karl Helfferich, embajador alemán en Moscú, el 3 de agosto de 1918. Un verdadero pánico se ha apoderado de Moscú… corren los rumores más absurdos acerca de los «traidores» que habrían entrado en la ciudad.
Nunca habían sentido los bolcheviques su poder tan amenazado como en el curso del verano de 1918. Realmente no controlaban ya más que un territorio reducido a la Moscovia histórica, frente a tres frentes antibolcheviques además firmemente establecidos: uno en la región del Don, ocupada por las tropas cosacas del atamán Krasnov y por el Ejército Blanco del general Denikin. El segundo en Ucrania, en manos de los alemanes y de la Rada (gobierno nacional) ucraniano; y el tercero a lo largo del Transiberiano, donde la mayoría de las grandes ciudades habían caído en manos de la Legión checa1, cuya ofensiva era apoyada por el Gobierno socialista-revolucionario de Samara.
Durante el verano de 1918 estallaron cerca de ciento cuarenta revueltas e insurrecciones de gran amplitud en las regiones más o menos controladas por los bolcheviques. Las más frecuentes se debían a comunidades campesinas que se oponían a las requisas realizadas con brutalidad por los destacamentos de suministros, a las limitaciones impuestas al comercio privado y a las nuevas movilizaciones de reclutas llevadas a cabo por el Ejército Rojo2. Los campesinos, encolerizados, se dirigían en masa a la ciudad más próxima y sitiaban el soviet, intentando a veces prenderle fuego. Generalmente, los incidentes degeneraban: la tropa, las milicias encargadas del mantenimiento del orden y, cada vez con mayor frecuencia, los destacamentos de la Cheka no dudaban en disparar sobre los manifestantes. En estos enfrentamientos, cada vez más numerosos a medida que pasaban los días, los dirigentes bolcheviques veían una vasta conspiración contrarrevolucionaria dirigida contra su poder por «kulaks disfrazados de guardias blancos».
«Es evidente que una sublevación de guardias blancos se está preparando en Nizhni-Novgorod, telegrafió Lenin el 9 de agosto de 1918 al presidente del comité ejecutivo del soviet de esta ciudad, que acababa de comunicarle algunos incidentes que implicaban a campesinos que protestaban contra las requisas. Hay que formar inmediatamente una «troika» dictatorial (usted mismo, Markin y otro), implantar el terror de masas, fusilar o deportar a los centenares de prostitutas que incitan a beber a los soldados, a todos los antiguos oficiales, etc. No hay un minuto que perder… Se trata de actuar con resolución: requisas masivas; ejecución por llevar armas; deportaciones masivas de los mencheviques y de otros elementos sospechosos»3. Al día siguiente, 10 de agosto, Lenin envió otro telegrama del mismo tenor al comité ejecutivo del soviet de Penza:
¡Camaradas! La sublevación kulak en vuestros cinco distritos debe ser aplastada sin piedad. Los intereses de la revolución lo exigen, porque en todas partes se ha entablado la «lucha final» contra los kulaks. Es preciso dar un escarmiento. 1. Colgar (y digo colgar de manera que la gente lo vea) al menos a cien kulaks, ricos, y chupasangres conocidos. 2. Publicar sus nombres. 3. Apoderarse de su grano. 4. Identificar a los rehenes como hemos indicado en nuestro telegrama de ayer. Haced esto de manera que en centenares de leguas a la redonda la gente vea, tiemble, sepa y se diga: matan y continuarán matando a los kulaks sedientos de sangre. Telegrafiad que habéis recibido y ejecutado esas instrucciones. Vuestro, Lenin.
PS. Encontrad gente más dura.4
De hecho, como deja de manifiesto una lectura atenta de los informes de la Cheka sobre las revueltas del verano de 1918, solamente estuvieron, al parecer, preparadas con antelación las sublevaciones de Yaroslavl, Rybinsk y Murom, organizadas por la Unión para la defensa de la patria del dirigente socialista-revolucionario Boris Savinkov, y la de los obreros de las fábricas de armamento de Izhevsk, inspiradas por los mencheviques y los socialistas-revolucionarios locales. Todas las demás insurrecciones se desarrollaron de manera espontánea y puntual a partir de incidentes que implicaban a comunidades campesinas que rechazaban las requisas o el reclutamiento. Fueron ferozmente reprimidas en algunos días por destacamentos seguros del Ejército Rojo o de la Cheka. Solo la ciudad de Yaroslavl, en la que destacamentos de Savinkov habían derribado al poder bolchevique local, resistió una quincena de días. Después de la caída de la ciudad, Dzerzhinski envió a Yaroslavl una «comisión especial de investigación» que, en cinco días, del 24 al 28 de julio de 1918, ejecutó a cuatrocientas veintiocho personas5.
Durante todo el mes de agosto de 1918, es decir, antes del desencadenamiento «oficial» del terror rojo el 3 de septiembre, los dirigentes bolcheviques, con Lenin y Dzerzhinski a la cabeza, enviaron un gran número de telegramas a los responsables locales de la Cheka o del partido, pidiéndoles que tomaran «medidas profilácticas» para evitar cualquier intento de insurrección. Entre estas medidas, explicaba Dzerzhinski, «las más eficaces son la captura de rehenes entre la burguesía partiendo de listas que habéis establecido para las contribuciones excepcionales aplicadas a los burgueses (…) el arresto y la reclusión de todos los rehenes y sospechosos en campos de concentración»6. El 8 de agosto, Lenin pidió a Tsuriupa, comisario del pueblo para el suministro, que redactara un decreto en virtud del cual, «en cada distrito productor de cereales, veinticinco rehenes designados entre los habitantes más acomodados responderán con su vida por la no realización del plan de requisa». Dado que Tsuriupa se había hecho el sordo, pretextando que era difícil organizar esa captura de rehenes, Lenin le envió una segunda nota todavía más explícita: «No sugiero que se capture rehenes, sino que sean designados nominalmente en cada distrito. El objeto de esta designación es que los ricos, sujetos a contribución, sean igualmente responsables con su vida de la realización inmediata del plan de requisas en su distrito»7.
Además del sistema de rehenes, los dirigentes bolcheviques experimentaron en agosto de 1918 con otro instrumento de represión aparecido en la Rusia en guerra: el campo de concentración. El 9 de agosto de 1918 Lenin telegrafió al comité ejecutivo de la provincia de Penza para recluir «a los kulaks, a los sacerdotes, a los guardias blancos y a otros elementos dudosos en un campo de concentración»8.
Algunos días antes, Dzerzhinski y Trotski habían igualmente prescrito la reclusión de los rehenes en «campos de concentración». Estos eran campos de internamiento donde debían ser recluidos,