No se contente el lector con algunos documentos iconográficos reunidos aquí. Consagre el tiempo necesario a conocer, página a página, el calvario sufrido por millones de seres humanos. Realice el indispensable esfuerzo de imaginación para representarse lo que fue esa inmensa tragedia que va a continuar marcando la historia mundial durante las próximas décadas. Entonces se planteará la cuestión esencial: ¿por qué? ¿Por qué Lenin, Trotski, Stalin y los demás consideraron necesario exterminar a todos aquellos a los que designaban como «enemigos»? ¿Por qué se creyeron autorizados a conculcar el código no escrito que rige la vida de la Humanidad: «No matarás»?
Intentamos responder a esa pregunta al final de la obra.
PRIMERA PARTE
UN ESTADO CONTRA SU PUEBLO
Violencias, temores y represiones en la Unión Soviética por Nicolás Werth
Traducción: César Vidal
ADVERTENCIA DEL TRADUCTOR
Harold Shukman, el gran especialista en historia rusa y profesor de Oxford, señalaba al traducir la biografía de Stalin escrita por D. Volkogonov que «es virtualmente imposible transliterar todos los nombres rusos de manera consistente, excepto mediante una variedad de anotaciones especializadas que requerirían su propio glosario» (Stalin. Triumph and Tragedy, Londres, 1991). El hecho de que, efectivamente, la lengua rusa posea un alfabeto que no se corresponde exactamente con el castellano, así como la circunstancia de que en buen número de casos las transliteraciones se han realizado siguiendo el modelo alemán, francés o inglés pero no el castellano, incorpora una dificultad añadida a esta cuestión. En la misma versión original en francés de la presente obra coexisten diversas transliteraciones del ruso que no solo aparecen en partes distintas del libro sino incluso en el mismo capítulo según se refieran al cuerpo principal del texto o a las notas. En la presente versión al castellano hemos juzgado más conveniente unificar las transliteraciones siguiendo los criterios que detallamos a continuación: 1. Cuando un nombre o término cuenta con una transliteración universalmente aceptada la hemos mantenido aunque no se corresponda con la más exacta. Así, hemos preferido Lenin a Lienin o Moscú a Moskvá. 2. Cuando el nombre o término carece de esa universalidad hemos preferido la transliteración correcta del alfabeto cirílico al castellano v. g.: Yezhov es preferible a Ejov o a Yejov, por la sencilla razón de que, a diferencia del francés o del inglés, la transcripción zh se asemeja más al sonido castellano que la j. De la misma manera, es más adecuado Ojrana que Okhrana, ya que el sonido de la letra rusa es similar al de nuestra j y distinto de la kh en castellano. 3. Hemos mantenido asimismo términos que, pese a su origen incorrecto, han adquirido también carta de naturaleza en nuestra lengua v. g.: el tovarish (compañero) ruso que se convirtió en camarade al ser traducido al francés, pasó luego al castellano como camarada. Su utilización es, sin embargo, tan popular que la hemos mantenido. 4. En los nombres de autores consignados en notas, hemos utilizado la transliteración correcta si se trataba de obras en ruso. Si, por el contrario, se trataba de obras traducidas a otras lenguas, hemos utilizado asimismo la transliteración correcta al ruso pero añadiendo entre paréntesis la señalada en el libro para no obstaculizar la búsqueda ulterior de bibliografía. 5. Finalmente, los textos inicialmente escritos en ruso hemos preferido traducirlos del original para no debilitar su fuerza, que en algunos casos resulta realmente extraordinaria.
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Paradojas y malentendidos de Octubre
Con la caída del comunismo, la necesidad de mostrar el carácter, «históricamente ineluctable», de la «gran revolución socialista de octubre» ha desaparecido. 1917 podía finalmente convertirse en un objeto histórico «normal». Desgraciadamente, ni los historiadores ni nuestra sociedad están dispuestos a romper con el mito fundador del año cero, de ese año en el que todo habría comenzado: la fortuna o la desgracia del pueblo ruso.
Estas frases de un historiador ruso contemporáneo ilustran una cuestión permanente: un siglo después del acontecimiento, la «batalla por el relato» de 1917 continúa.
Para una primera escuela histórica, que se podría calificar de «liberal», la revolución de octubre no fue sino un golpe impuesto por la violencia sobre una sociedad pasiva, resultado de una hábil conspiración tramada por un puñado de fanáticos disciplinados y cínicos, desprovistos de toda base real en el país. Hoy en día, la práctica totalidad de los historiadores rusos, tanto las elites cultivadas como los dirigentes de la Rusia poscomunista, ha hecho suya la vulgata liberal. Privada de toda profundidad social e histórica, la revolución de octubre de 1917 es releída como un accidente que ha arrancado de su curso natural a la Rusia anterior a la revolución, una Rusia rica, laboriosa, y en el buen camino a la democracia. Teniendo en cuenta además que perdura una notable continuidad de las elites dirigentes que han pertenecido totalmente a la nomenklatura comunista, la ruptura simbólica con el «monstruoso paréntesis del sovietismo» presenta un triunfo considerable: el de liberar a la sociedad rusa del peso de la culpabilidad, y de un arrepentimiento que pesó mucho durante los años de la perestroika, marcados por el redescubrimiento doloroso del estalinismo. Si el golpe de Estado bolchevique de 1917 no fue más que un accidente, entonces el pueblo ruso no fue más que una víctima inocente.
Frente a esta interpretación, la historiografía soviética ha intentado demostrar que octubre de 1917 había sido la conclusión lógica, previsible, e inevitable, de un itinerario liberador emprendido por las «masas» conscientemente seguidoras del bolchevismo. Bajo sus diversos avatares, esta corriente historiográfica ha unido la «batalla por el relato» de 1917 con la cuestión de la legitimidad del régimen soviético. Si la gran revolución socialista de octubre ha sido el cumplimiento del sentido de la historia, un acontecimiento portador de un mensaje de emancipación dirigido a los pueblos del mundo entero, entonces el sistema político, las instituciones y el Estado que surgieron de ella siguen siendo, por encima y en contra de todos los errores que pudieran haber sido cometidos por el estalinismo, legítimos. El colapso del régimen soviético ha implicado de manera natural una deslegitimación completa de la revolución de octubre de 1917 y la desaparición de la vulgata marxista, arrojada, por retomar una célebre fórmula bolchevique, «al cubo de basura de la historia». No obstante, como la memoria del miedo, la memoria de esta vulgata sigue viva, tanto —si no más— en Occidente como en la antigua URSS.
Rechazando tanto la vulgata liberal como la marxista, una tercera corriente historiográfica se ha esforzado por «desideologizar» la historia de la revolución rusa, por comprender, como escribe Marc Ferro, que «la insurrección de octubre de 1917 pudo ser, a la vez, un movimiento de masas y haber participado en él un número pequeño de personas». Figuran problemas claves entre las numerosas cuestiones que se plantean, a propósito de 1917, muchos historiadores que niegan el sistema simplista de la historiografía liberal hoy en día dominante. ¿Qué papel desempeñaron la militarización de la economía y la brutalización de las relaciones sociales posteriores a la entrada del imperio ruso en la Primera Guerra Mundial? ¿Se produjo la emergencia de una violencia social específica que iba a preparar la violencia política ejercida después contra la sociedad? ¿Cómo una revolución popular y plebeya profundamente antiautoritaria y antiestatal llevó al poder al grupo político más dictatorial y más estatalista?