La Fantasma. Nuri Abramowicz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nuri Abramowicz
Издательство: Bookwire
Серия: Avalancha
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789874795717
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La fantasma

       La fantasma

      Nuri Abramowicz

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       La fantasma

Abramowicz, NuriLa fantasma / Nuri Abramowicz. - 1a ed revisada. - La Plata : Odelia, 2021.Archivo Digital: descargaISBN 978-987-47957-1-71. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. TÌtulo.CDD A863

      ODELIA EDITORA

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      ISBN edición digital (ePub): 978-987-47957-1-7

       Yo necesito una foto

       Para qué

       Para subir

       Para qué

       Para que la gente sepa que existo. Instagram es así.

       Es como cuando mi abuela tiene que ir al banco a mostrar que sigue viva,

       pero versión Millennial.

      Amor del 2000, Instagram

      UNO

      —Arrancá con lo que quedamos: el respeto.

      Hablo por el micrófono en un tono bajísimo, solo puede oírme el que se plante al lado mío y quiera escuchar. El único que da vueltas alrededor es Guido, el productor general. Lo que digo le llega por cucaracha a Daiana Ramallo, a la que veo a través del monitor que tengo adelante. Estoy sentada frente a las imágenes de todos los panelistas que están en el piso. El director molesta a los camarógrafos, les enfoca el culo o el bulto y se ríe junto con el operador de video. Alguien me señala, haciéndoles notar mi presencia. Ahogan sus risas y comentarios y vuelven a sus roles. Me acomodo, apoyo los codos en un escritorio largo y compruebo que haya la suficiente distancia con los otros dos guionistas, que a su vez están atentos a sus respectivos panelistas.

      Son seis panelistas. Daiana Ramallo, joven, rubia de pelo planchado, botox en la frente y ortodoncia invisible. Simpática, moderna, conservadora. Yo sigo a Daiana. La otra, Lola, es morocha, de labios rojos, pelo ondulado y cejas esculpidas. Más guarra, no usa guionistas. Las dos están muy producidas y son muy sexys. Los hombres, camisa clara, saco y pantalón oscuros, no son sexys ni jóvenes.

      —Para mí, insultar siempre está mal, seas hombre o seas mujer. —Daiana acompaña con gesto de desaprobación—­­­­­­­­­­. El respeto es básico, chicos.

      —Decile que el sentido común también.

      Facundo, el guionista que está sentado al lado mío habla bien alto, deja claro que él es el cerebro detrás de su panelista, Mariano Marconi.

      —El sentido común también es básico, Daiana. —Mariano Marconi es veloz—. Si va vestida así, tiene que saber que va a provocar una reacción.

      —Decile que justifica las groserías. Y que son machistas.

      Estoy en una lucha cuerpo a cuerpo con Facundo. Me concentro en el monitor que me muestra a Daiana y me acomodo en la silla: se me durmió la pierna.

      —A ningún hombre le hubieran dicho esas cosas. — Daiana mira la cámara y pone trompita sensual—. Se equivocaron todos, es un papelón. Estaban en el congreso, no en un boliche.

      Los panelistas hombres siguen opinando sobre el vestuario de la diputada. Yo estoy atenta a Daiana. El productor general da la orden de ir cerrando.

      —Convengamos en que a la diputada Fernández siempre le gusta asumir una postura provocadora. —Germán, el conductor, asume una falsa neutralidad—. Es el congreso, no un cabaret.

      Facundo se acomoda en el respaldo, sonriendo. Guido se para detrás de los guionistas y anuncia el cierre:

      —Daiana, Mariano y Germán, en ese orden.

      —Bueno, —Daiana, siempre en tono conciliador, comienza a despedirse—: a lo mejor se equivocó al elegir la ropa, pero esa no es razón para que nadie la insulte o la trate de…

      —¡Si la diputada quiere salir en los diarios, que se ponga las plumas!

      Facundo está exultante: seguramente el panelista Mariano Marconi será levantado en todos los programas de la noche y del día siguiente.

      Germán cierra el bloque vendiendo un tratamiento para combatir la celulitis, mientras los tres guionistas nos sacamos los auriculares. Yo salgo del control, me estoy ahogando ahí adentro y me duelen los huesos.

      Dejé de fumar hace años, sin embargo, cuando estoy sola, me siento libre de hacerlo sin ningún problema. Para la mayoría de la gente esto puede sonar contradictorio, por eso fumar es una actividad que hago en privado.

      Estoy en eso, encendiendo el pucho en el patio sin plantas, cuando Guido sale y se acerca pidiéndome fuego.

      —Queda un bloque y terminamos, ¿te quedás, no?

      —¿Da lo mismo que me vaya?

      Sonrío tranquila mientras disfruto de sacar el humo de a poco.

      —Uh, te ofendiste.

      Guido me mira, no me doy cuenta si quiere tirarse un lance o está aburrido. O quizás porque está aburrido piensa en sexo. O quizás pensar en sexo cuando no sé en qué otra cosa pensar sea algo que me pasa nada más que a mí.

      —¿Vivís sola?

      Ah, quiere sexo.

      —No, desde hace cuatro años con mi novio. Alquilamos un dos ambientes en un barrio sobrevalorado, como nuestra relación.

      La comparación estuvo de más, pero a él le causa gracia.

      —Tengo algo para ofrecerte, nada importante, no te ilusiones.

      —¿Trabajo?

      —¿Querés otra cosa? —Guido se ríe—. Igual no sé si lo que voy a ofrecerte está bueno o es un clavo.

      Yo siempre me ilusiono cuando me ofrecen un trabajo nuevo, pienso que puede ser el trabajo que me cambie la vida.

      —Aníbal, el gerente del canal, quiere probar algo diferente para el cierre del día. Parece que fue con su mujer, o su mujer es amiga, o hizo un curso…no me quedó claro. La cuestión es que hay un astrólogo. Un tipo que Aníbal piensa que puede pegar bien. Yo todavía no lo conocí, pero bueno, viste cómo son los laburos de verano…

      Con este comentario Guido me estaba diciendo varias cosas al mismo tiempo: que había aceptado el trabajo porque no tenía opción, que le parecía un capricho del gerente de programación y que, además de estas dos cosas, estaba con miedo de quemarse, que las cosas salieran mal y ganarse una mancha en su trayectoria.

      —¿Y qué pasa con el astrólogo?

      Apago el cigarrillo, levanto la colilla y lo sostengo entre el pulgar y el índice para tirarlo dentro de un tacho de basura cuando vuelva al control.

      —El