Consejos sobre la salud. Elena Gould de White. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Elena Gould de White
Издательство: Bookwire
Серия: Biblioteca del hogar cristiano
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877981797
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Conocimiento de los principios básicos 7

      Muchos me han preguntado: “¿Qué debo hacer para con­servar mejor mi salud?” Mi respuesta es: Deje de transgredir las leyes de su ser; deje de complacer el apetito deprava­do; consuma alimentos sencillos; vístase en forma saludable, lo cual requerirá sencillez y modestia; trabaje saludablemente; y no se enfermará.

      Es un pecado estar enfermo, porque todas las enfermedades son el resultado de la transgresión. Muchos sufren como con­secuencia de las transgresiones de sus padres. No se los puede censurar por el pecado de sus padres; sin embargo tienen el deber de investigar en qué puntos sus padres violaron las leyes de su ser, con lo que impusieron sobre su descendencia una herencia muy miserable; y al descubrir los errores de aquéllos, deben apartarse de ese curso de acción y practicar hábitos co­rrectos con el fin de promover una salud mejor.

      Los hombres y las mujeres debieran informarse acerca de la filosofía de la salud. La mente de los seres racionales parecerían estar en tinieblas con respecto a sus propias estructuras físicas y cómo conservarlas en una condición saludable. La generación actual le ha confiado su cuerpo a los médicos y su alma a los ministros. ¿Acaso no se le paga bien al ministro para que estudie la Biblia en lugar de sus feligreses, de modo que éstos no tengan que molestarse en hacerlo? ¿No es obligación suya decirles lo que deben creer, y dilucidar todas las cuestiones teológicas dudosas sin que ellos tengan que realizar alguna investigación especial? Si se enferman, consultan al médico: creen todo lo que les dice y se tragan cualquier receta que les prescribe; ¿acaso no se le paga bien para que considere deber suyo entender to­das sus enfermedades físicas y los remedios que les debe dar para que se mejoren, sin que ellos tengan que preocuparse por el asunto?...

      Nuestra felicidad está tan íntimamente relacionada con la salud, que no podemos gozar de aquélla sin que esta última sea buena. Para poder glorificar a Dios en nuestro cuerpo necesitamos tener un conocimiento práctico de la ciencia de la vida humana. Por eso es de importancia pri­mordial que la fisiología ocupe el primer lugar entre los es­tudios que se eligen para los niños. ¡Cuán pocas personas poseen un conocimiento adecuado acerca de las estructu­ras y las funciones de su propio cuerpo y de las leyes natu­rales! Muchos andan a la deriva sin ningún conocimiento, como un barco en alta mar sin brújula ni ancla; y lo que es peor, ni siquiera demuestran el menor interés en aprender cómo prevenir las enfermedades y conservar su cuerpo en una condición saludable.

       La abnegación es esencial

      La complacencia de los apetitos animales ha degradado y esclavizado a muchos. La abnegación y una restricción de los apetitos animales son necesarias para elevar y esta­blecer condiciones favorables de salud y moral y purificar la sociedad corrupta. Cada violación de los principios en el comer y el beber embota las facultades de percepción, lo cual imposibilita que la persona aprecie o valore las cosas eternas [Fil. 3:19]. La humanidad no debe ignorar las con­secuencias de los excesos; esto es de importancia funda­mental. La temperancia en todas las cosas es indispensable para la salud, y para y el desarrollo y crecimiento de un buen carácter cristiano.

      Los que transgreden las leyes de Dios en su organismo físi­co no vacilarán en violar la Ley de Dios dada en el Sinaí. Los que después de haber recibido la luz se nieguen a comer y be­ber por principios, y en su lugar se dejan controlar por el ape­tito, no se preocuparán porque los demás aspectos de su vida sean gobernados por principios. La investigación del tema de la reforma en el comer y el beber desarrollará el carácter e in­variablemente pondrá de manifiesto a los que eligen hacer “un dios de su vientre”.

       Responsabilidad de los padres

      Los padres necesitan despertar e inquirir en el temor de Dios: ¿Qué es verdad? Sobre ellos reposa una tremenda res­ponsabilidad. Deberían poseer conocimientos prácticos de fi­siología para ser capaces de distinguir entre los hábitos físicos correctos y los perniciosos e instruir a sus hijos acerca de ellos. Las grandes masas humanas son tan ignorantes e indiferentes con respecto a la educación física y moral de sus hijos como lo es la creación animal. Sin embargo se atreven a asumir la responsabilidad de ser padres.

      Cada madre debiera familiarizarse con las leyes que go­biernan la vida física. Debiera enseñar a sus hijos que la gratificación de los apetitos animales produce un efecto mórbido sobre el sistema y debilita sus sensibilidades morales. Los padres deben buscar la luz y la verdad como si buscaran un tesoro escondido. A los padres se les ha encomendado la sa­grada responsabilidad de formar el carácter de sus hijos mien­tras son niños. Tienen el deber de ser tanto maestros como médicos de ellos. Deberían comprender tanto las exigencias como las leyes de la naturaleza. Una cuidadosa conformidad a las leyes que Dios ha implantado en nuestro ser nos asegu­rará salud, y en nosotros no se producirá un quebrantamiento de la constitución que nos induzca a llamar al médico para que nos ponga otra vez en buenas condiciones.

      Muchos parecen pensar que tienen el derecho a tratar su cuerpo como les plazca, pero olvidan que su cuerpo no les pertenece. El Creador, quien lo formó, tiene derechos sobre él que no pueden ignorarse impunemente [1 Cor. 6:19, 20]. Cada transgresión innecesaria de las leyes que Dios ha establecido para nuestro ser constituye virtualmente una violación de la ley de Dios, y a la vista del Cielo es un pecado tan grande como el quebrantamiento de los Diez Mandamientos. La ignorancia de este tema importante es pecado. La luz brilla sobre nosotros actualmente, y si no la apreciamos ni actuamos inteligente­mente con respecto a estas cosas, estamos sin excusas, porque el entenderlas es nuestro más elevado interés terrenal.

      Indúzcase a la gente a estudiar la manifestación del amor y la sabiduría de Dios en las obras de la naturaleza. Indúzcasela a estudiar el maravilloso organismo del cuerpo humano y las leyes que lo rigen. Los que disciernen las evidencias del amor de Dios, que entienden algo de la sabiduría y el buen propósito de sus leyes, así como de los resultados de la obediencia, llega­rán a considerar sus deberes y obligaciones desde un punto de vista muy diferente. En vez de ver en la observancia de las le­yes de la salud una cuestión de sacrificio y renunciamiento, la tendrán por lo que es en realidad: un inapreciable beneficio.

      Todo obrero evangélico debe comprender que la enseñanza de los principios que rigen la salud forma parte de la tarea que se le ha señalado. Esta obra es muy necesaria y el mundo la espera.–El ministerio de curación, pág. 105 (1905).

      La vida es un regalo de Dios. Se nos ha dado nuestro cuerpo para que lo empleemos en el servicio a Dios, y él desea que lo cuidemos y apreciemos. Poseemos facultades físicas y mentales. Nuestros impulsos y pasiones tienen su asiento en el cuerpo, y por tanto no debemos hacer nada que contamine esta posesión que se nos ha confiado. Debemos mantener nuestro cuerpo en la mejor condición física posi­ble, y bajo una constante influencia espiritual, para que po­damos utilizar nuestros talentos de la mejor manera. Léase 1 Corintios 6:13.

      El uso equivocado del cuerpo acorta ese período de tiempo que Dios ha designado para que lo utilicemos en su servicio. Cuando nos permitimos formar hábitos equivocados por acos­tarnos a altas horas de la noche y satisfacer el apetito a expen­sas de la salud, colocamos los fundamentos de la debilidad. Y cuando descuidamos el ejercicio físico, o recargamos de traba­jo la mente o el cuerpo, desequilibramos el sistema nervioso. Los que acortan su vida de este modo, por no hacer caso de las leyes naturales, son culpables de robarle a Dios. No tenemos derecho a descuidar o hacer un mal uso del cuerpo, la mente o las fuerzas, los cuales deberían utilizarse para ofrecer a Dios un servicio consagrado.

      Todos deberían poseer un conocimiento inteligente de la constitución humana, con el fin de mantener su cuerpo en las mejores condiciones para realizar la obra del Señor. Los que forman hábitos que debilitan las energías nerviosas y dismi­nuyen el vigor de la mente o