Por otra parte, llevo un tiempo largo pololeando a distancia con la televisión y volcando mis intereses en fortalecer comunidades de mujeres. Así es como llegué a un concepto que llamo, el “entretiempo”. Lo explico: si la vida fuera un partido de fútbol, diría que hay un primer tiempo de jugadas más bien espontáneas, con compañeros de equipo, rivales y un entrenador que da instrucciones que nosotros ejecutamos para poder permanecer en el equipo. Desde ese lugar cumplimos con diferentes mandatos, la mayoría proveniente de una cultura patriarcal que ha sido dura, castradora y castigadora con las mujeres. Como sea crecemos ahogando y “encuarentenando” a quienes realmente somos para poder cumplir y pertenecer a un sistema. La aprobación construye y destruye, porque de algún modo hay que acomodarse y pertenecer; ser aceptado. Pero llega el entretiempo, muchas veces acompañado de alguna crisis que nos obliga a revisar nuestras jugadas, evaluar los aciertos y fracasos y explorar a cabalidad la balanza que nos indica qué tan felices nos sentimos. ¿Qué pasa ahora que ya cumplimos con algunos mandatos? Terminamos nuestros estudios, colegio o universidades, algunas trabajamos por períodos alternando la crianza de hijos, sobrinos, cuidado de abuelos o padres; otras que trabajamos todo el tiempo; otras vivimos lejos de nuestras familias; otras nos dedicamos de lleno a la crianza y muchas, casi todas, olvidamos nuestros sueños. Olvidamos a esa niña, a esa joven que saltaba dentro nuestro segura de lo que quería; impetuosa, casi insolente y atrevida. Finalmente terminamos durmiendo, anestesiados y domesticados para poder cumplir con exigencias que NO nos pertenecen. Pero como la vida es sabia, de alguna manera nos lleva con más madurez a ese Re-encuentro, aquí tengo una buena noticia; esa niña todavía está ahí dentro, siempre ha estado latiendo, esperando, otras arrancándose e irrumpiendo, muchas veces se asomó hasta volver a ser callada. De ella brota la creatividad el talento y la fuerza necesaria para recordarnos quienes somos, poder Re-conocernos y desde ahí lograr vernos unas a otras. Entonces, Re-nacemos en manada.
Esta cuarentena trajo más silencio externo y eso generó espacio, aparecieron los vacíos y las voces se oyeron más fuertes y claras. Mujeres y hombres despertamos, a ratos desesperados por arrancar de nosotros mismos, generando conflictos, desavenencias, problemáticas y dolores que nos alejaran de ese terror extremo que tenemos a escuchar nuestro interior. Otros nos llenamos de cursos y actividades para las que nunca antes tuvimos tiempo. Nos impusimos orden, limpieza, organización, ser profesores de los hijos e implementamos el teletrabajo con los críos en la cabeza, alternando esa ocupación con la incertidumbre de ser contagiados y el fantasma de perder nuestros trabajos.
Algunos ex han sobresalido y volvieron a las casas a ayudar. De verdad conozco casos, pocos, pero los hay. Otros viven juntos, peleando por quedarse con el oxígeno del otro robándolo a manos llenas y sin vergüenza. Algunas parejas que no se soportaban se volvieron a enamorar, otras que reclamaban tiempo, solo quieren separarse. Pololeos recientes apresuraron convivencias, amantes comenzaron a extrañarse dándose cuenta del amor que se tienen, otros solteros desesperados buscan aventuras por aplicaciones mientras un grupo importante mantuvo relaciones o pololeos desgastados para tener compañía y con quien tirar (no es de menor importancia) mientras terminaba todo esto. El factor común es que nos enfrentamos a nosotros mismos, algo que puede ser abrumante. Quizás por eso aumentó la venta de alcohol, el consumo de drogas y el sexo. Desde mi punto de vista este último es el mejor exceso, porque es reconfortante, sanador y un gran camino de autoconocimiento. Por otro lado no le hace mal a nadie, es liberador y eleva la sensación de bienestar cuando es placentero. Ya saben, la próxima vez que tengan una arrancadita pueden decir: “tranqui, estaba trabajando en mi autoconocimiento”.
Al referirnos al autoconocimiento a través del sexo, es imposible no hablar de orgasmos, lo que a muchas nos resulta extraño y abrumador. El miedo a sentir, sexualmente, nos acompaña desde niñas. Tal vez se debe a los altos porcentajes de abusos, manoseos de primos, tíos y diferentes personajes durante la infancia, lo que es inaceptable, pero real. Sumemos las infaltables trancas instauradas por tener que ser señorita, por la idea de tener sexo con un mismo hombre toda la vida (como lo dictan la mayoría de las religiones), con pensar que debemos tener orgasmos con el primer tipo con que una hace el amor, tira o culea… o como quieran llamarlo.
Acostumbradas a reclamar, a quejarnos y repetir que no somos amadas, que no nos quieren, que los demás son superficiales, que no somos suficiente, que nos dejan y así la lista que cada una carga justificando la falta de amor hacia nosotras mismas.
Hoy nos dimos cuenta más o menos de que queremos realmente amarnos, ser felices y desarrollarnos. Pero en esta búsqueda nos topamos con una desconocida que habita nuestro cuerpo a la que debemos amar.
Sexualmente tenemos un campo infinito. El sexo es un espacio de placer, dispersión, incluso más entretenido que una fiesta. No solo por sentir un orgasmo, sino por estar fundido disfrutando las sensaciones y regalos que da el cuerpo, las cosas graciosas que ocurren cuando uno está en intimidad con otro y la profundidad de sentimientos.
Cada relación sexual relatada es un viaje al interior de uno mismo y de un nuevo yo compenetrado con el otro. Las invito a leer y vivir los orgasmos relatados como destellos de claridad, expansión, momentos vibracionales intensos en que la mente pasa a ser un detalle casi imperceptible y la verdadera esencia de nuestro ser se manifiesta en toda su magnitud. ¿Nunca te pasó? No dudes ni busques, porque “siempre nos pasó” en distintas circunstancias… es probable que no lo hayas visto, pero pon atención y escucha; siempre ha estado y estará ahí, jamás te ha abandonará porque tu eres eterna y vives en ti.
Pregunté por historias y romances de cuarentena por redes sociales. Me llegaron muchas y tan entretenidas que me atreví a armar esta serie. Son mezcla de muchas vivencias con algo de ficción. Aquí no juzguemos las escapadas porque están todas fuera de toda legalidad. ¡Estos calientes deberían haberse ido presos! Traspasaron las normas y no cumplieron la cuarentena. Pidieron falsos “salgocongusto”, traspasaron “condones sanitarios” y todo por un polvo. No lo avalo pero entiendo que ni el covid quita lo caliente, además de la superpoblación que existe de “calientes sin culpas”.
En esta cuarentena aparecieron muchas “Miss Covid”. Aquí les comparto algunas de sus historias; porque todas somos misses, somos reinas del espectáculo, nuestro espectáculo que ocurre en nuestro escenario al ritmo de nuestra propia música.
EL HUASO
−Hola, Cristián, ¿tienes naranjas? −comienzo la llamada.
−Hola, Daniela. Siiiií, tengo veinte sacos −responde rápido−. Están increíbles, pero no voy a Santiago hasta el jueves. ¿Cómo estás?
−Chuta la pregunta −Él siempre me pilla desprevenida−, la verdad, Cristián, estoy agotada. Me lo paso encerrada trabajando en un rincón, cambiando pañales en medio de planos de arquitectura, pegada al último proyecto para el que me contrataron. Tu cachai que soy independiente así que trabajo el triple.
»Pero no es fácil con mis hijos de 6, 5 y 3 años. Además, separada del papá corazón más “responsable” con el covid que conozco. Se tomó cuarentena total en visitas y pensión. −Exhalo molesta, pero aliviada de tener una oreja con la que desahogarme−. No tengo tiempo para contratar abogado y demandarlo, sacarle el 10% de la AFP o mandar a los militares para que lo obliguen a llevarse a los cabros y poder ver una serie. ¡O trabajar con la puerta abierta y un café caliente sin riesgo a que me lo den vuelta encima! −me quejo−. ¡Nooo! Nada que hacer po’, estoy colapsada, Cristián, en serio. Entre el trabajo y el cuidado de los críos. Y bueno, consiguiendo las naranjas para el jugo de la Antonia, que si no lo toma, literalmente no va al baño. Tu cachai. Para ser señorita… no hace del número dos. −Me río.
−Pero Daniela, no corresponde la situación. ¿Cómo vas a estar tan solita encerrada y con tanto trabajo? Yo te voy a separar las mejores naranjas para la Antonia, eso no es problema. Pero me preocupas. ¿Te gustaría tomarte un descanso? Vente a la parcela. Acá yo te atiendo.