John Garfield en territorio cheyene. Jordi Cantavella Cusó. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jordi Cantavella Cusó
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412395105
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una hija que se llamaba Eleanor, a quien todos, excepto sus padres, llamaban Lenny. La niña tenía un año menos que John y sentía un cariño muy especial por su amigo. A sus padres no les acababa de gustar que ella jugase como un chico, pero consideraban que, a su edad, no había peligro de que se mezclaran sentimientos «pecaminosos». Ciertamente John la consideraba su mejor amiga y solo la veía de esta manera, es decir, como una niña con la que jugaba a cualquier cosa. Para ella, sin embargo, había algo más…

Illustration

      El hogar de los Garfield era un espléndido caserón típico de Nueva Inglaterra, en cuyo desván los dos hermanos tenían su escondite. Allí jugaban a encantamientos, a exploradores que descubrían nuevos territorios en el sudoeste, a piratas… A menudo Lenny Parker, que normalmente quería hacer el papel de reina cuando John hacía de rey, participaba en aquellos juegos; y es que Lenny estaba convencida de que, con los años, se acabarían casando. De hecho, un día se lo hizo saber y él, como única respuesta, enrojeció como un tomate maduro y durante un tiempo se sintió algo incómodo con su amiga, hasta que olvidó aquella extraña propuesta que le había parecido obscura y misteriosa. A él le gustaba jugar con la chica y tenerla cerca, pero había algunos asuntos que, según él, pertenecían al mundo de los adultos y no quería pensar en ellos.

      Mientras que los hermanos Garfield tenían el pelo castaño y eran de un físico muy parecido (solo se diferenciaban un poco por el color de los ojos, que en el caso de John eran marrones y, en el de Martha, verdes), Lenny era una niña pelirroja de transparentes ojos azules, con labios carnosos y una cara llena de pecas que resultaban el preludio de una futura dama de gran belleza, aunque John todavía no era consciente de dicha posibilidad. La niña era divertida y osada, lo seguía en todas sus travesuras, y con eso le bastaba.

      De hecho, a él le hubiese gustado tener más amigos de género masculino para poder jugar a batallas y poder derrotar a los rebeldes, pero curiosamente las amistades de su familia solo tenían niñas de su edad (los chicos eran o demasiado pequeños o ya se estaban dejando matar en la guerra civil). Así que, para convertirse en alguien tan valiente como su padre, practicaba con Martha y Lenny, que querían ser tan valientes como él y participaban o eran testigos de todas las pruebas que se proponían para demostrar su arrojo. Habían empezado con proezas tan inofensivas como romper algunos cristales de las ventanas de la casa de los Bellamy —una vieja y destartalada mansión que, según se decía, estaba habitada por fantasmas— o robar fruta en algunos huertos vecinos. Aunque esto último lo habían dejado correr, ya que la última expedición que habían realizado en los campos del viejo O’Hara había estado a punto de terminar como una tragedia griega. Ese día, mientras John y Lenny cogían manzanas de uno de los árboles, Martha vigilaba que no los pillaran, pero la pequeña se había distraído recogiendo flores y no había visto que el propietario salía de la casa, por lo que este los había sorprendido en plena fechoría. El anciano irlandés, harto de pequeños ladronzuelos, les había lanzado los perros y los dos amigos no se habían dado cuenta de nada hasta que prácticamente tenerlos encima y habían tenido que huir de manera precipitada abandonando el botín. John había podido saltar la valla, pero a Lenny se le había enganchado la falda en un clavo, había quedado atrapada y el chico había tenido que volver a saltar para ayudarla. Tras ponerla a salvo al otro lado de la valla, había sentido un tirón en su retaguardia y un terrible dolor justo en aquella parte del cuerpo que todos utilizamos para sentarnos… La aventura había terminado con las posaderas de John cosidas a dentelladas y, por si no fuera poco, mientras huían hacia casa, John había tenido que soportar el dolor que le producía la mordedura y el dolor del orgullo herido, ya que durante todo el trayecto había sido el blanco de las burlas de ambas niñas, que imitaban su caminar.

      —Jamás pienso volver a jugar con vosotras —había gritado hecho un mar de lágrimas.

      —Culo de mona, culo de mooona —habían cantado ellas al unísono sin mostrar ninguna misericordia.

      —La culpa es tuya, Eleanor. —El muchacho había acusado a su amiga utilizando el nombre completo de la chica a sabiendas de que a ella no le gustaba.

      —Culo de mona, culo de mooona

      —Si no te hubieras enganchado la falda en la valla, no tendría que haber vuelto a saltar y no me habrían mordido el…

      —… culo de mona, culo de mooona

      El joven Garfield había tenido que permanecer inmovilizado durante unos días a causa de los daños sufridos y no había podido sentarse dignamente hasta al cabo de una semana, tiempo que había invertido planear su venganza…

      A su hermana, mientras dormía, le había pintado con un pincel puntitos rojos en la cara y las manos. Al despertar, levantarse y verse reflejada en el espejo, Martha había gritado de tal manera que todos se habían puesto en pie de guerra y en el pueblo casi tocan las campanas de alarma creyendo que las tropas confederadas estaban a punto de entrar. Tras la visita del doctor Cooper se había descubierto que las manchas no eran síntoma de ninguna enfermedad infecciosa.

      Resultado: cuatro días castigado sin poder salir de su habitación.

      El tiempo iba pasando y la guerra arrancaba de sus hogares a más jóvenes que nunca más iban a volver. A pesar de ello, parecía que los cañones pronto dejarían de escupir fuego y metralla, lo que no acababa de gustar a John, que deseaba tener la edad necesaria para ir a combatir al enemigo que le había arrebatado a su padre.

      También en este periodo, la salud de Janet empeoró a causa de su melancolía enfermiza, y la señora Parker iba cada vez más a menudo a la casa de los Garfield para cuidar a su amiga. Siempre la acompañaba su hija Lenny y, como la casa era muy grande, no era extraño que se quedaran a dormir, sobre todo cuando el estado de la señora Garfield era alarmante. En aquellas ocasiones, John, Lenny y Martha esperaban a que todos estuviesen dormidos para subir al desván y seguir con sus aventuras.

      Una noche estaban los tres en su escondrijo contemplando cómo caía la lluvia. Lenny tenía miedo de los relámpagos y John se sentía encantado de hacerse el hombre ante ella y de fingir que, a él, los relámpagos no le asustaban.

      —Espero que no se despierte con los truenos —dijo preocupado mientras miraba detrás de sí, junto a la puerta, donde había amontonadas unas grandes cajas de madera.

      —¿Tenéis una rata? —preguntó Lenny angustiada.

      —No, es la bruja que mi padre trajo de Inglaterra —respondió John como si hablara de alguien conocido—. Duerme en una de esas cajas.

      —No digas mentiras —le recriminó Lenny.

      —No es ninguna mentira —le respondió él supuestamente ofendido—. ¿Verdad que no, Martha?

      —Es verdad —aseguró la hermana siguiendo el juego.

      —Os burláis de mí.

      —¿Quieres tocarla? —le ofreció él.

      El chico le explicó que tenían que vendarle los ojos para hacerlo, ya que, si miraba a la bruja y a ella no le gustaba, la podría convertir en un perro salchicha. Lenny no acababa de verlo claro. No se fiaba de John, pero no tenía motivo para dudar de Martha, así que aceptó.

      —Pero no me hagáis daño, ¿eh?

      —No te preocupes —la tranquilizó él—, yo guiaré tu mano y te explicaré lo que vas tocando. Si le gustas, ella te permitirá que la veas y te enseñará muchas cosas, cuenta historias muy interesantes…

      —No creo una sola palabra, sin embargo…

      Los Garfield le vendaron los ojos mientras ella se reía de la situación. Entonces Martha se colocó ante ella, John tomó una de las manos de Lenny y le hizo palpar las diferentes partes del cuerpo de su hermana fingiendo que se trataba de la bruja.

      —Esto que le tocas ahora son los brazos… esto, los hombros… ahora le estás tocando una oreja… ahora, la nariz…

      —Os estáis riendo de mí,