Las Escuelas De La Sabiduría Ancestral. Dr. Juan Moisés De La Serna. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Dr. Juan Moisés De La Serna
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788835422969
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de una hambruna que no tenía por qué haberse producido si se hubiese contado con la solidaridad de todos.

      Y para colmo, los responsables delante del pueblo somos nosotros, los que hemos sufrido el engaño y la traición, ahora también debemos de dar cuentas, con nuestra propia vida, de lo que se supone es una mala gestión de los recursos, en perjuicio del pueblo.

      ¡Qué ciego y necio puede llegar a ser el pueblo!, dominado por sus instintos más básicos, cuando arrecia el hambre y la desesperación. ¡Qué dúctil y maleable es su voluntad!, alentado por la venganza y la sed de justicia, y no se dan cuenta de que quienes les tiende ahora la mano, son precisamente los que les ha traído la desgracia. Que el nuevo señor que con tanto fervor están dispuestos a servir, es aquel que, sin miramientos, ha dispuesto su desgracia y aniquilación.

      Pero todo eso que antes ocupaba mis pensamientos me parece ahora tan banal, teniendo una vida a mi cargo, de la que cuidar y proteger. Apenas sé nada sobre él, ni tan siquiera el tiempo que lleva sin alimentarse ni beber. Era una sensación extraña, toda la vida la había pasado sabiendo que no tendría descendencia, tal y como lo requería mi servicio, y ahora, sin esperarlo tenía lo más parecido a uno.

      Quizás si fuesen otras la circunstancias, podría acercarme a una aldea, para con mis pocos recursos comprarme un lugar donde vivir y comer, mientras encontraba trabajo, para darle así cierta estabilidad en la que poder crecer y desarrollarse, procurándole que fuese formado por los mejores maestros para que así tuviese un futuro con mayores oportunidades.

      Pero no creo que se merezca la vida de exilio a la que ya me había mentalizado realizar, huyendo de los lugares habitados, durmiendo bajo las rocas o a la intemperie, comiendo lo que la tierra provee y en ocasiones, aguantándome el hambre hasta hallar algo que echarme a la boca.

      Pero todo cambió con este crío, no puedo someterle a mi mismo sufrimiento, porque él no ha hecho nada, no tiene que purgar por sus errores, ni tan siquiera está su vida en riesgo. Nadie le persigue ni le quiere ajusticiar, sería injusto que me acompañase montañas adentro, a un territorio que me era totalmente desconocido y de lo único que sé es que ahí no llegan los designios del nuevo faraón.

      Lo mejor sería dejarlo con la primera familia que me encontrase, ofreciéndole a cambio todo lo que tenía para que lo cuidasen adecuadamente, aunque nada me garantiza que cuando me aleje, no se queden con mi pago y no cumplan su parte del trato. Podría buscar algún lugar donde admitiesen a huérfanos, aunque estos escaseaban y están tan requeridos que sería difícil encontrarle plaza.

      No tenía edad para trabajar, por lo que nadie le quería todavía para ocupar un oficio, así que no podía inscribirle en ningún gremio para que le enseñasen a cambio de casa y comida.

      Pensándolo bien, no creo que pudiese estar en mejores manos que las mías, aunque yo nunca había criado antes a un niño, sabía cómo había que hablarlos, y tenía cierto don de gentes, por lo que podría responder a las muchas preguntas que seguro me haría, pues estaba en la edad de quererlo saber todo.

      Pero si iba a permanecer a mi lado, tendría que tratarle de alguna forma sobre todo para que cuando nos encontrásemos delante de otros nos llamásemos de alguna manera. Padre e hijo, no es posible, ya que somos muy diferentes y salta rápidamente a la vista. Parientes, quizás lejanos, pero puede que tampoco funcionase.

      Es posible que maestro y pupilo. Es costumbre que un aprendiz empiece cuanto antes el oficio para hacerse pronto merecedor de pertenecer a una profesión. Aunque lo que me preguntarían a continuación es sobre mi profesión, y por supuesto, ni puedo decir quién soy ni a qué me dedicaba, ya que, si llegase a oídos inadecuados, podría suponer mi muerte, dejando de nuevo huérfano al pequeño.

      Aunque era poseedor de muchas habilidades, y destrezas no me faltaban, aquello era una cuestión importante, pues se esperaría que el pequeño al menos empezase a mostrar las cualidades básicas de mi profesión. Si me inventaba que era labrador, al niño le preguntarán sobre plantas; si carpintero, sobre maderas,…

      Además, mi vida en la ciudad, por largos años, me ha hecho olvidar todo lo relacionado con los oficios más propios de los pueblos, pues había gozado de servidumbre, sin tener que hacer nada para conseguir aquello que requería, pues únicamente con pedirlo me lo traían enseguida.

      Pero había visto a otros hacer varios oficios, desde aquellos que eran más artísticos, incluyendo a los músicos, hasta los que trabajan duramente desbrozando el campo de malas hierbas antes de sembrar, o arrancando golpe a golpe en las canteras las más delicadas piezas de mármol. Pero de eso no tenía destreza, únicamente la poca información que podía haber acumulado al ver u oír hablar sobre esas labores. Podía prepararle para lo que fui, pero enseguida me delataría, aún sin quererlo.

      Hay una profesión que en todos los sitios es aceptada y por todos valorada, aunque requiere de mucha destreza y rapidez mental, además de conocimiento de varias lenguas, para poder llevar a buen término el trueque. Le puedo preparar como mercader, aunque no es de mi agrado, pues hace al hombre codicioso y desarrolla un tipo de astucia consistente en engañar a los demás y aprovecharse de su ignorancia o necesidad.

      Es probable que eso nos sirva para esconder lo que somos, pero no espero que sea durante demasiado tiempo, pues en vez de enseñarle valores adecuados de generosidad y humildad, le voy a enseñar lo contrario. Pero bueno, esos fueron mis orígenes y no me ha ido tan mal, hasta ahora, quizás esto último sea un tropiezo de lo que deba de recuperarme y ya está. Es posible que sea una cura de humildad, por tanta opulencia y derroche por mi parte.

      ¡Decidido!, voy a convertir a aquel pequeño en un vendedor, como el que acude a cada pueblo para hacer negocio. Lo primero que necesitaba era cambiar de atuendo, luego acercarnos a una caravana con la que seguir camino, pues dos personas sueltas no forman una. Posteriormente encontrar algo con lo que mercadear, para por último enseñarle cómo hacer, tanto en los números como en las palabras.

      Es una ardua tarea la que me queda por delante de instruir a aquel pequeño que exhausto de tanto llorar se había quedado dormido entre mis brazos, mientras me había detenido para pensar y decidir sobre su futuro.

      ―Puede que sea demasiado joven ―me dije―, pero es momento de empezar. Cuanto antes lo haga, más tiempo tendrá para perfeccionar lo aprendido y con la práctica hacerlo cada día mejor.

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