La ñerez reciclada retrata y relata las presuntas mentalidades y la descompuesta situación social de un país entero, presuntamente llamado Ciudad de México, gracias a una circunscrita, divagante y atropellada travesía medianamente erótica, pues parece haberse tomado en serio la apreciación del clown seudofilosófico-neofreudiano esloveno Slavoj Zizek según la cual Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001) no era una travesía erótica a través de la cual se narraba a un país, sino la narración de un país a través de una travesía erótica, por lo que, tomando además peripecias e ideas de ese film, aunado a ciertos paralelos con el road movie urbano y macrodeambulatorio sin rebasar de las fronteras de periféricas de la ciudad, al estilo de Vivir mata Juan Villoro / Nicolás Echevarría, 2001) y Generación Spielberg (Gibrán Bazán, 2014) y la emblemática Güeros (Alonso Ruizpalacios, 2014), sin la excelencia plástica de estos dos últimos filmes en alucinado blanco / negro, he ahí los letreros que ubican la trama en un sábado por la mañana o contemplan las letras de las definitorias palabras clave acusadoras e infelices (Los Abusivos / Los Ingratos / Los Corruptos) recomponiéndose en un criptograma entre infantil y malvado (animación de Maribel Martínez), las digresiones auditivas en voz en off territorial (“La temperatura en Ciudad de México es de 26 grados”), la afanosa limpieza del auto viejito, un humilde barrendero matutino, tránsito pesado por viaductos a cualquier hora y plano cenital, profusas fotofijas para recuperar irónicamente el pasado en montaje acelerado, los signos y señales callejeras, los pasos por túneles cortitos aunque por un momento-memento amenazantes de negrura, y esa decisiva metáfora premonitoria del escupefuego de semáforo horadando en triunfo la noche del alma.
Y la ñerez reciclada sabe que a fin de cuentas tantos matices y tanta agitación sólo van a servir para demostrar, one more time, que todos los mexicanos acaban siendo traidores aunque se esfuercen por demostrar lo contrario a lo largo y a lo ancho de una película, tal como lo prueba el finalmente incendiario cobarde Heri, acorde con ese reduccionista tratado de estereotipada mexicanidad ridifolclórica supuestamente anti-Trump llamado Coco (Lee Unkrich y Adrian Molina supervisados por John Lasseter para Pixar / Disney, 2017), una mexicanidad llamada Heri y sus excompañeros subrepticiamente odiados (¿cómo podría reconectarse con quienes nunca se ha conectado?) y eliminados que nunca deja de hacer visajes de thriller emocional, inclusive al precipitarse el antihéroe con body camera acosadora hacia la puerta de escape entre llamas o de esta fiesta en que sólo pudo herirse las manos ante el aborrecido antes deseado Luis Andrés, rumbo al clash más absoluto, irremediable e irredimible, en un país-mosaico tóxico, país-criptograma de la ignominia, un indeslindable Oso Polar que se ufana en ocultar plantígrados secretos congelados e inconfesables.
La ñerez sobajada
En el heroicamente ciberfondeado film independiente Histeria (Mr. Blue & Colateral, 82 minutos, 2016), destemplado tercer largometraje del prolífero cortometrajista de la New York Film Academy egresado Carlos Meléndez (cortos: La Nueva Atlántida, 2003; Chalino Rivera, 2008; El amargo exilio, 2008; Estrella de plata, 2009; Bestia, 2010; Foco rojo, 2011, y El huésped, 2013; TVserie: Paracinema, 2013; largometrajes: Hombre de negro 2, 2013, primer film de la plataforma Cinelatino, y After School / Después de clase / After School: Lockdown at Harbor School, 2014), con guion suyo y de Gabriel Reyes, el talentoso arquitecto joven de carácter demasiado blando hasta lo pusilánime Federico Anduaga (Héctor Kotsifakis lamentosa y lamentablemente tieso) consigue por fin un prominente puesto de diseño creativo (“El arquitecto será el líder del proyecto más importante de esta constructora”) en la transísima compañía infladora de costos que dirigen el confianzudo corrupto desatado Ramiro (Noé Hernández en plan de bigotón norteño cerdazo) y su cómplice de a bordo el ingeniebrio Leonardo Guerrero (Enrique Arreola halagüeño sin jamás descomponer la figura), cuando ya la vida privada del pobre tipo anuncia un desastre debido a su falta de temple, y lo condena a la mediocridad, sobajado por todos, sobajado por los ruidosos vecinos hamponcetes pedos tipo El Too (Erick Cañete) y El Rana (David Cañete) siempre liderados por El Chaka (Omar Ceballos) a quienes apenas logra observar fijamente desde una ventana superior de su nuevo hogar sin atreverse a ponerles un alto nocturno, sobajado por la valerosa esposa embarazada Sonia (Sharon Zundel airosa roñosa) que lo avasalla (“Esto es para nosotros y nuestros hijos”) sobre todo porque ella sí se atreve a reclamarles a los torpes mudanceros rompetodo (Isi Rojano, Alejandro Delarosa) y a correr de la calle (“O los quitas tú, o los quito yo”) mediante histéricos insultos a los ñeros abusivos (“Que te quites, cabrón, o llamo a la policía”), sobajado por el hostil padre viejo Rafael (Fernando Becerril autoritario descompuesto) que lo desprecia profundamente y lo humilla aun en la celebración de un enésimo cumpleaños o en su lecho de hospitalizado enfermo terminal (“Siempre fuiste muy bondadoso, hoy eres un pendejo”), y hasta sobajado involuntariamente por una guapa hermana Graciela (Amaya Bas) amorosa incapaz de hacer algo por él, pues también en la nueva chamba todo se precipita muy pronto en contra suya con infame rapidez, pues durante una cena de negocios con el maduro colmilludo Stephen (Roger Cudney) y otro avezado socio gringo que se niegan al clásico tequilazo engullendo chilles en nogada, el tímido reticente Fede se atreverá a salvar una agria y enfadosa sesión de regateos acerca de “los números”, amenazada incluso con la ruptura del trato, proponiendo un moderado presupuesto sin amañar que le ganará una salvaje patiza por parte de su jefe en el mingitorio del restaurante (“Te voy a romper tu pinche cara”), lo cual, aunado a una posterior borrachera rebosante de consejos cínicos al lado del inge putañero de piochita afilada Leo, servirá para sacudir de su modorra relacional al iluso héroe buenazo por una imprudente vez, convirtiéndolo en un monstruo de corrupción que, sobre la marcha y entre otras ahorrativas modificaciones sustanciales, ordenará disminuir criminalmente el grueso de las varillas de sustentación de un edificio en el Estado de México, provocando el derrumbe homicida de la obra en proceso a la hora del primer sismo rutinario, causando enorme escándalo mediático y ser él mismo obligado, por sus ominosos superiores, a ocultarse en su discreto domicilio personal, mientras ellos intentan acallar la situación, hasta tener que achacarle cobardemente toda la culpa a un acosado Federico que, zurrándose de miedo, abandonado por su mujer y sabiéndose buscado por la ley, sorprenderá por azar metiéndose a robar en su auto a un especimen cualquiera de los abominables raterillos de su calle, lo secuestrará calladamente, lo apabullará, lo sentará atado y amordazado sobre un sofá de su sótano como rehén, lo torturará a golpes cual punching bag o chivo expiatorio (“No eres más que un pinche animal”) y, sintiendo vengarse así de todos aquellos que solían hostilizarlo, acabará por ultimarlo de un tubazo y tirará el cadáver al fondo del cubo de un edificio en construcción, para después apostarse frente a su propio departamento, en espera del temido arribo de sus captores policiales para castigar los residuales sobresaltos vitales de su ñerez sobajada.
La ñerez sobajada se estructura como un largo flashback del antihéroe perfecto del hipercorrupto e inevitable e ineluctable e indemne México actual apostado dentro de su automóvil en un rincón de su propia calle inabordable, contemplando el panorama de su corriente y común desolación, articulando un desarmante relato mental en torno a su aislamiento humillado, su acechada sandwichiza al volante mañanero por infestadas avenidas en top shot mientras escucha por radio rutinarias noticias contrastantes (“Sus cuerpos fueron incinerados antes de ser enterrados, su identidad se desconoce hasta el momento; de acuerdo con la investigación, la policía actuó en conjunto con la delincuencia organizada”), su estoicismo en ecuánime suéter gris ante las risotadas del prieto jefe encorbatado con camisa rosada, su obsedente asomarse y mirar impasibles (“Te van a ver”) tras la abstinente cortina amarilla del melancólico ventanal mirando insistentemente hacia abajo (“Míralos, parecen animales”), su ideosincrática incapacidad para decir o sostener un no (“Vámonos por unos drinks” / “No puedo” / “¿A poco le pegan?”), su afanosa decoración del futuro cuarto infantil con ayuda de la mujer preñada a punto de estallar (“¡Que me abras, carajo!”), su sorprendente cambio de actitud por la fuerza de las circunstancias, su acre revuelta familiar contra el tronido de conyugales dedos acezantes (“Hey, te estoy hablando” / “¡Ya deja de estarme chingando!”), su intempestivo sumarse de uñas metidas a la violencia cotidiana para sobrevivir práctica y anímicamente, su colindar impetuoso e indeliberado con el horror / terror macabro (apenas por debajo de la Piel rota de Leopoldo