Yo no me habría dignado a salvarme. Me proponía morir con el resto. Por loco que estuviera –y creo con toda mi alma que estaba completamente loco en ese momento–, sentía una punzada de compasión pasajera por el anciano y su séquito. Habría perdonado al pobre tipo que tenía al lado, también, si hubiera podido; pero la velocidad a la que íbamos hacía imposible el escape.
Pasamos Vicenza, una mera visión confusa de luces. Poiana pasó volando. En Padua, a apenas nueve millas de distancia, nuestros pasajeros debían descender. Vi al fogonero girar la cara hacia mí en señal de protesta; vi moverse sus labios, aunque no alcanzaba a oír ni una palabra; vi cambiar su expresión de la protesta a un terror mortal y entonces… ¡Dios misericordioso!, entonces, por primera vez, vi que él y yo no estábamos ya solos en la locomotora.
Había un tercer hombre; un tercer hombre parado a mi derecha, mientras que el fogonero estaba a mi izquierda; un hombre alto, fornido, de pelo corto rizado y con una gorra escocesa en la cabeza. Cuando me eché atrás ante el primer impacto de la sorpresa, él se acercó; ocupó mi puesto en la locomotora y apagó el vapor. Abrí la boca para hablarle; él giró la cabeza despacio y me miró a la cara.
¡Matthew Price!
Proferí un largo grito feroz, extendí ferozmente los brazos por encima de mi cabeza y caí como si me hubieran golpeado con un hacha.
Estoy preparado para las objeciones que puedan hacerse a mi narración. Espero, desde luego, que me digan que eso fue una ilusión óptica, o que sufría de presión cerebral, o incluso que me engañaba un ataque de demencia temporaria. He oído ya todos esos argumentos y, si se me puede perdonar que lo diga, no tengo ningún deseo de oírlos de nuevo. Ya decidí este asunto hace años. Todo lo que puedo decir, todo lo que sé, es que Matthew Price volvió de entre los muertos para salvar mi alma y las vidas de aquellos a quienes yo, en mi culpable rabia, habría apresurado hacia la destrucción. Creo eso como creo en la misericordia de Dios y en el perdón de los pecadores arrepentidos.
1 Publicado en castellano como Dioses, faraones y exploradores; Fellahs es anglicización, como falás es castellanización, del árabe falaín, plural de falá, palabra que denominaba, especialmente en Egipto y en Siria en tiempos del Imperio Otomano, al campesino no propietario de la tierra que labraba (N. del T.).
2 Francés: “escándalo” (N. del E.).
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.