Khátarsis reductiva: cualidad de un puñado de películas que se creían críticas, distanciadas y épicas a lo Bertolt Brecht, no siendo más que catárticas-y-qué.
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Khátarsis más, khátarsis menos. Khátarsis van, khátarsis vienen.
Puesto que la cultura es un proceso demasiado largo, y convencido de que a nivel cultural no existen buenos ni malos años, podría decir que este periodo fue tan feraz, pésimo y contradictorio como todos los últimos de la (in)cultura panista y los espejismos de sus estelas de luz inútil o apagada pero muy bien pagada.
Por un lado, podría afirmarse que continuó viento en popa el deterioro del sector y su burocratización centralista supuestamente descentralizadora, así como el desmantelamiento de la vida cultural en su conjunto y la subvencionada inhibición de la creación cultural en sí, pese a la faraónica pretensión de las obras arquitectónicas de su recta final.
Sin embargo, por otro lado y contradictoriamente, en el campo del cine que es mi ventana a la cultura, jamás se habían producido tantas películas como en los últimos años ni con tanta libertad, pero, aunque todo mundo gana al producir, prácticamente ya ninguna película se recupera en la exhibición; y nunca se había apoyado tanto ni difundido tanto la cultura fílmica a lo largo y a lo ancho de todo el país.
Correspondería a la entrante administración cultural garantizar el asentamiento del sector fílmico y un funcionamiento eficaz en las nuevas condiciones. Garantizar que la Cineteca Nacional siguiera siendo el organismo rector de la cultura cinematográfica mexicana, pues, entre otras tareas, no cualquier imbécil ni demagogo sería capaz de programar consistentemente diez salas día con día durante los próximos seis años, ni evitar que eso se convierta en un sucedáneo, del tipo Cinépolis Cineteca.
Garantizar que las numerosas cintas patrocinadas o amparadas por el ente estatal Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine) siguieran siéndolo, sin favoritismos ni a través de comisiones-mafias peleles, y que los productos obtenidos logren recuperarse en la taquilla, para lo cual debería enfrentarse a la voracidad de los exhibidores que ya cobraban una buena cantidad en dólares hasta por el uso de sus aparatos con tecnología actualizada (para exhibir el DCP / Digital Cinema Package hay que pagar el VPF / Virtual Print Fee por copia y por sala de cine aunque ya haya estado en otra de la misma cadena), siempre haciendo competir a los filmes nacionales en abierta desventaja con los hegemónicos estadunidenses y aplastando a las distribuidoras independientes.
Y recordar que la función del Estado no es producir películas, sino crear las condiciones para que éstas se produzcan en una industria económicamente sana y puedan llegar al público en una situación justa.
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La khátarsis también se construye.
Khátarsis históricas que en su conjunto, dentro del continuum de la cultura, sólo representan un momento fugaz, pero irrepetible e insoslayable.
Khátarsis que se manifiestan plurisexuales y con trastorno tripolar: maniaca, depresiva y cinefílica.
Khátarsis con éxito de alarido o de aladrido.
Khátarsis que indagan y ayudan a comprender tanto la naturaleza del cine como sus posibilidades.
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Por lo demás, este libro está constituido en exclusiva por textos inéditos, organizados de igual manera que los tres últimos volúmenes de la serie que dedico al análisis del cine mexicano contemporáneo, y de la que esta entrega viene a ser la undécima. Es decir, las películas de directores veteranos se agrupan en el capítulo “La khátarsis póstuma”, las de cineastas debutantes en “La khátarsis prima”, las de cineastas que han logrado realizar su segunda cinta en “La khátarsis secunda”, las de cineastas que están consiguiendo hacer carrera en “La khátarsis summa”, los documentales y las docuficciones de moderno cuño en “La khátarsis documenta”, las de cortometraje en “La khátarsis mínima”, y las dirigidas o concebidas en lo fundamental por mujeres cineastas dentro de cualquier formato y dimensión en “La khátarsis feminea”, sin clave alguna más compleja ni misterio ni innovación ni mayor sorpresa en su estructura.
Cuauhtémoc, DF, septiembre
de 2010-diciembre de 2012.
1. La khátarsis póstuma
Los honores que se rendían a los sabios eran tales
que se les hacía morir para volverlos inmortales.
Max Jacob, El laboratorio central
La khátarsis migrañadúltera
El pez por su boca también exulta.
Cansada de vivir en un mundo fracasado y asfixiada por su maternidad mal llevada, un ama de casa es víctima de una crisis emocional que se agudiza cuando sus acreedores la dejan sin nada. Ante su abismo pasional, ella toma una decisión para aliviar su pena. Así reza, de inequívoca manera psicologista-poemática hasta la cursilería jocosa e irrefutable, una sinopsis publicitaria que se siente obligada a añadir cierta explicación inolvidable desde las razones del corazoncito de la cinta de ese atractivo modo promocionada, ya que “Me pareció fascinante ver alrededor de la desesperación del amor. A mi edad ya lo veo de otro modo que cuando era un cineasta joven. Llega un momento en que el amor no es tan importante como dicen, pero la gente se muere por él. El acontecimiento de morir de amor me parece infinitamente más interesante que la idea del amor” (Arturo Ripstein).
O séase, en el transcurso de dos jornadas únicas, que sin saberlo serán postreras en su vida, la perfecta adúltera clasemediera autocastigada nacional Emilia Victoria Gallardo (Arcelia Ramírez en impenitente sforzato sostenido) va a monopolizar y alienar la pantalla con sus actos erráticos, aun cuando se suicide y ya no pueda estar ahí.
Despierta, ingiere con avidez los dulces restos de la cena, verifica desde su ventana el asedio a su morada de abogadillos con camión de mudanzas, se hace de oídos sordos a los toquidos y los reclamos a gritos insistentes (“Que se chinguen, que les abra su abuela, ¿yo abrirles? Mangos, nada, niet; no oigo, no oigo, soy de palo”), se cruza por los corredores del edificio con la portera metiche y cabrona Doña Ruti (Patricia Reyes Spíndola) con fondo de un saxofón en off haciendo escalas, atosiga por teléfono a un galán que le corta la llamada antes de que ella le insista (“Antes tú eras la que decía un ratito, un rapidito, tú y yo antes... No, no es queja, es... Soy yo otra vez, pensé que se había cortado... Nada más hablo para decir adiós, nada más para eso...”). Regresa de la calle escondiendo compras y evadiendo a un exterminador de plagas (Carlos Chávez) a quien le arrebata su fumigador para que se vaya más pronto, telefonea la llamada para pedirle un préstamo a su madre reticente y resiste con entereza la agria irrupción con la lengua desenvainada de Isabel (Paola Arroyo), su hijita de 10 años abruptamente reclamadora (“No como tú, que ni cocinas ni levantas la casa”) que pronto se niega a engullir comida descongelada, prefiriendo largarse a comer a casa de su abuela.
Dada la hora aguardada, Emilia se enfunda en ropa negra apretadísima para resaltar su figura otrora sexy, se echa perfume hasta en los pechos, llena con sus compras una cubeta para usarla como camuflaje, hace tiempo sentada en escalones de piedra, asalta melosa al desentendido músico cubano de azotea con chamarra de cuero Nicolás (Vladimir Cruz) que de pronto obliga a tornarse un feroz macho rechazante (“Ya no, ya no”) por más que se trata de ponerle a la brava los lujosos zapatos que acaba de obsequiarle, queda deshecha a merced del vecino untuoso Jasper (Alejandro Suárez) que abusivamente se asume como falso auxilio consolador para empezar a sobarle las piernas y el coño a esa mamazota de la Niña de las Trenzas. Apenas repuesta de la cogida inesperada, llega del trabajo su marido, el empleaducho jodido Javier (Plutarco Haza) tan temeroso del jefe que no se atreve ni a tomar unas vacaciones familiares, y aún así, ella, luego de hacer un poco de bicicleta fija, le ruega que pidiendo préstamos le compre casa, para sacarla de su insoportable existencia mediocre.