¡Presente!
La política de la presencia
Diana Taylor
Traducción de Ana Stevenson
Ediciones Universidad Alberto Hurtado
Alameda 1869 – Santiago de Chile
[email protected] – 56-228897726
Primera edición diciembre 2020
Los libros de Ediciones UAH poseen tres instancias de evaluación: comité científico de la colección, comité editorial multidisciplinario y sistema de referato ciego. Este libro fue sometido a las tres instancias de evaluación.
ISBN libro impreso: 978-956-357-273-5
ISBN libro digital: 978-956-357-274-2
Coordinador colección Antropología
Koen de Munter
Dirección editorial
Alejandra Stevenson Valdés
Editora ejecutiva
Beatriz García-Huidobro
Diseño interior y portada
Francisca Toral
Imagen de portada: “Para que todos lo sepan”. Foto: Daniel Hernández-Salazar©1998”. La obra fue modificada con consentimiento del artista. www.danielhernandezsalazar.com.
Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com [email protected]
Índice
Capítulo II Actos de rechazo: Animativos políticos
Capítulo III Camino largo: el largo recorrido de los zapatistas hacia la autonomía
Capitulo IV Hacer presencia....
Capítulo VI Siempre hemos sido queer
Capítulo VII Rutas tortuosas: cuatro caminatas por Villa Grimaldi
Capítulo IX El dilema de la decisión
A mi familia que siempre me ha acompañado: Eric, Alexei,
Marina, Gladys Lowe, Jonathan Schuller.
Y a mis nietos: Mateo Taylor Lowe, Zoe Taylor Lowe,
Shoshana Schuller y Liora Schuller.
Caminando con ustedes, de la mano, hacia los nuevos tiempos.
Saltando la cerca
Una estudiante poco disciplinada de la escuela secundaria británica de Ciudad de México, un par de veces por semana e impaciente con las clases y después de que pasaban lista, saltaba la cerca y se iba a casa. Las libras esterlinas, chelines y peniques de mi clase de matemáticas daban paso a los pesos que usaba por el camino para comprar jícama con limón y ají. Me quitaba los símbolos externos de la disciplina colonial —corbata, blazer, calcetines a la rodilla, zapatos Oxford— que obligada venía usando desde que tenía nueve años, primero en el internado de Canadá y ahora, de vuelta en casa, en México. Me propuse aprender con mi estilo desordenado. Adoraba a Shakespeare, Marlowe y los novelistas rusos, pero también al cómico y filósofo mexicano Cantinflas, que me enseñó “¡Ahí está el detalle! Que no es lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”1. En mi vida cada día era todo lo contrario. Si me gradué de la secundaria fue porque “Dios es grande”, como dice la gente en México y, probablemente más importante, porque los estudiantes del sistema británico tenían que pasar el General Certificate of Education (Certificado General de Educación) administrado desde la Universidad de Londres. Los exámenes se preparaban y se evaluaban en Londres, donde a nadie le importaba si había saltado la cerca para escapar la escuela en México. Y los pasé. Cinco niveles básicos y dos niveles avanzados en literatura e historia. Aunque no fue brillante, no estuvo mal para alguien que rechazaba la escuela. Y me permitió entrar a la universidad, otra aventura desordenada fuera del ámbito de este prólogo. Sin embargo, entiendo la ironía de que el posicionamiento “neutral” e “institucional” del lector autorizado de Londres fue lo que me permitió continuar, por tener más peso que los años de vivencias que mis maestras locales tuvieron que resistir con esa jovencita rebelde a la que consideraban incapaz de continuar con sus estudios.
Durante buena parte de mi vida profesional he estado buscando y encontrando maneras de trabajar más allá de la cerca. Realmente, nunca he pertenecido a un solo departamento o campo académico y por lo mismo he tratado de crear otros espacios para pensar e interactuar con otros. Durante mis primeros años en Dartmouth, la historiadora Annelise Orleck, la periodista Alexis Jetter y yo, empezamos el Instituto para Mujeres y Cambio Social, trayendo activistas y académicas de todas partes del mundo. Qué hacen las personas, nos preguntamos, para sustentare a sí mismas y a sus comunidades expuestas a condiciones deshumanizantes y opresivas, cuando claramente poco puede hacerse. Invitamos a Wangari Maathai, Winona LaDuke, Dorothy Allison y Cherrie Moraga a Hanover, Nuevo Hampshire, para juntas idear maneras de crear mundos y políticas más sustentables para la vida. Al poco tiempo en Harvard, con mi amiga y colega Doris Sommer, empezamos el Instituto de Performance y Política, con el fin de crear espacios de interacción de performance y de activismo que excedieran los límites de los departamentos, y hasta de la universidad. Lanzamos la performance política mexicana del SuperBarrio representado por un actor enmascarado, presentándose para presidente en 1996, y en Dartmouth a comienzos del 1997 con Bread and Puppet llenamos el Rockefeller Center de imágenes y figuras de cartón representando a personas de todas las etnias que existen en las Américas que nunca serían invitadas a entrar en ese edificio.
Después de llegar a NYU en 1997, y junto a dos de mis estudiantes de doctorado —Zeca Ligiero, profesor de Unirio en Brasil, y Javier Serna profesor de la Universidad Autónoma