Desde su nacimiento, la revista ha recibido con los brazos abiertos tanto a profesionales con experiencia como a jóvenes escritores que siguen cavándose un nicho en el mundo del misterio. En la década de 1960, AHMM publicó algunos de los primeros cuentos de autores que hoy en día son grandes maestros en este campo, como Donald E. Westlake y Hillary Waugh.
En 1975 Alfred Hitchcock’s Mystery Magazine fue adquirida por Davis Publications, que también editaba Ellery Queen’s Mystery Magazine. Mientras otras revistas de ficción desaparecían, AHMM se iba estableciendo con aún mayor solidez en esos años bajo la administración de la editora Eleanor Sullivan, quien publicaba con regularidad a escritores talentosos como Lawrence Block o Bill Pronzini.
Cathleen Jordan entró en escena como editora en 1981 y muy pronto amplió el atractivo de la revista para llegar a miles de lectores de cuentos de todo Estados Unidos. También continuó con la tradición de AHMM de ser receptiva a autores desconocidos o no publicados. Doug Allyn, Rob Kantner, I. J. Parker y Martin Limón son un puñado de los numerosos escritores que se iniciaron en sus páginas.
Con ayuda de nuestros lectores he elegido una muestra representativa de cuentos publicados en AHMM en las últimas cinco décadas. Todas son historias interesantes, escritas con oficio, que ejemplifican el amplio registro y la diversidad que la revista ha ofrecido con los años. Ya sea que estés llegando a ellas por primera vez o releyéndolas, el entretenimiento está garantizado. Si eres estudiante de escritura, son relatos que vale la pena analizar por lo bien trabajados que están. Como colección, son muestra de la evolución estilística del cuento corto popular. En esta compilación encontrarás autores a los que quizá reconozcas y otros que merecen una mayor atención.
Aunque cincuenta años puedan no parecer mucho tiempo, la cultura estadounidense se ha desarrollado de maneras sutiles y a la vez drásticas. Esos cambios se reflejan en los cuentos. El movimiento por los derechos civiles, la revolución sexual, los derechos de las mujeres, la guerra de Vietnam, la caída del Muro de Berlín y nuestra sociedad cada vez más multicultural son sólo algunas de las transformaciones que alimentan estas historias y las dotan de una relevancia que va más allá de su mandato principal, que es el de entretener.
Por su ayuda para llevar esta antología a buen término, quisiera agradecer a Claiborne Hancock, fundador y editor de Pegasus Books; a Abby Browning, gerente de Mercadotecnia y Derechos Subsidiarios de Dell Magazines; a Nicole K. Sia y Jonas Eno-Van Fleet, mis ayudantes, y a todos los lectores que mandaron sus magníficas recomendaciones.
LINDA LANDRIGAN
Nueva York, abril de 2006
INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN EN CASTELLANO
DESDE LA INFANCIA ME ENAMORÉ DEL CINE, un amor profundo y apasionado por esa joven forma de arte que iba a orientar y desorientar mi vida durante muchas décadas. Siento una especie de gratitud con Alfred Hitchcock, quien me regaló muchas horas del mayor goce estético posible. No soy un caso aislado; en mi generación fuimos relativamente abundantes los devotos de Hitchcock. Muchas veces salí deslumbrado del cine después de vivir dentro de una de sus películas durante más o menos noventa minutos. La gris realidad de la calle me resultaba mucho menos verdadera que lo experimentado con tanta intensidad en una butaca durante la proyección. Mi alma todavía inocente de algún modo fue así seducida por la fábrica de sueños de Hollywood en general, y por Alfred Hitchcock en particular.
Me tocó también contemplar el espectáculo de Hitchcock creando su persona pública. Sus películas, siempre arriesgadas en todos los sentidos, están repletas de travesuras. Quizá la más célebre de ellas sea su aparición como “extra” en cada uno de sus largometrajes: Hitchcock dio forma a un autorretrato que convirtió en marca. Tal imagen fue su principal instrumento de ventas: una silueta reconocible en una fracción de segundo que promete cierto tipo de emociones específicas.
La revista mensual Alfred Hitchcock’s Mistery Magazine, fundada por Richard E. Decker —quien obtuvo licencia para utilizar el nombre del director en la publicación—, apareció en diciembre de 1956 bajo el sello H. S. D. Publications, con William Manners como coeditor. El puesto fue ocupado por Eleanor Regis Sullivan de 1975 a 1981 y por Cathleen Jordan de 1981 a 2002, cuando pasó a la editora actual, Linda Landrigan, también responsable de la presente antología.
En 1975, la revista fue adquirida por Davis Publications y en 1992 la compró Dell Magazines, su actual propietaria. Cincuenta años de existencia de la Alfred Hitchcock’s Mistery Magazine significan miles de ficciones publicadas, que ofrecen un panorama amplio de las obsesiones creativas en torno a relatos en los que el crimen constituye el contexto narrativo y el centro de la trama. En la actualidad, la revista se sigue publicando puntualmente y existe además una versión digital: «www.alfredhitchcockmysterymagazine.com».
Entre los más prestigiosos autores que publicaron obras breves de ficción en Alfred Hitchcock’s Mistery Magazine se cuentan Robert Bloch (autor del cuento en el que se basó el filme Psicosis), G. K. Chesterton (creador de la serie de relatos protagonizados por el padre Brown), Ron Goulart, Dorothy L. Sayers y Donald E. Westlake. Hay que apuntar que a partir de 1977 y hasta 1989 se publicó anualmente una antología con los mejores cuentos del año, elegidos por el mismo Hitchcock, no pocos de los cuales obtuvieron prácticamente todos los premios literarios para ficción breve del género negro, aparte de que la propia revista recibió el premio a la mejor en su categoría.
El lector de este tipo de relatos necesita creer en lo que lee. La literatura popular del género negro goza de una pátina profesional de “realismo” que la dota de credibilidad ante sus lectores a través de los retratos de personajes en situaciones insostenibles, obligados a trascender sus propios límites para sobrevivir. Es decir, situaciones que el lector asimila como propias con facilidad y le transmiten una tensión nerviosa que acaba por resultar satisfactoria, llamada “suspenso”.
¿Qué es aquello que está en suspenso? ¡La eterna lucha del bien indefenso contra el mal implacable dedicado al acoso y la destrucción! Un hombre, una mujer suspendidos sobre el abismo de una angustia mortal. No es poca cosa, y como tema literario lo apoyan milenios de tradición y abundantes venas populares. Literalmente es la imagen que se repite en el cine de Hitchcock, inventor del suspenso como subgénero narrativo en el cine. Podría decirse que esta colección presenta variantes de esa lucha entre el bien y el mal. El desenlace no siempre es a favor del bien, pero resulta sorpresivo en cada cuento, una suerte de revelación que cambia el mundo de los protagonistas de manera insospechada y regala al lector una solución sorprendente. El cuento corto resulta así un perfecto vehículo para inducir suspenso. Perla Ediciones ofrece este homenaje al artista y entrega una divertida antología al público lector que sabe disfrutar de esta rara sensación: el suspenso.
Las emociones contenidas en la obra de Hitchcock se basan en un equilibrio finamente logrado entre el terror y el humorismo. Hay gran desenfado, interés por la parodia, rigor preciso en cada detalle, historias paralelas dentro de la historia principal. Queda la sensación de un hombre que amaba el cine y disfrutaba de cada una de sus facetas, dotado de numerosos talentos y de una asombrosa inteligencia práctica que le permitió labrarse un lugar preponderante en la competida industria del entretenimiento.
Su filmografía sonora sumó más de treinta títulos como director, y fue también productor de muchas de sus propias películas. Varias de sus mejores obras se basan en ficciones ya publicadas. Puede uno imaginar a Hitchcock leyendo a Cornell Woolrich o Patricia Highsmith, Daphne du Maurier o tantos otros escritores,